A paso de gigantes

No hay tiempo que perder para levantar las organizaciones de lucha de los trabajadores, pobladores, los estudiantes secundarios, de las mujeres, en todos los lugares, en todo el país.

Sus métodos de trabajo han de ser indefectiblemente la movilización, la organización, la independencia de clase y la completa y clara oposición a los partidos del régimen, incluyendo al gobierno actual.

La Estrella de la Segunda Independencia Nº80

Un sen­ti­mien­to de pro­fun­da incer­ti­dum­bre y con­fu­sión se ha apo­de­ra­do del país.

Para los tra­ba­ja­do­res, el pre­sen­te se mues­tra como una inter­mi­na­ble cami­na­ta cues­ta arri­ba, todos los días. El futu­ro se dibu­ja borro­so y en los colo­res más oscuros.

Y nadie se ofre­ce a seña­lar una cer­te­za y un camino de cómo supe­rar una cri­sis que se pro­lon­ga ya por dema­sia­do tiem­po. En medio de esta irre­so­lu­ción cun­den los sen­ti­mien­tos de temor.

Los recien­tes pro­ce­sos polí­ti­cos sólo aumen­tan esa sen­sa­ción de una ausen­cia agu­da de con­duc­ción, en nues­tras vidas coti­dia­nas, en el país y en el mundo.

Las cúpu­las del régi­men se engar­zan en sor­das pug­nas que sólo encu­bren su inde­ci­sión e inca­pa­ci­dad, mien­tras ace­le­ran su pro­pio pro­ce­so de putrefacción.

Quisieron sal­var­se con una nue­va cons­ti­tu­ción, sólo para ter­mi­nar abra­zan­do la de Pinochet que aho­ra quie­ren reela­bo­rar, lite­ral­men­te. Quisieron eli­mi­nar el Senado, sólo para vol­ver a tra­tar de gober­nar des­de el par­la­men­to. Quisieron ele­var el “pro­gre­sis­mo”, el libe­ra­lis­mo, como una reno­va­ción polí­ti­ca, sólo para ter­mi­nar ado­ran­do las botas mili­ta­res y las lumas policiales.

Enfrentados a la tarea de impo­ner los dic­ta­dos del capi­tal sobre las masas popu­la­res, titu­bean y miran, teme­ro­sos, en su derre­dor. Nadie quie­re tomar la ini­cia­ti­va. Todos ellos quie­ren algo con­tra­dic­to­rio: sal­var­se a sí mis­mos y sal­var al régimen.

Ahora quie­ren que el ter­cer ani­ver­sa­rio del 18 de octu­bre, mar­ca­do por el derrum­be de sus pro­yec­tos y pla­nes, de sus pro­pó­si­tos y pro­me­sas, sir­va para des­te­rrar todo ves­ti­gio del levan­ta­mien­to popu­lar de 2019.

Las empren­den en con­tra de un fantasma.

No es muy dis­tin­to o, aca­so, es el mis­mo que aquel espec­tro de las revo­lu­cio­nes euro­peas de 1848, per­se­gui­do en una “san­ta jau­ría” por “el Papa y el zar, Metternich y Guizot, radi­ca­les fran­ce­ses y poli­cías alemanes”.

Bastaría inter­cam­biar nom­bres e ins­ti­tu­cio­nes y el resul­ta­do sería el mis­mo: inú­til. No se pue­de atra­par a un fantasma.

El levan­ta­mien­to popu­lar ini­cia­do el 18 de octu­bre de 2019 repre­sen­ta para las cla­ses pudien­tes una increí­ble ame­na­za que qui­sie­ran conjurar.

Para sus pro­ta­go­nis­tas, sin embar­go, es un capí­tu­lo más de una lucha de cla­ses ascen­den­te y sis­te­má­ti­ca, cuyo paso se ace­le­ró en aque­lla primavera.

En efec­to, si el 18 de octu­bre algo tie­ne que ver con la lucha de cla­ses ‑es decir, con las nece­si­da­des insa­tis­fe­chas y el recla­mo de dig­ni­dad de las gran­des mayo­rías fren­te a quie­nes se eri­gen como sus explo­ta­do­res y opresores- éste no ha ter­mi­na­do. Está en pleno cur­so de su desa­rro­llo, más rápi­do, más pro­fun­do, más decisivo.

Este ascen­so de la lucha de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y el pue­blo vie­ne de muy lejos y no se ha dete­ni­do des­de entonces.

Ya en la segun­da mitad de la déca­da de 1960, como par­te de las gran­des luchas revo­lu­cio­na­rias en el mun­do y en nues­tro con­ti­nen­te, se advier­te un sal­to en la deci­sión, en la con­cien­cia, la cohe­sión y la orga­ni­za­ción de los tra­ba­ja­do­res. Sus filas se engro­san con amplias masas que migran del cam­po a las ciu­da­des; con la apa­ri­ción en esce­na de la juven­tud; con el des­per­tar de las muje­res, pobla­do­ras, obre­ras, que comien­zan a sacu­dir la modo­rra de la depen­den­cia y la subor­di­na­ción; con la rebe­lión de las masas cam­pe­si­nas y de los mapu­che que se levan­tan en con­tra del despojo.

