La clase trabajadora asume la conducción

En el Primero de Mayo, las muje­res y hom­bres que con­for­man la aplas­tan­te mayo­ría del país, la cla­se tra­ba­ja­do­ra, pasan revis­ta a sus fuer­zas, a sus orga­ni­za­cio­nes, a su expe­rien­cia, a sus pro­ble­mas inme­dia­tos, a sus valo­res mora­les y a sus anhe­los y esperanzas.

Esta fecha equi­va­le, sin tan­ques ni voces de man­do, a un gran des­fi­le, nacio­nal e inter­na­cio­nal, del enor­me ejér­ci­to de los tra­ba­ja­do­res que dia­ria­men­te crea y vuel­ve a crear al mun­do y a nues­tra patria.

Y esta fuer­za for­mi­da­ble, que ha cons­trui­do su pro­pio poder, debe con­si­de­rar las lec­cio­nes de las gran­des bata­llas que ha libra­do des­de 2019.

El levan­ta­mien­to popu­lar de octu­bre inau­gu­ró una nue­va eta­pa en las luchas de los tra­ba­ja­do­res, en las luchas del con­jun­to de nues­tro pue­blo. En él, se expre­só la fuer­za, la capa­ci­dad de actuar y de impo­ner la volun­tad del pue­blo en con­tra de quie­nes quie­ren con­ser­var sus pri­vi­le­gios y pro­te­ger sus intere­ses. Dejó gra­ba­da, como sobre una pie­dra, la auda­cia de la juven­tud, la valen­tía de las muje­res, la dig­ni­dad de todo un pue­blo que se deci­dió a luchar.

Se cons­tru­yó enton­ces la base fir­me de la unidad.

Ese movi­mien­to coin­ci­dió, y no por mera casua­li­dad, con el esta­lli­do de vas­tas cri­sis mun­dia­les: la pan­de­mia, el derrum­be de los sis­te­mas eco­nó­mi­cos y, hoy, la gue­rra, que no está cir­cuns­cri­ta a una leja­na región, sino que abar­ca a las gran­des poten­cias y al mun­do entero.

El futu­ro se dibu­ja incier­to y amenazante.

El pre­sen­te es de cares­tía y preo­cu­pa­cio­nes coti­dia­nas que pare­cen, a veces, insuperables.

En estas cir­cuns­tan­cias, el Primero de Mayo de 2022 es, más que nun­ca, un acto de reafir­ma­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Frente a su poder, revis­tan la cons­tan­cia y el entu­sias­mo, el sacri­fi­cio y la ale­gría, el tra­ba­jo y la esperanza.

Y este de Primero de Mayo es, menos que nun­ca, una cele­bra­ción de auto­ri­da­des y orga­ni­za­cio­nes, diri­gen­tes y par­ti­dos polí­ti­cos. Es dema­sia­do gran­de el con­tras­te de sus débi­les y sumi­sas expre­sio­nes, com­pa­ra­das con el poder de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, con la fuer­za viva de todo un pue­blo. Ellos, some­ti­dos a un régi­men polí­ti­co anti-popular y a una bur­gue­sía inca­paz de dar­le un rum­bo a la socie­dad; y noso­tros, cono­ce­do­res de nues­tra fuer­za y de lo que nos fal­ta construir.

Este Primero de Mayo, enton­ces, es un lla­ma­do a la conciencia.

Nosotros ya esta­mos can­sa­dos de men­ti­ras y engaños.

Vemos con cla­ri­dad cómo logros y avan­ces ‑o su mera apariencia- se han mar­chi­ta­do rápi­da­men­te, en manos de los ope­ra­do­res del régi­men, los mis­mos que vie­nen actuan­do por décadas.

La pro­me­sa de la con­ven­ción cons­ti­tu­cio­nal se ha ido redu­cien­do a una expre­sión míni­ma, mani­pu­la­da y domi­na­da por los par­ti­dos del régimen.

Las ofer­tas elec­to­ra­les de esos mis­mos par­ti­dos han resul­ta­do ser lo que han sido siem­pre: pro­me­sas incum­pli­das. Después del voto, “no me acuer­do”. O, más bien, una vez obte­ni­dos car­gos y pre­ben­das, se hace cau­sa común con los pre­ten­di­dos adver­sa­rios de antaño.

Mientras, las con­di­cio­nes de vida de las fami­lias chi­le­nas se hun­den. Y todos pode­mos cons­ta­tar que los efec­tos de la cri­sis debe­rán ser sobre­lle­va­dos por noso­tros, mien­tras los gran­des intere­ses eco­nó­mi­cos incre­men­tan sus ganancias. 

Todas las vías que se han inten­ta­do sin el pue­blo han con­du­ci­do al fra­ca­so. Ese el balan­ce que nos ofre­ce la cla­se domi­nan­te y su régimen.

Esto nos indi­ca una dura ver­dad: el prin­ci­pal pro­ble­ma de hoy es la fal­ta de con­duc­ción. Ha que­da­do cla­ro que nin­gu­na de las fac­cio­nes del régi­men, inclu­yen­do a las pre­ten­di­da­men­te “pro­gre­sis­tas”, es capaz de diri­gir el país. Cada medi­da que adop­tan sólo pro­fun­di­za la crisis.

