Hombres y mujeres de Chile: ¡a la revolución!

El miér­co­les 15 de octu­bre fue un día de pri­ma­ve­ra, una jor­na­da labo­ral más para millo­nes de tra­ba­ja­do­res. Pero muchos no podían dejar de adver­tir que algo pasa­ba: el cie­rre de las esta­cio­nes de metro, el des­plie­gue poli­cial en las prin­ci­pa­les ave­ni­das, y de cada tan­to, las accio­nes de eva­sión, pro­ta­go­ni­za­das por jóve­nes, estu­dian­tes secundarios.

Las chis­pas las veían todos, pero pocos se fija­ron en cómo se encen­día la lla­ma. En cómo los gri­tos retum­ba­ban en las esta­cio­nes y cómo muchos levan­ta­ban la vis­ta, deja­ban los pesa­dos pen­sa­mien­tos o la pan­ta­lla del celu­lar: ¿quié­nes son esos cabros, esas chi­qui­llas, que nos están mar­ti­llan­do la con­cien­cia, que nos gri­tan “a la acción, a la acción”?

Nadie se per­ca­tó del des­agra­do, de la des­con­fian­za con la que los tran­seún­tes mira­ban aho­ra a la fuer­za públi­ca, los pique­tes de Carabineros. Nadie midió como el pul­so se ace­le­ra­ba, como las mira­das se encon­tra­ban y decían algo, aún no se sabía qué…

72 horas más tar­de, ven­dría, pues, “el esta­lli­do”. Súbitamente, todos habían levan­ta­do la cabe­za y ya nada podría des­viar la mirada.

El segun­do ani­ver­sa­rio del levan­ta­mien­to popu­lar del 18 de octu­bre es, en reali­dad, el pri­me­ro que per­mi­te un balan­ce y un recuer­do. La fecha en 2020, en medio de la incer­ti­dum­bre de la pan­de­mia, toda­vía era indis­tin­gui­ble del pro­ce­so mis­mo que había desatado.

Hoy, algu­nos qui­sie­ran olvi­dar­lo com­ple­ta­men­te. Es el espec­tro que los ame­na­za. Otros lo ven como un recuer­do incó­mo­do. Es, tam­bién, un peli­gro que pesa sobre sus pla­nes políticos.

Quienes fue­ron par­te del levan­ta­mien­to popu­lar tie­nen posi­cio­nes disí­mi­les. Unos lo con­si­de­ran per­di­do, trai­cio­na­do, derro­ta­do. Otros lo qui­sie­ran revi­vir o repetirlo.

Está ahí, latente.

Pero dos años des­pués, todos coin­ci­den en que sus pre­su­pues­tos inme­dia­tos ‑la pro­tes­ta con­tra los abu­sos, “Chile des­per­tó”, las deman­das pos­ter­ga­das, la dig­ni­dad, etc.- están en entre­di­cho. Hoy son ridi­cu­li­za­dos por sus enemi­gos, y dese­cha­dos u olvi­da­dos, por sus muchos de sus partidarios.

Pero una mira­da fría y rea­lis­ta nos indi­ca que las fuer­zas que rea­li­za­ron el levan­ta­mien­to ya esta­ban ahí, actuan­do, antes de él. Y aho­ra están ahí, actuan­do, des­pués de él.

La expe­rien­cia de lucha del pue­blo de Chile ele­vó a esas fuer­zas a un poder, incom­ple­to, ase­dia­do, pero tam­bién acti­vo y ame­na­zan­te para el régi­men y el domi­nio burgués.

Y esa es la cues­tión que requie­re de una solución.

No es la sim­ple con­me­mo­ra­ción lo que debe ani­mar el 18 de octu­bre de 2021. El espí­ri­tu del levan­ta­mien­to popu­lar, depu­ra­do, ace­ra­do, des­pro­vis­to de los peque­ños y gran­des enga­ños e ilu­sio­nes, nece­sa­ria­men­te nos impul­sa hacia ade­lan­te: a nue­vas jor­na­das, a nue­vas luchas y, sobre todo, a la revo­lu­ción, a una patria que arran­ca­re­mos de las garras de mer­ca­de­res y de la reacción.

Nos impul­sa a un mun­do nue­vo que cons­trui­re­mos los trabajadores.