Ese impul­so his­tó­ri­co, sin pre­ce­den­tes en su ampli­tud y pro­fun­di­dad, fue cana­li­za­do por par­ti­dos polí­ti­cos, enton­ces, vita­les y acti­vos, de la izquier­da; inclu­so pene­tró en los par­ti­dos bur­gue­ses. Debido a ello, se con­si­de­ra al gobierno de la Unidad Popular como su expre­sión más pro­pia. El gol­pe de 1973, en esa línea, es vis­to, con­si­guien­te­men­te, como la gran derro­ta de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y del movi­mien­to popular.

Esa visión, sin embar­go, no se con­di­ce con los hechos históricos.

La dic­ta­du­ra se empe­ñó en des­truir a los líde­res más salien­tes, a las orga­ni­za­cio­nes socia­les y a los par­ti­dos. Al cabo de pocos años, había logra­do ese obje­ti­vo, que le per­mi­tió sal­var a una cla­se domi­nan­te que esta­ba exáni­me y en rui­nas. Sin embar­go, el pue­blo no fue derro­ta­do. En ape­nas diez años de san­gui­na­rio régi­men, se levan­tó abier­ta­men­te y enfren­tó al enemi­go. Lo hizo con una mag­ni­tud tal que la his­to­ria chi­le­na no había vis­to antes.

Y lo hizo con nue­vas for­mas, con otro tipo de líde­res, méto­dos y orga­ni­za­cio­nes. La lucha se des­pla­zó hacia las pobla­cio­nes, la juven­tud tomó un pro­ta­go­nis­mo prin­ci­pal. El pue­blo se dotó de for­ma­cio­nes arma­das que com­ba­tían a la repre­sión en todos los planos.

No había el pue­blo ama­sa­do tal gra­do de poder nun­ca antes en la historia.

Este poder, sin embar­go, no tuvo una corres­pon­den­cia simi­lar en otras lati­tu­des. Las gran­des luchas en Chile coin­ci­dían con una extra­or­di­na­ria movi­li­za­ción del impe­ria­lis­mo esta­dou­ni­den­se y el debi­li­ta­mien­to de los paí­ses que se le oponían.

Y aquel poder insó­li­to fue, al mis­mo tiem­po, coop­ta­do o des­via­do por par­ti­dos polí­ti­cos que, mien­tras levan­ta­ban las ban­de­ras de la demo­cra­cia, con­for­ma­ban la base del actual régi­men, some­ti­do a las ansias de saqueo del capi­tal trans­na­cio­nal de nues­tros recur­sos naturales.

El mane­jo que ejer­cie­ron los par­ti­dos del régi­men sobre las orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les, pobla­cio­na­les, estu­dian­ti­les, fue inten­so, pero bre­ve. Duró lo sufi­cien­te para dejar­las aba­ti­das y sin des­tino. Se con­si­de­ró enton­ces que esa era la derro­ta defi­ni­ti­va del pue­blo; que ese era el fin mis­mo de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Desprovista de for­mas de expre­sar­se y de actuar, ésta deja­ría, prác­ti­ca­men­te, de existir.

Una idea nota­ble e increíble.

Los hechos, nue­va­men­te, dije­ron lo con­tra­rio. Las masas popu­la­res reto­ma­ron una vez más su camino, con más bríos, con más fuer­za, con más deci­sión, repre­sen­ta­das, entre muchas otras expre­sio­nes, por los levan­ta­mien­tos popu­la­res en nume­ro­sas regio­nes y loca­li­da­des del país, y por el sur­gi­mien­to de la juven­tud pro­le­ta­ria, de los estu­dian­tes secun­da­rios que empu­ja­ron nue­va­men­te la lucha. Se con­vir­tie­ron los esco­la­res en agi­ta­do­res y pro­pa­gan­dis­tas, en orga­ni­za­do­res, pero, sobre todo, en los pro­mo­to­res de acción y la conciencia.

Nunca antes en la his­to­ria, la capa­ci­dad del pue­blo alcan­za­ba esa pro­yec­ción de futu­ro y esa voluntad.

Es fácil, enton­ces, con­si­de­rar el 18 de octu­bre como la sín­te­sis de estas déca­das de expe­rien­cia, y como su for­ma definitiva.

Lo pri­me­ro es correc­to. Lo segun­do, un error reiterado.

El levan­ta­mien­to popu­lar sig­ni­fi­có, en los hechos, un sal­to a una nue­va eta­pa, pero eso no ocu­rrió debi­do al mero paso del tiem­po. Su fuer­za se des­en­ca­de­nó debi­do a las cir­cuns­tan­cias de la gran cri­sis gene­ral del capi­tal; sus for­mas se nutrie­ron de las rebe­lio­nes popu­la­res en leja­nos rin­co­nes del globo.

