Adelante con el paro nacional
A extender la movilización
“Estamos en guerra”, señaló Sebastián Piñera en la noche del domingo. La declaración fija claramente las partes de la contienda: un pueblo sublevado y unido frente un gobierno en ruinas, el cascarón vacío de un régimen caduco.
En apenas pocas horas, el levantamiento del 18 de octubre se convirtió en un movimiento nacional. Las demandas y los métodos de lucha son los mismos en todo el país. El gobierno responde imponiendo el estado de excepción a nuevas regiones. La sesión de emergencia de la Cámara de Diputados y la reunión de los representantes de los tres poderes del Estado en La Moneda devinieron en una farsa insignificante. El poder real está delegado en ‑hasta ahora- diez mandos militares en las principales ciudades del país. La represión que despliegan no puede con la fuerza del pueblo, pero suma nuevas víctimas. Los medios de comunicación silencian los muertos y atizan el miedo a “turbas saqueadoras” y “vándalos”. Es el guión impuesto: una violencia de origen oscuro e irracional ha de justificar la militarización, los ataques a las poblaciones, las torturas y las muertes. Esa es la vía a la “normalización” que se ha trazado el régimen. Es una ruta al abismo.
Condenan la violencia quienes no conocen otro recurso que la violencia armada de las fuerzas militares; denuncian los saqueos de supermercados y farmacias quienes saquean a un país entero; se lamentan de los destrozos quienes son los destructores constantes de las condiciones de vida de millones de personas, de la naturaleza, y de las normas elementales de la decencia. ¡No, señores! Ya ha quedado marcada una línea divisoria indeleble.
Deben meditar sobre esa delimitación los funcionarios de los institutos armados. Carabineros y militares, en estos días, son interpelados en cada momento por la gente sobre qué posición ocuparán. Deben considerar que no es necesario que opten inmediatamente en el dilema ético que enfrentan actualmente: ser represores o ciudadanos decentes, ser verdugos o hijos dignos la patria. Basta con que sepan que, si eligen el bando de los saqueadores y corruptos, serán derrotados con ignominia.
El régimen tuvo la oportunidad de dilatar este desenlace ofreciendo un compromiso político con tal continuar la sorda crisis en la que está sumido el país. Pero la declaración de guerra de quien oficia de jefe de Estado, la inacción de los partidos políticos, el derrumbe del régimen y las grandes tendencias mundiales, obligan ahora a una solución definitiva.
Las etapas que deberá recorrer el pueblo para imponer su salida a la crisis también están fijadas. El llamado a un paro nacional y la decisión de suspender las actividades laborales declarada por la Unión Portuaria y los trabajadores de la minera La Escondida es una medida necesaria que debe ser apoyada por todas las organizaciones sindicales auténticas. El paro nacional como expresión de una fase superior de la rebelión popular ha de tener un carácter indefinido. Es la hora de un movimiento nacional que recoja la valentía, la determinación y la unidad construida en la acción en estas jornadas de lucha.
La acción directa y la movilización masiva permanente deben consolidarse en una organización más amplia en los territorios, que convoque a la vasta mayoría de los vecinos, mediante asambleas, la formación de grupos de autodefensa, la coordinación entre los distintos territorios y una propaganda extensa que exprese las demandas de Chile.
El proceso que se ha iniciado con el levantamiento nacional es irreversible. Los objetivos inmediatos son el fin al orden militar sobre el gran parte del país, la salida de Piñera y su gobierno, el fin de las políticas saqueadoras impuestas sobre el país, y la aplicación de un plan de emergencia para satisfacer las necesidades populares más urgentes. El objetivo fundamental de esta lucha, sin embargo, es claro. No se trata ya de alegar o protestar, no se trata vocear el descontento: ¡hay que cambiarlo todo! Hay terminar con este sistema. No negociar, no ceder, no rendirse: ¡vencer!
Debemos establecer un gobierno de los trabajadores que barra con el régimen político existente. Nosotros levantamos un programa que propone un camino para ese cambio necesario e inevitable:
Gobierno de los trabajadores
- Este sistema no puede seguir. ¡Que se vayan los políticos, los corruptos y vendidos! Hay que terminar con la burocracia y los negociados
- La solución es que el país sea conducido de acuerdo al interés común de los trabajadores y sus familias
- ¡Ninguna decisión sin el pueblo!
- ¡Todo el poder a los trabajadores!
Nacionalización de las industrias estratégicas
- El cobre para Chile: recuperación total de todas las riquezas nacionales para el país.
- Agua, luz, gas y servicios sanitarios no pueden seguir en manos de los monopolios; deben beneficiar a los chilenos
- Nacionalización de la banca y del sector financiero
- Condonación de las deudas personales de los trabajadores y fin al fraude de las AFP
- Control de los trabajadores de las empresas fundamentales para el funcionamiento de la economía.
- Plan nacional de desarrollo
Educación, salud, vivienda
- Educación gratuita, universal e igualitaria para todos
- Toda familia chilena, una casa digna
- Salud gratuita, avanzada y humana
- ¡Para el pueblo, lo mejor!
Un ejército del pueblo
- El poder de las armas debe defender y subordinarse al pueblo, no a los ricos y a potencias extranjeras
- Hay que disolver los actuales aparatos militares del Estado.
- Debemos construir una nueva fuerza armada, consciente y patriótica, de todo el pueblo.
La lucha por la Segunda Independencia de América
- Chile debe estar a la vanguardia de la lucha por una América grande, unida y respetada entre todas las naciones
- Hoy, la clase trabajadora es la continuadora del sueño de los Libertadores: una América libre y unida que inspire a la humanidad en la construcción de un mundo nuevo.
El levantamiento nacional ha iniciado un proceso ‑decíamos- irreversible. Pero también ha lanzado al país a enfrentarse a la cuestión fundamental para terminar con la crisis: el poder. Sólo el poder de los trabajadores puede imponer las soluciones necesarias a los problemas del pueblo. Sólo el poder de los trabajadores puede ayudar a asegurar un futuro. Por eso, la perspectiva que planteamos es abiertamente revolucionaria. Que nadie se confunda al respecto.
La magnitud de las tareas que tenemos por delante puede hacer dudar a quienes buscan un protagonismo político fácil. Ciertamente, amerita una profunda reflexión. Reiteramos lo que hemos dicho siempre: la conducción revolucionaria sólo puede basarse en la incondicional confianza en el pueblo, sus capacidades y sus decisiones históricas; en la abnegación y el espíritu de sacrificio que hemos aprendido de nuestros padres y legamos a nuestros hijos.
El levantamiento del pueblo de Chile ha revivido una antigua consigna: el pueblo unido jamás será vencido. Recoge, en su vocación por la acción, las luchas de nuestros antepasados y contiene, en su energía poderosa, el futuro.
¡Fin al saqueo a los trabajadores!
¡Adelante el paro nacional!
¡Abajo la represión militar!
¡Que se vaya Piñera! ¡Que se vayan todos!
¡Por un gobierno de los trabajadores!
El pueblo unido jamás será vencido
Partido de los Trabajadores
Chile, Octubre 2019