Pero en muchos sen­ti­dos, ya esta­mos en ese mun­do. Y ya no es el capi­ta­lis­mo el que lo defi­ne. Son las ame­na­zas. Las pan­de­mias, la cri­sis cli­má­ti­ca, las dis­rup­cio­nes y colap­sos del comer­cio y del capital.

En medio de este mun­do, no feliz, sur­ge como res­pues­ta el pro­ta­go­nis­mo de los pue­blos. Surgen los levan­ta­mien­tos y sur­ge el poder de los trabajadores.

La tarea nues­tra hoy es des­cu­brir y emplear a fon­do los fac­to­res que han fal­ta­do, has­ta aho­ra, para ase­gu­rar la vic­to­ria polí­ti­ca y social de ese poder.

Esa es nues­tra tarea del día.

Nosotros no ocul­ta­mos nues­tros pro­pó­si­tos y nues­tros obje­ti­vos. Nosotros que­re­mos un mun­do nue­vo. Y para ello, derro­ca­re­mos a este régi­men; hun­di­re­mos a una cla­se aún domi­nan­te, cadu­ca y rapaz. Debemos ter­mi­nar con todo esto.

Nosotros lla­ma­mos a los tra­ba­ja­do­res, a todo el pue­blo, a la lucha frontal.

El 18 de octu­bre de 2019 abrió el camino. Debemos a lle­gar a su final. Hay que cam­biar­lo todo o la huma­ni­dad segui­rá sufriendo.

El significado del levantamiento popular

Ha sido difí­cil deter­mi­nar el sig­ni­fi­ca­do del 18 de octu­bre. El levan­ta­mien­to popu­lar fue pró­di­go en sím­bo­los, fue tan amplio en expre­sio­nes nue­vas, trans­mi­ti­das inme­dia­ta­men­te, que oscu­re­cen la expe­rien­cia real.

Y la ver­dad es que el sig­ni­fi­ca­do del 18 de octu­bre no está en aque­lla noche en que empe­za­ron a sonar las cace­ro­las, como en el ’83; no está cuan­do se levan­ta­ron las barri­ca­das en las entra­das de las pobla­cio­nes; no está cuan­do zum­ba­ban las balas, cuan­do los mili­cos y los pacos qui­sie­ron extir­par a gol­pes tan­ta rebel­día; no está cuan­do ardie­ron los edi­fi­cios, ni cuan­do lle­ga­ron a sacar las cosas de los super­mer­ca­dos; no está cuan­do se jun­ta­ron 200 per­so­nas en un pla­za, con car­tu­li­nas pin­ta­das como pan­car­tas, o cuan­do muchos cen­te­na­res de miles mar­cha­ron entre el cerro y el mar por ave­ni­da España, o cuan­do se lle­na­ba Vicuña Mackenna o Pajaritos, camino a la Plaza Italia, la Plaza Dignidad.

El 18 de octu­bre es mucho más que eso y, al mis­mo tiem­po, menos. Lo que tie­ne espe­luz­nan­te, de gran­dio­so, de noble, de fes­ti­vo y de terri­ble, es sim­ple­men­te un esla­bón en una cade­na de luchas.

Cuando lo recor­de­mos hoy vale la pena tener eso en cuen­ta. Es la his­to­ria que hacen los pue­blos. Pero la his­to­ria que hace­mos es el con­jun­to de nues­tra exis­ten­cia: son tam­bién los otros momen­tos de nues­tras vidas, ir al tra­ba­jo, dejar a los niños en la escue­la, cuan­do cerra­ron la empre­sa o des­pi­die­ron al her­mano, la enfer­me­dad de la abue­la o cuan­do asal­ta­ron al vecino en su regre­so a casa.

La cla­se tra­ba­ja­do­ra chi­le­na tie­ne una his­to­ria úni­ca en América Latina. Pese al enor­me poder que ejer­ce la bur­gue­sía sobre el con­jun­to de la socie­dad, pese a la influen­cia de otras cla­ses y capas socia­les, la cla­se tra­ba­ja­do­ra de nues­tro país se ha for­ja­do y ha resur­gi­do siem­pre sola. 

