A terminar lo que empezamos

El levantamiento popular en Santiago se extendió a todo el país en un día. Desde entonces, el pueblo no ha dejado de luchar un solo minuto. Ha llenado avenidas y plazas; ha rendido sus sacrificios, sus muertos, sus heridos, sus presos; ha enfrentado las arremetidas de los criminales; ha resistido a la pandemia y al derrumbe económico; se ha organizado y se ha instruido en la acción; ha medido su poder y ha reconocido a sus enemigos. Chile es hoy la esperanza de los pueblos de América y del mundo; en ninguna parte se ha hecho claridad como en esta tierra.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº77

Como un rayo, se ha dicho, se des­car­gó el 18 de octu­bre sobre Chile. Y es ver­dad. Iluminó la real faz del país. Mostró quién es par­te del pue­blo; y exhi­bió a quié­nes son sus enemi­gos. Manifestó los gran­des obje­ti­vos y deman­das de Chile; y deve­ló los obs­tácu­los e intere­ses que impi­den su rea­li­za­ción. Derribó mitos, ído­los, men­ti­ras y no pocas ilu­sio­nes. En esa cla­ri­dad está el sig­ni­fi­ca­do pro­fun­do del levan­ta­mien­to popu­lar. Puso las cosas en su lugar.

Hoy, un año des­pués, es impo­si­ble ver en el 18 de octu­bre una sim­ple efe­mé­ri­de his­tó­ri­ca. ¿Cómo se pue­de recor­dar, si la his­to­ria está en pleno movi­mien­to? Incluso, una fría eva­lua­ción de los hechos, de los avan­ces y retro­ce­sos, es aje­na a este ani­ver­sa­rio. ¿Qué se ha logra­do que sea defi­ni­ti­vo y real, y qué derro­tas se pue­den valo­rar, cuan­do se está en medio de la batalla? 

Por supues­to, hay quie­nes qui­sie­ran hacer ya un balan­ce defi­ni­ti­vo. Lo qui­so hacer el gobierno cuan­do orde­nó la repre­sión de los esco­la­res que se mani­fes­ta­ban en el metro. Como en una pie­za musi­cal, la bru­ta­li­dad poli­cial iba in cres­cen­do: mar­tes, miér­co­les, jue­ves… ese vier­nes, todo Santiago sabía que algo iba pasar. Entonces, Piñera qui­so cerrar el asun­to con el des­plie­gue de las Fuerzas Armadas. El resul­ta­do que obtu­vie­ron gober­nan­te y mili­ta­res fue una devas­ta­do­ra derro­ta polí­ti­ca y moral en manos de un pue­blo uni­do, movi­li­za­do y sin mie­do alguno. Finalmente, los par­ti­dos del régi­men, exas­pe­ra­dos con la pará­li­sis del gobierno y jefes mili­ta­res, toma­ron la ini­cia­ti­va. Quisieron poner pun­to final al levan­ta­mien­to popu­lar con su acuer­do cons­ti­tu­cio­nal en noviem­bre. Al revés de lo que mucha gen­te cree, ese tra­to no fue cerra­do “entre cua­tro pare­des”, en una sala de reunio­nes, o en una “coci­na” de aque­llas, sino, lite­ral­men­te, en el baño de hom­bres del anti­guo Senado. Así lo han reve­la­do, con la dis­tan­cia que da el tiem­po trans­cu­rri­do, sus par­tí­ci­pes, incons­cien­tes ‑como en todo- del sig­ni­fi­ca­do, real y sim­bó­li­co, de sus acciones. 

El acuerdo fallido

Esta clau­su­ra tam­po­co per­du­ró. Lo que debía ser un gran acuer­do de los par­ti­dos del régi­men ha ter­mi­na­do en su frag­men­ta­ción y divi­sión inter­na. Lo que debía ser una sali­da polí­ti­ca “ins­ti­tu­cio­nal” ha deve­ni­do en una sor­da tri­ful­ca entre “aprue­bo” y “recha­zo”. Tan sor­da es esa pelea, que el más seña­la­do de los jefes polí­ti­cos reac­cio­na­rios, Pablo Longueira, reapa­re­ció de su exi­lio interno para pedir a la dere­cha que vote “aprue­bo” para no sucum­bir ente­ra­men­te. Y hay más. Todos ellos, los de izquier­da, cen­tro y dere­cha, saben que, si se mate­ria­li­za la famo­sa con­ven­ción cons­ti­tu­cio­nal, el poder del régi­men se dis­per­sa­rá más, y su cri­sis se hará más pro­fun­da. Ya ha que­da­do cla­ro: su pac­to se fue ‑hay que decir­lo así- por el excu­sa­do de la historia. 

