Se siente en la calle, se difunde en las ferias, se discute en talleres, oficinas, puertos y fábricas, se prepara en las poblaciones. La convocatoria al paro nacional del 4 de noviembre, en el contexto del movimiento “No más AFP”, ha cobrado fuerza y agita el ambiente.
Y, sin embargo, es algo más que un hecho del momento. El paro del 4 de noviembre se suma a una larga cadena de acontecimientos que han formado nuestra historia y, a la vez, inaugura algo nuevo. Es decir, hace historia.
Los estudiosos del devenir nacional siempre han querido pintar un retrato de un Chile muy distinto, apartado, de los demás países americanos. En ese afán, han convertido a sus instituciones y a sus oligarcas y capitalistas en un mito. Las primeras son “estables” y los segundos, “prudentes y sobrios”. Se olvidan de que lo verdaderamente excepcional que aporta Chile a América Latina es su clase trabajadora.
El primer paro nacional
En efecto, los trabajadores chilenos fueron los primeros en nuestro continente en realizar un paro nacional, la gran huelga de 1890. Partió en Iquique y la zona salitrera, y se extendió a Pisagua, Antofagasta, Arica, Valparaíso, Viña del Mar, Santiago, Quillota, Talca, Lota y Coronel. Lancheros, portuarios, panaderos, ferroviarios, tipógrafos, mineros, artesanos, trabajadores de todos los oficios y sectores participaron del movimiento que se había iniciado por reivindicaciones económicas y por terminar con el odiado pago en fichas de las pulperías de las oficinas salitreras.
Sólo un año después, las mencionadas “instituciones estables” estallarían en mil pedazos, en una guerra civil entre distintas facciones de la burguesía: Ejecutivo contra Congreso, Ejército contra Marina, Presidente contra la fronda; un sangriento choque que está registrado minuciosamente, día a día, en documentos, memorias, expedientes y planes de batalla.
Pero del paro de 1890, los historiadores tienen menos que aportar. No pueden distinguir un principio único de organización en ese formidable movimiento; sus líderes pasaron al olvido; y el resultado mismo de la huelga no está claro. Excepto, por supuesto, la represión “prudente y sobria” que cobró, sólo en Valparaíso, 12 muertos.
Los detalles permanecen oscuros ante la magnitud del acontecimiento: la entrada en la historia de la clase trabajadora chilena. No es raro, quizás, que no se recuerden nombres de dirigentes o que las organizaciones sindicales y políticas se consolidaran recién en años y décadas posteriores.
La clase trabajadora
Ya en la formación de la clase trabajadora se delineó su personalidad auténticamente excepcional, marcada por su disposición a la acción, a la lucha y a la unidad, por encima de las combinaciones políticas y sociales particulares.
Desde ese primer momento, se identifica el paro nacional con la acción conjunta de todos los trabajadores en pos de metas comunes, como un modo de solidaridad y como una forma de reafirmarse y medir su fuerza.
Así ocurrió, con Recabarren y la Federación Obrera de Chile (FOCH) hace cien años, y con Clotario Blest y la Central Única de Trabajadores. Algunos paros terminaron en matanzas, otros fracasaron, y varios pusieron de rodillas a los gobernantes. No es casualidad que en 1986 se concibiera al paro nacional del 2 y 3 de julio como el método propicio para provocar la caída de la dictadura de Pinochet. Que ese objetivo no se lograra, significó un revés para toda la clase trabajadora y marcó el inicio de un debilitamiento de sus organizaciones y de su independencia como clase que perduró en las décadas siguientes. No obstante, los trabajadores jamás se rindieron. Aquilataron los retrocesos y las traiciones, reamaron la conciencia y se prepararon, en la acción, para volver a a ocupar su lugar.
Una nueva etapa
La movilización del 4 de noviembre próximo confirma que han terminado los tiempos en que la clase trabajadora podía ser ignorada, podía ser declarada extinta, en que otros asumieran su espuria representación o que dependiera de bienintencionados mentores. En el curso de ese proceso, se ha deshecho de cargas innecesarias, como una CUT que, enfrentada al dilema de ponerse a la cabeza del movimiento real de la clase o ser presa de los intereses de un régimen político caduco, optó por abandonar a los trabajadores. Ahora ha sucumbido ante ese peso de su ineptitud para la nueva etapa de lucha que se abre.
El paro nacional no es una marcha en el centro, una demostración de descontento, una medida de presión para las autoridades. Se distingue de esos métodos por el modo en que opera, en medio de la vida cotidiana, en los lugares de trabajo y en las poblaciones. Se diferencia por su alcance, pues abarca no a una multitud, sino a todo un país. Y el carácter también cambia: el paro nacional es una medida de lucha real. No hay en él nada simbólico.
En medio de este paro, entonces, se forman y destacan los nuevos dirigentes, auténticos, honestos, que cumplen con los mandatos de sus bases. En medio de este paro, se crean y consolidan las nuevas y antiguas organizaciones, verdaderamente representativas y útiles. En medio de este paro, se definen los intereses y demandas del pueblo, como hoy en la demanda de terminar con las AFP, ese equivalente actual de las antiguas pulperías y sus fichas. Y en medio de este paro, se forja la unidad de millones.
He aquí el significado histórico del 4 de noviembre de 2016: es el regreso de la clase trabajadora, de la inmensa mayoría que día a día levanta a Chile con su sacrificio, a la escena de la historia, como protagonista principal de su destino.