El gol­pe del ’73 la pri­vó de sus orga­ni­za­cio­nes, de sus mejo­res líde­res y de sus repre­sen­tan­tes polí­ti­cos. Quedó sola. Y se rear­mó por sus pro­pias fuer­zas. La dic­ta­du­ra es des­cri­ta, fre­cuen­te­men­te, como una lar­ga noche de 17 años de dura­ción. La ver­dad es que, al cabo de sólo un lus­tro, ya hubo un giro: se crea­ban las bases, en arduos com­ba­tes, para lo que des­pués sería una vas­ta lucha popu­lar en con­tra de la tira­nía. Todo eso lo hizo el pue­blo siguien­do su pro­pios tér­mi­nos y con­di­cio­nes. Incluso los par­ti­dos polí­ti­cos vol­vie­ron a reapa­re­cer gra­cias al empu­je des­de abajo.

La dic­ta­du­ra fue reem­pla­za­da por una demo­cra­cia pactada.

Y, de nue­vo, los tra­ba­ja­do­res que­da­ron solos. Sus orga­ni­za­cio­nes fue­ron absor­bi­das por fun­cio­na­rios, des­pla­za­das y anu­la­das. Su posi­ción en la socie­dad que­dó mini­mi­za­da, mien­tras se con­so­li­da­ba un domi­nio férreo, sin fisu­ras, de la cla­se bur­gue­sa, que impu­so un régi­men polí­ti­co en que la expre­sión demo­crá­ti­ca fue reem­pla­za­da por el some­ti­mien­to a los acuer­dos y las com­po­nen­das entre par­ti­dos, la corrup­ción y el saqueo general.

Y, de nue­vo, en esas cir­cuns­tan­cias, la cla­se tra­ba­ja­do­ra se hizo a la tarea, a la lar­ga tarea, de rear­mar­se, de reto­mar su lucha, de deli­near su opción.

Lo que que­re­mos decir con este rodeo es bien sen­ci­llo: el 18 de octu­bre no es un esta­lli­do. Dos déca­das de luchas lo pre­ce­die­ron y pre­pa­ra­ron. Dos déca­das, en que el levan­ta­mien­to popu­lar fue ensa­ya­do en loca­li­da­des recón­di­tas de nues­tra patria. Dos déca­das en que, empu­ja­dos por la juven­tud, el pue­blo vol­vió a tomar las calles, a defen­der sus pobla­cio­nes, a demos­trar su fuerza.

Por eso, el sig­ni­fi­ca­do del 18 de octu­bre es sim­ple­men­te el de mar­car a fue­go una sepa­ra­ción entre el poder de la bur­gue­sía y el poder de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, que se evi­den­ció en innu­me­ra­bles bata­llas y con gran­des sacri­fi­cios duran­te el levan­ta­mien­to popular.

¿Qué queda del 18 de octubre?

¿Por qué fue derro­ta­do el levan­ta­mien­to? Esa es la pre­gun­ta que, en el fon­do, se hacen par­ti­da­rios y detrac­to­res del “esta­lli­do”. Los pri­me­ros, se lamen­tan. Los segun­dos, no se atre­ven a celebrar.

Dos años des­pués, nada ha que­da­do resuel­to. Ni los defen­so­res del vie­jo orden pue­den vol­ver a la nor­ma­li­dad, ni las deman­das popu­la­res se han vis­to satisfechas.

La cri­sis polí­ti­ca, social y eco­nó­mi­ca que dio ori­gen al levan­ta­mien­to y que agu­di­zó con el desa­rro­llo del pro­ce­so, fue trans­for­ma­da por una cri­sis aún mayor, de alcan­ce mun­dial y extra­or­di­na­ria: la pandemia.

En Chile, como en todo el mun­do, la emer­gen­cia glo­bal tuvo un efec­to fun­da­men­tal: pro­vo­có la mayor dis­rup­ción a la vida social coti­dia­na que se haya cono­ci­do a esta esca­la. El mie­do a enfer­mar­se, las res­tric­cio­nes sani­ta­rias, los efec­tos con­cre­tos del virus: todo esto lle­vó a una situa­ción abso­lu­ta­men­te excep­cio­nal. En un ini­cio, favo­re­ció indu­da­ble­men­te a la reac­ción. Se detu­vie­ron las movi­li­za­cio­nes, el gobierno recu­pe­ró par­te de su poder, la lucha polí­ti­ca y social se subor­di­nó a las nece­si­da­des más inme­dia­tas y, en muchos casos, a la ini­cia­ti­va y a las pau­tas ema­na­das del Estado.