No sólo se que­da­ron sin acuer­do, sino que, ade­más, le die­ron al pue­blo un ple­bis­ci­to. Y éste lo ha reco­gi­do como un triun­fo suyo, en el mis­mo sen­ti­do, por ejem­plo, en que giró su 10% de las AFP. Lo que debía ser una peque­ña con­ce­sión para envol­ver sus gran­des manio­bras, ter­mi­na sem­bran­do el caos en el régi­men, mien­tras el pue­blo, imper­té­rri­to, toma lo que es suyo. 

El camino del pueblo

Esa es la mane­ra de inter­pre­tar el ple­bis­ci­to pró­xi­mo. El pue­blo se for­ta­le­ce; ellos ‑el gobierno, los polí­ti­cos, los due­ños de los gru­pos eco­nó­mi­cos, los altos man­dos mili­ta­res, los jue­ces corruptos- se debi­li­tan. Quienes obje­tan, con bue­nas razo­nes, el ple­bis­ci­to y el “pro­ce­so cons­ti­tu­yen­te” no debe­rían olvi­dar ese hecho, que es más sóli­do y fir­me que cual­quier legu­le­ya­da y enga­ño político. 

Debiera lla­mar la aten­ción, en este mes de ani­ver­sa­rios, que nadie se atre­vie­ra seria­men­te hacer para­le­lo entre el ple­bis­ci­to pró­xi­mo y aquel rea­li­za­do por la dic­ta­du­ra en 1988. La dife­ren­cia es evi­den­te. Entonces, ya esta­ba for­man­do una pode­ro­sa alian­za entre casi todas las fuer­zas polí­ti­cas, las fuer­zas arma­das, el capi­tal forá­neo y los gru­pos eco­nó­mi­cos que habían toma­do las rien­das de la cla­se domi­nan­te duran­te la dic­ta­du­ra. Hoy, ese blo­que yace des­trui­do e inca­paz de levan­tar otro que lo reemplace. 

El pue­blo, en tan­to, toma aho­ra su pro­pio camino y, tam­bién, se podría decir, sus pro­pios des­víos. Las fuer­zas revo­lu­cio­na­rias deben con­du­cir, pero para ello deben acom­pa­ñar al pue­blo siempre. 

Las lecciones de octubre

Eso es lo úni­co impor­tan­te. Y es la úni­ca lec­ción cons­tan­te, maci­za, que se pue­de sacar del levan­ta­mien­to del 18 de octu­bre de 2019: aquí ya no hay vuel­ta atrás. 

El levan­ta­mien­to popu­lar en Santiago se exten­dió a todo el país en un día. Desde enton­ces, el pue­blo no ha deja­do de luchar un solo minu­to. Ha lle­na­do ave­ni­das y pla­zas; ha ren­di­do sus sacri­fi­cios, sus muer­tos, sus heri­dos, sus pre­sos; ha enfren­ta­do las arre­me­ti­das de los cri­mi­na­les; ha resis­ti­do a la pan­de­mia y al derrum­be eco­nó­mi­co; se ha orga­ni­za­do y se ha ins­trui­do en la acción; ha medi­do su poder y ha reco­no­ci­do a sus enemi­gos. Chile es hoy la espe­ran­za de los pue­blos de América y del mun­do; en nin­gu­na par­te se ha hecho cla­ri­dad como en esta tierra. 

Todo lo demás, todo lo que vie­ne, está por defi­nir­se, en medio de luchas que serán más duras y difí­ci­les. Las con­di­cio­nes inme­dia­tas están mar­ca­das por las con­se­cuen­cias de la pan­de­mia y por la cri­sis eco­nó­mi­ca. Es nece­sa­ria la uni­dad, la cohe­sión y la lucha en torno a las deman­das más inme­dia­tas que han deter­mi­na­do la acción de nues­tro pue­blo, no des­de el 18 de octu­bre, sino des­de hace déca­das. Trabajo, salud, vivien­da, edu­ca­ción, jus­ti­cia, dig­ni­dad: esos son las ban­de­ras prin­ci­pa­les del momen­to. La orga­ni­za­ción, la lucha cons­tan­te, la línea tajan­te entre pue­blo y sus enemi­gos, la cla­ri­dad y la con­cien­cia, son el motor que pro­pul­sa el camino a cam­biar­lo todo. 

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