Muchos creen que el Primero de Mayo es una conmemoración. Pero no es así. Es una manifestación de la fuerza de los trabajadores y su proyección al futuro.
La fecha misma nace casi del azar. Una simple resolución, adoptada en la sesión final del congreso de la Segunda Internacional en julio de 1889, proyectó la realización de una manifestación internacional de trabajadores para el año siguiente. La propuesta inicial hablaba del 19 de mayo; pero en la discusión se recordó que la Federación del Trabajo de Estados Unidos había convocado a una movilización para el primer día de ese mes. Los delegados, ya cansados, tampoco definieron qué exactamente debía hacerse ese día. Sí se indicó que la forma de la movilización dependía “de la situación en cada país”. Esa prevención, ostensiblemente, había sido impulsada por el partido socialdemócrata alemán, que entonces aún sufría la persecución de Bismarck y seguía una línea de máxima cautela.
Y, sin embargo, diez meses después, todo quedó claro. Como nunca antes en la historia, los trabajadores se volcaron a las calles. En algunos países, fue la primera aparición masiva de las organizaciones políticas y sociales en la escena nacional; en otros, la confirmación de su poderío. En Inglaterra, donde los dirigentes sindicales, por prudencia, corrieron la manifestación al domingo 4 de mayo de 1890, para evitar la necesidad de paros laborales, una manifestación en el Hyde Park de Londres congregó a 300 mil personas. En Barcelona, ese mismo día, las fuerzas represivas, que se habían preparado para disolver los desfiles, se mantuvieron quietas, impresionados por una marcha de 100 mil personas que recorrió las calles de la ciudad. El mundo, entonces, era más pequeño. El carácter internacional de la movilización se circunscribió a los países de Europa Occidental. Pero ese mismo año, Chile sería uno de los pioneros en capturar ese espíritu nuevo, con la primera huelga general, que abarcó a Antofagasta, Tarapacá y Valparaíso.
Hoy, el Primero de Mayo coincide con momento que requiere de ese mismo espíritu de futuro. No importan los dirigentes menores que marcan el paso, las divisiones, la estrechez de miras y la confusión. El Primero de Mayo es nuestro. Es del conjunto de la clase trabajadora, es internacional; no se subordina a nada ni nadie que no sean los propios trabajadores; es la afirmación de la unidad; la vindicación de nuestro poder. Es la demarcación de nuestro futuro.
Ninguno de los problemas de la clase trabajadora puede ser resuelto por este sistema injusto, que es el que los propicia y agrava. Ninguna necesidad de los trabajadores podrá ser satisfecha por un régimen de ladrones ‑y son delincuentes de cabo a rabo: desde militares a jueces, desde políticos a religiosos.
En todo el mundo se manifiesta, en múltiples formas, el reconocimiento de la necesidad de cambiarlo todo. El freno consiste en la ausencia de una dirección definida que lleve adelante la lucha. Ese es el problema general de la clase trabajadora en todos los países. Y ese problema precisa de una solución revolucionaria.
Nosotros proponemos la aglutinación de todas las fuerzas que pugnen por cambios en favor de las mayorías, por terminar con este régimen caduco y corrupto, y que estén dispuestos a luchar. Levantamos una dirección que oriente hacia un objetivo principal, urgente e inmediato: el poder, todo el poder a los trabajadores.
Vivimos en una época de grandes convulsiones. La única esperanza de un futuro está en la fuerza de los trabajadores. Ese es el sentido del Primero de Mayo. Lo ha sido siempre, a pesar de todo. Y lo es hoy.