Pero, en medio de esa situa­ción excep­cio­nal, se mani­fes­tó la pre­sen­cia de lo que lo que se creó duran­te el levan­ta­mien­to: el poder de los trabajadores.

Ese poder ope­ra en con­tra­po­si­ción al poder de la cla­se domi­nan­te. No lo pue­de hacer median­te el con­trol del Estado, sino que sólo a tra­vés de la acción. Pero esa acción tam­po­co pue­de ser per­ma­nen­te y homo­gé­nea. Se mues­tra, al con­tra­rio, muchas veces, de mane­ra dis­per­sa y discontinua.

Si es así ¿por qué es un poder? Lo es, por­que se basa exclu­si­va­men­te en los intere­ses de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, en las deman­das popu­la­res; por­que bus­ca expan­dir­se y dar­se su orga­ni­za­ción pro­pia; y por­que toma con­cien­cia de que la solu­ción a sus pro­ble­mas ‑los coti­dia­nos y a las gran­des con­tra­dic­cio­nes his­tó­ri­cas que man­tie­nen atra­pa­das al país- pasa por la con­quis­ta de todo el poder.

Ese enfren­ta­mien­to ‑sor­do y sub­te­rrá­neo duran­te este período- expli­ca todos los increí­bles suce­sos que han ocu­rri­do des­de el 18 de octu­bre has­ta hoy.

¿A qué fac­tor debe­mos adju­di­car, por ejem­plo, el hecho de que la cla­se domi­nan­te, el régi­men polí­ti­co impe­ran­te, el Estado bur­gués, hayan con­ce­di­do, como lo hicie­ron, la vir­tual liqui­da­ción de los capi­ta­les de las AFP, median­te los reti­ros del 10%? ¿Qué expli­ca esta expro­pia­ción del capi­tal ‑o recu­pe­ra­ción de los recur­sos de los tra­ba­ja­do­res, lo que es exac­ta­men­te lo mismo- san­cio­na­da por ley, rea­li­za­da en per­fec­to orden y que suma, has­ta el momen­to, el asom­bro­so mon­to de 50 mil millo­nes de dóla­res? Nada de esto tie­ne pre­ce­den­te alguno en la his­to­ria, nada com­pa­ra­ble ha ocu­rri­do en país alguno antes.

¿Cómo pode­mos expli­car que, en el plano polí­ti­co, el régi­men, que supues­ta­men­te ha deja­do atrás las tur­bu­len­cias de las pro­tes­tas, que sus­cri­bió un acuer­do por la paz y una nue­va cons­ti­tu­ción, haya con­ti­nua­do su auto-destrucción? ¿Qué razo­nes hay para el derrum­be polí­ti­co de la dere­cha, para el fin de la Concertación y para que la “izquier­da” del pro­pio régi­men, impo­ten­te y des­orien­ta­da, sea aho­ra, por lo vis­to, la encar­ga­da de asu­mir la ges­tión de la cri­sis? ¿Por qué esas mis­mas fuer­zas polí­ti­cas, supues­ta­men­te libe­ra­das de la pre­sión “de la calle”, ama­gan aho­ra, en los des­cuen­tos, con des­ti­tuir a Piñera, a cuya suer­te se afe­rra­ron para sal­var­se ellos mis­mos en 2019?

Y a la inver­sa ¿por qué las mani­fes­ta­cio­nes popu­la­res, la lucha ince­san­te, no fue sufi­cien­te para lograr un cam­bio demo­crá­ti­co? ¿Cómo es posi­ble que toda­vía haya pre­sos polí­ti­cos en las cár­ce­les? ¿Por qué la con­ven­ción cons­ti­tu­cio­nal, que con­tó con el apo­yo cla­ro, pri­me­ro, y una anuen­cia favo­ra­ble, des­pués, ha sucum­bi­do a la irre­le­van­cia polí­ti­ca, ante la socie­dad, y a los mane­jos par­la­men­ta­rios habi­tua­les, en su pro­pio seno?

La res­pues­ta a nin­gu­na de estas pre­gun­tas pue­de dar­se por sepa­ra­do. Pues la razón es gene­ral: es la excep­cio­nal situa­ción de doble poder, del enfren­ta­mien­to entre el poder bur­gués y el poder de los tra­ba­ja­do­res, el que expli­ca estas paradojas.

