El levantamiento del 18 de octubre en Santiago es, sin duda, una de las páginas más destacadas en la historia de las luchas sociales de Chile.
Refleja la rebeldía del pueblo frente a las medidas de saqueo a los trabajadores, representadas ahora en las alzas de los servicios y del transporte público. Desmiente a quienes tildan a los chilenos de sumisos o pasivos frente a la injusticia.
A inicio de este año, nosotros pronosticamos que en 2019 el pueblo de Chile se lanzaría a una gran lucha y agregamos que esa lucha no nace de la simple voluntad, sino que es parte de una gran tendencia de nuestra época: el protagonismo de los pueblos. Y señalamos “un factor común: la demanda de urgentes mejoras sociales para las grandes mayorías, el fin de regímenes políticos corruptos y la exigencia de un reconocimiento del protagonismo radical de los pueblos que se expresa en la acción y con el método de la unidad, que excede con creces a los movimientos políticos, sociales y religiosos existentes.”
Esa perspectiva se ve corroborada por la enérgica acción de las masas de Santiago. La violencia empleada se corresponde a la magnitud de la injusticia infligida constantemente, no sólo con una medida aislada. Y quienes pudieron evitar la violencia, prefirieron mantener las medidas que castigan a los trabajadores y sus familias. Cuando se enfrentaron las consecuencias de sus acciones, optaron por las amenazas y la represión. Fracasaron.
La declaración del estado de excepción, la militarización de la capital, en cambio, ya no es una decisión del gobierno ni del presidente. Es su declaración de bancarrota.
Pretenden terminar con las demandas populares con los métodos de la dictadura. Esto crea una situación irreversible. Todas las fuerzas que se reclaman democráticas tienen el deber de resistir al estado de excepción. De lo contrario, ese adjetivo sólo podrá ser considerado una burla. Las organizaciones políticas y sociales están investidas de la honda responsabilidad de oponerse a la imposición de un orden militar.
Esa es la primera tarea. La lucha no debe retroceder ante la amenaza. El gobierno pretende copiar el manual aplicado por el régimen de Ecuador ante la reciente rebelión popular en ese país: encubrir su derrota en las calles con la represión y negociaciones espurias. Pero ya es tarde para eso. Piñera y su gobierno deben irse.
Ya lo dijimos, el levantamiento de Santiago abre la perspectiva de una crisis política abierta. Es decir, en que el poder no se disputa simplemente entre un grupo político u otro, sino entre las clases fundamentales de la sociedad. Es la lucha por quién debe gobernar: los trabajadores o los grandes empresarios, los grupos extranjeros, los bancos y los políticos corruptos.
No es casual que el levantamiento de Santiago suceda pocos días después de la rebelión en Ecuador. Hay un contenido político y social común en América: el propósito de hacer pagar a los trabajadores las tribulaciones económicas del capital. Son, como en los años ’80 y ’90, los dictados del FMI y del capital financiero internacional. Pero hoy las condiciones son distintas. Los regímenes políticos están debilitados, los pueblos, en cambio, han adquirido fuerza, experiencia y decisión. Y cobran conciencia de que esta es su hora histórica, la hora de su poder.
¡Fin al saqueo a los trabajadores!
¡Abajo la represión militar!
¡Fuera Piñera!
¡Por un gobierno de los trabajadores!