Para la cla­se tra­ba­ja­do­ra, esta situa­ción es una adver­ten­cia. O asu­mi­mos noso­tros esa tarea, de dar una orien­ta­ción defi­ni­da a la socie­dad, o las con­di­cio­nes para ase­gu­rar nues­tra sub­sis­ten­cia empeo­ra­rán, las posi­bi­li­da­des de ofre­cer un mejor futu­ro a nues­tros hijos se verán comprometidas.

Se tra­ta de una misión difí­cil, pero que pode­mos cum­plir si for­ta­le­ce­mos y defen­de­mos nues­tra prin­ci­pal arma: la unidad.

Políticos y empre­sa­rios, y sus pro­pa­gan­dis­tas y emplea­dos, ope­ran para debi­li­tar la uni­dad. Buscan sepa­rar las luchas de los estu­dian­tes secun­da­rios de los esfuer­zos de sus padres y madres; quie­ren divi­dir las movi­li­za­cio­nes de los pobla­do­res de los empe­ños de orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les; quie­ren con­fun­dir las deman­das del movi­mien­to de las muje­res con las ambi­cio­nes per­so­na­les de fun­cio­na­rias y bene­fi­cia­rias de pre­ben­das esta­ta­les. Muchos pre­ten­den, en fin, impo­ner la obse­cuen­cia a deter­mi­na­das auto­ri­da­des o par­ti­dos polí­ti­cos como cri­te­rio rector.

No ten­drán éxito.

Porque el úni­co prin­ci­pio que vale es la nece­si­dad de actuar uni­dos como pue­blo, de acuer­do a sus nece­si­da­des, sus aspi­ra­cio­nes y sus deman­das. Todo lo demás, debe subor­di­nar­se a esas metas.

Es nece­sa­rio, nue­va­men­te, ampli­fi­car aquel lla­ma­do a la con­cien­cia, para que alcan­ce a todas las orga­ni­za­cio­nes, de índo­le polí­ti­ca o social, que se recla­man par­te del pue­blo. No es este el momen­to de ante­po­ner con­sig­nas par­ti­cu­la­res y obje­ti­vos pro­pios a la gran tarea de unir a la úni­ca fuer­za capaz de enmen­dar los des­ti­nos del país: el con­jun­to del pue­blo, tal como se mani­fes­tó en el levan­ta­mien­to de octubre.

En ese sen­ti­do, lla­ma­mos, sobre la base de la uni­dad y de la inde­pen­den­cia de inje­ren­cias del régi­men, a un tra­ba­jo con­jun­to entre todas las orga­ni­za­cio­nes popu­la­res para enfren­tar las polí­ti­cas que gol­pean las con­di­cio­nes de vida de los tra­ba­ja­do­res y sus fami­lias, que pre­ten­den per­pe­tuar la repre­sión como prin­ci­pal méto­do polí­ti­co del Estado y que bus­can favo­re­cer a los gran­des capi­ta­les en medio de la cri­sis económica.

Será menes­ter, pro­ba­ble­men­te pron­to, aunar todas las luchas en gran­des cam­pa­ñas, en jor­na­das de movi­li­za­ción loca­les, regio­na­les y nacio­na­les, en un paro gene­ral que demues­tre el poder de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y cam­bie la direc­ción que ha toma­do el país. 

Para mate­ria­li­zar este pro­pó­si­to, no es nece­sa­rio pro­po­ner gran­des con­sig­nas. Al revés, se debe avan­zar de lo sim­ple a lo complejo.

Lo más com­ple­jo, la expe­rien­cia reu­ni­da en estos años de gran­des luchas, ya está rea­li­za­do. Falta lo sim­ple. Convertir esa fuer­za acu­mu­la­da en algo pro­pio y permanente.

Eso es la conducción.

Es la labor de orga­ni­za­ción, de soli­da­ri­dad, de acción, de movi­li­za­ción, rea­li­za­da en cada pobla­ción, en cada lugar de tra­ba­jo, en cada liceo. Diariamente, sin des­can­so. En esas luchas coti­dia­nas se for­ma la capa­ci­dad colec­ti­va para con­du­cir a un país.

No debe­mos con­fiar sino en nues­tras pro­pias fuer­zas. No debe­mos con­ce­der un solo milí­me­tro a la des­unión, a la con­fu­sión, sem­bra­da por quie­nes pro­fi­tan de este sistema.

Es mani­fies­to que debe­mos remo­ver las barre­ras que impo­ne un régi­men polí­ti­co corrup­to y saquea­dor a las posi­bi­li­da­des de desa­rro­llo, de bien­es­tar, de un nue­vo orden, para nues­tra patria. 

Y debe­mos actuar con la moral demos­tra­da, una y otra vez, por el pue­blo chi­leno; con las vir­tu­des que ha asen­ta­da ya en la historia.

Con auda­cia, valen­tía y dignidad:

¡La cla­se tra­ba­ja­do­ra asu­me la conducción!