Mientras no se resuel­va esta con­tra­dic­ción, la cri­sis nacio­nal con­ti­nua­rá. Y su pro­lon­ga­ción sólo sig­ni­fi­ca el agra­va­mien­to de las con­di­cio­nes de vida eco­nó­mi­cas y socia­les adver­sas para las gran­des mayorías.

Y mien­tras no se entien­da que éste es el pro­ble­ma fun­da­men­tal de nues­tro tiem­po, todas las solu­cio­nes par­cia­les, en vez de pro­por­cio­nar un cier­to mejo­ra­mien­to limi­ta­do, pro­vo­ca­rán la pro­fun­di­za­ción de los efec­tos nega­ti­vos de la crisis.

La cla­se tra­ba­ja­do­ra, como en los perío­dos que hemos rese­ña­do, nue­va­men­te está sola. La rápi­da des­apa­ri­ción de la con­ven­ción cons­ti­tu­cio­nal de la esce­na nacio­nal sólo demues­tra que los repre­sen­tan­tes liga­dos a otras cla­ses no están en con­di­cio­nes de con­du­cir. La pre­sen­te coyun­tu­ra elec­to­ral sólo prue­ba que no hay alter­na­ti­vas, den­tro de este régi­men, que res­pon­dan a las deman­das populares.

Para estar a la altu­ra, los tra­ba­ja­do­res deben orga­ni­zar­se para diri­gir el país. Y para diri­gir el país, debe­mos hacer una revolución.

Ese, com­pa­ñe­ros y com­pa­ñe­ras, es el con­te­ni­do his­tó­ri­co del 18 de octu­bre. Es el ini­cio del pro­ce­so revo­lu­cio­na­rio en nues­tro país, es el comien­zo de una vas­ta lucha revo­lu­cio­na­ria en el nues­tro continente.

El 21 de octu­bre de 2019 noso­tros cons­ta­ta­mos que el levan­ta­mien­to, ini­cia­do en la capi­tal, había deve­ni­do en un movi­mien­to de orden nacio­nal. Y seña­la­mos que el paso que había dado el pue­blo de Chile era irre­ver­si­ble.

Hoy, dos años des­pués, lue­go de expe­rien­cias que, enton­ces, difí­cil­men­te podrían ima­gi­nar­se, ese carác­ter irre­ver­si­ble es la prin­ci­pal con­clu­sión polí­ti­ca de este período.

El levan­ta­mien­to popu­lar ayu­dó a crear las con­di­cio­nes para que los tra­ba­ja­do­res pudie­ran actuar orga­ni­za­da­men­te. Pero las con­di­cio­nes no son equi­va­len­tes a la exis­ten­cia de un movi­mien­to de toda una cla­se, de todo un pue­blo. No exis­tió, en nin­gún momen­to, esa base duran­te los meses que siguie­ron al 18 de octu­bre. Y no exis­tió por­que, recién, se esta­ba crean­do. Entre parén­te­sis, ese es el moti­vo por­que, en el perío­do entre octu­bre de 2019 y mar­zo de 2020, no “cayó Piñera” ni se esta­ble­ció un “gobierno pro­vi­sio­nal” ni una “asam­blea cons­ti­tu­yen­te libre y sobe­ra­na”, “des­de las bases”.

Los pusi­lá­ni­mes de la revo­lu­ción, los doc­tos retar­da­ta­rios de todos los tiem­pos, sos­tie­nen que, antes de pre­ten­der la lucha por el poder, ya debe exis­tir una cohe­sión per­fec­ta, una orga­ni­za­ción gene­ral de la cla­se, una con­cien­cia pre­de­ter­mi­na­da y libres­ca en torno a un obje­ti­vo revo­lu­cio­na­rio. Sólo si esta­mos orga­ni­za­dos, dic­tan, se pue­de luchar. Así, redu­ci­do al lugar común, tie­nen razón.

La ver­dad, sin embar­go, es que orga­ni­zar­se ‑es decir, crear una volun­tad colec­ti­va, una uni­dad polí­ti­ca, méto­dos y for­mas de lucha com­par­ti­dos, una con­duc­ción común- es el efec­to prác­ti­co, no la cau­sa de la lucha. Y esto no es un lugar común, sino la ver­dad his­tó­ri­ca de toda revolución.

El camino revolucionario

Nosotros nos opo­ne­mos fir­me­men­te a quie­nes se ale­jan del pue­blo, decep­cio­na­dos de lo que, creen, son los resul­ta­dos del levan­ta­mien­to. Y nos decla­ra­mos adver­sa­rios de quie­nes pre­ten­den obte­ner peque­ños rédi­tos de poder a cos­ta de los sacri­fi­cios de todo un pue­blo. Siempre apa­re­ce ese tipo de gen­te; ven en los gran­des movi­mien­tos exclu­si­va­men­te su lugar, su ganan­cia per­so­nal. Obedecen, así, a su posi­ción en la socie­dad. Situados entre las cla­ses fun­da­men­ta­les, osci­lan, a veces, a favor de los cam­bios, a veces, en pos de la reacción

Pero no son ellos nues­tros enemi­gos. Más bien, adver­ti­mos que tie­nen que defi­nir­se de qué lado están.

Lo que deli­neó el levan­ta­mien­to popu­lar de una mane­ra cla­ra es, jus­ta­men­te, eso: la defi­ni­ción de quié­nes son los ver­da­de­ros enemi­gos del pue­blo. Son el régi­men polí­ti­co domi­nan­te, los gran­des gru­pos eco­nó­mi­cos loca­les, los capi­ta­les trans­na­cio­na­les, los man­dos poli­cia­les y de las fuer­zas arma­das y los repre­so­res, los jue­ces que favo­re­cen la impunidad.

En con­tra de ese gru­po debe diri­gir­se el movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio. Su poder debe ser des­trui­do de mane­ra definitiva.

En su reem­pla­zo, el poder de los tra­ba­ja­do­res debe eri­gir­se como el úni­co poder. Y, sobre esa base, el pue­blo debe deter­mi­nar demo­crá­ti­ca­men­te la for­ma de orga­ni­za­ción polí­ti­ca, eco­nó­mi­ca y social del país.

El con­te­ni­do de la revo­lu­ción que está pues­ta en la orden del día, que es la tarea con­cre­ta que enfren­ta­mos, vie­ne dado por las deman­das que nues­tro pue­blo ha mani­fes­ta­do duran­te déca­das. El pro­gra­ma que noso­tros levan­ta­mos las refle­ja en su generalidad.

Gobierno de los trabajadores

  • Este sis­te­ma no pue­de seguir. ¡Que se vayan los polí­ti­cos, los corrup­tos y ven­di­dos! Hay que ter­mi­nar con la buro­cra­cia y los negociados
  • La solu­ción es que el país sea con­du­ci­do de acuer­do al inte­rés común de los tra­ba­ja­do­res y sus familias
  • ¡Ninguna deci­sión sin el pueblo!
  • ¡Todo el poder a los trabajadores!

Nacionalización de las indus­trias estratégicas

  • El cobre para Chile: recu­pe­ra­ción total de todas las rique­zas nacio­na­les para el país.
  • Agua, luz, gas y ser­vi­cios sani­ta­rios no pue­den seguir en manos de los mono­po­lios; deben bene­fi­ciar a los chilenos
  • Nacionalización de la ban­ca y del sec­tor financiero
  • Condonación de las deu­das per­so­na­les de los tra­ba­ja­do­res y fin al frau­de de las AFP
  • Control de los tra­ba­ja­do­res de las empre­sas fun­da­men­ta­les para el fun­cio­na­mien­to de la economía.
  • Plan nacio­nal de desarrollo

Educación, salud, vivienda

  • Educación gra­tui­ta, uni­ver­sal e igua­li­ta­ria para todos
  • Toda fami­lia chi­le­na, una casa digna
  • Salud gra­tui­ta, avan­za­da y humana
  • ¡Para el pue­blo, lo mejor!

Un ejér­ci­to del pueblo

  • El poder de las armas debe defen­der y subor­di­nar­se al pue­blo, no a los ricos y a poten­cias extranjeras
  • Hay que disol­ver los actua­les apa­ra­tos mili­ta­res del Estado.
  • Debemos cons­truir una nue­va fuer­za arma­da, cons­cien­te y patrió­ti­ca, de todo el pueblo.

La lucha por la Segunda Independencia de América

  • Chile debe estar a la van­guar­dia de la lucha por una América gran­de, uni­da y res­pe­ta­da entre todas las naciones
  • Hoy, la cla­se tra­ba­ja­do­ra es la con­ti­nua­do­ra del sue­ño de los Libertadores: una América libre y uni­da que ins­pi­re a la huma­ni­dad en la cons­truc­ción de un mun­do nuevo.

El camino de la revo­lu­ción ha de cen­trar­se en aquel requi­si­to que ya hemos seña­la­do: la orga­ni­za­ción de los tra­ba­ja­do­res como cla­se, de mane­ra inde­pen­dien­te, sin subor­di­nar­se al régi­men ni a sus par­ti­dos. Esa orga­ni­za­ción, que no es más que un gran movi­mien­to de nues­tro pue­blo, habrá de levan­tar­se en medio de duras e innu­me­ra­bles luchas.

No enga­ña­re­mos a nadie. No hace­mos pro­me­sas ni ofer­tas. La revo­lu­ción es un tra­ba­jo duro, sis­te­má­ti­co y per­sis­ten­te. Y hoy, la per­sis­ten­cia, la cons­tan­cia, la serie­dad, la hon­ra­dez, la valen­tía y, de nue­vo, la per­sis­ten­cia, son las con­sig­nas de quie­nes asu­men el deber de poner­se en la pri­me­ra línea de combate.

Es la lucha la que cons­ti­tu­ye nues­tro poder. En este perío­do que se abre debe­mos avan­zar de lo sim­ple a lo com­ple­jo. Debemos levan­tar las movi­li­za­cio­nes por la vivien­da, por la edu­ca­ción, por el tra­ba­jo, por la salud, por la libe­ra­ción de los pre­sos polí­ti­cos y la jus­ti­cia, en cada rin­cón de Chile, en cada pobla­ción, en cada lugar de tra­ba­jo, en cada liceo. Sin desfallecer.

La lucha por el poder, por la toma de todo el poder, par­te de la capa­ci­dad de aunar las rei­vin­di­ca­cio­nes que apa­re­cen ais­la­das y dar­le una for­ma común. La pre­pa­ra­ción para la libe­ra­ción par­te de lo peque­ño y se ampli­fi­ca y agran­da median­te la lucha cotidiana.

En este sen­ti­do, es nece­sa­rio pro­po­ner­se obje­ti­vos polí­ti­cos de gran impor­tan­cia. El pri­me­ro de ellos, es la pre­pa­ra­ción de un paro nacio­nal que englo­be las deman­das más urgen­tes de nues­tro pue­blo, y las expre­se en una pla­ta­for­ma defi­ni­da. Esto no pue­de ser mate­ria de impro­vi­sa­ción u opor­tu­nis­mo. Es una tarea de un sig­ni­fi­ca­do gra­vi­tan­te. El obje­ti­vo del paro nacio­nal, que empren­da movi­li­za­cio­nes en todo el terri­to­rio nacio­nal, que gol­pee dura­men­te a la reac­ción, que pon­ga a raya a las fuer­zas repre­si­vas, cons­ti­tu­ye una eta­pa nece­sa­ria, inter­me­dia, en el pro­ce­so de la toma de poder. Significa, en lo medu­lar, un sal­to en la orga­ni­za­ción de los tra­ba­ja­do­res, la deli­nea­ción de su fuer­za, el for­ta­le­ci­mien­to de su uni­dad y la con­so­li­da­ción de una con­duc­ción polí­ti­ca revolucionaria.

¡A la revolución!

Nosotros no esta­mos solos. En todo el mun­do, la nece­si­dad de cam­biar­lo todo se mani­fies­ta en ince­san­tes chis­pas que encen­de­rán la lla­ma revo­lu­cio­na­ria. Pero es el pue­blo el que tie­ne una res­pon­sa­bi­li­dad que con­tra­jo en aquel octu­bre. La tie­ne fren­te sí mis­mo, por los sacri­fi­cios rea­li­za­dos, por los caí­dos, por sus már­ti­res, por la huma­ni­dad que con­tie­nen las espe­ran­zas para nues­tros hijos. Pero tam­bién fren­te al mun­do, fren­te a otros pue­blos que espe­ran una señal, que espe­ran cómo un mar­ti­llo les gol­pee la con­cien­cia con la con­si­ga: ¡a la revolución!