Su deve­nir ha esta­do, del mis­mo modo, con­di­cio­na­do por las gran­des expre­sio­nes de esa cri­sis mun­dial, como lo fue la pan­de­mia, que fre­nó su ver­ti­gi­no­so rit­mo de desarrollo.

Y, sin embar­go, tam­bién esa pau­sa, ese replie­gue, fue nece­sa­rio. Bajo las con­di­cio­nes de la pan­de­mia has­ta aho­ra, se pro­ba­ron todas las for­mas y con­ce­sio­nes ofre­ci­das por el régi­men; se mos­tra­ron, en su ver­da­de­ra faz, todas las cla­ses y fuer­zas socia­les, con sus intere­ses y aspi­ra­cio­nes; y se derrum­ba­ron las enso­ña­cio­nes teji­das por opor­tu­nis­tas e ilusos.

No es sor­pren­den­te, enton­ces, que deba­mos aho­ra hacer sobrias cuen­tas con la realidad.

Junto al inigua­la­ble avan­ce de la uni­dad, a la for­mi­da­ble deter­mi­na­ción de lucha, a la con­cien­cia que se abrió paso en la acción, el levan­ta­mien­to popu­lar deve­ló tam­bién la más níti­da de las caren­cias: la nece­si­dad impe­rio­sa de una con­duc­ción.

Esa tarea polí­ti­ca es la más difí­cil de todas, pues la con­fu­sión y la incer­ti­dum­bre tie­nen tam­bién sus mani­fes­ta­cio­nes en los sec­to­res más avan­za­dos y orga­ni­za­dos de las masas. En nues­tro con­cep­to, levan­tar una con­duc­ción exi­ge un quie­bre tajan­te y defi­ni­ti­vo con el régi­men polí­ti­co domi­nan­te y cual­quie­ra de sus manio­bras polí­ti­cas, como, por ejem­plo, el “pro­ce­so constitucional”.

Exige una dis­po­si­ción nue­va, de incon­di­cio­nal con­fian­za en el pue­blo y sus capa­ci­da­des. Esa es la base para esta enor­me labor de la conducción.

No hay tiem­po para diva­ga­cio­nes o nue­vas ilu­sio­nes. Los pro­ble­mas que enfren­ta­mos como pue­blo son dema­sia­do gra­ves y urgentes.

Tal como lo hemos veni­do dicien­do, la cri­sis mun­dial requie­re de una nece­sa­ria defi­ni­ción. La cares­tía y el empo­bre­ci­mien­to, las gue­rras y las tur­bu­len­cias polí­ti­cas, la fal­ta de orien­ta­ción, de rum­bo y, sí, de un orden opues­to al caos que siem­bra este sistema.

Y tal como tam­bién hemos dicho, el fin de la cri­sis sani­ta­ria no sig­ni­fi­ca más esta­bi­li­dad, sino más zozo­bra, sobre todo eco­nó­mi­ca, que se des­car­ga­rá sobre los trabajadores.

Nosotros reite­ra­mos el lla­ma­do a las orga­ni­za­cio­nes que defien­den los intere­ses popu­la­res, a las agru­pa­cio­nes polí­ti­cas revo­lu­cio­na­rias, a todos los com­pa­trio­tas que saben que éste es el momen­to de defen­der lo nues­tro, a la uni­dad, a la uni­dad más amplia y más férrea.

Consideramos que no hay tiem­po que per­der para levan­tar las orga­ni­za­cio­nes de lucha de los tra­ba­ja­do­res, pobla­do­res, los estu­dian­tes secun­da­rios, de las muje­res, en todos los luga­res, en todo el país.

Sus méto­dos de tra­ba­jo han de ser inde­fec­ti­ble­men­te la movi­li­za­ción, la orga­ni­za­ción, la inde­pen­den­cia de cla­se y la com­ple­ta y cla­ra opo­si­ción a los par­ti­dos del régi­men, inclu­yen­do al gobierno actual.

Sus prin­ci­pios son esa uni­dad, la con­fian­za en el pue­blo y el reco­no­ci­mien­to de la nece­si­dad de una con­duc­ción for­ja­da en el tra­ba­jo sis­te­má­ti­co, en la leal­tad, en la hon­ra­dez y en la humildad.

Su tác­ti­ca ha de ser la de con­ver­tir ‑paso a paso, de lo sim­ple a lo complejo- todas las deman­das y rei­vin­di­ca­cio­nes, todas las luchas, en una sola lucha, en un gran movi­mien­to nacio­nal, que aglu­ti­ne a todas las fuer­zas en torno a paro general.

Su obje­ti­vo tam­bién es cla­ro: es nece­sa­rio ter­mi­nar con este régi­men ‑que se vayan todos- y que sea el pue­blo el que deter­mi­ne la for­ma de diri­gir el país.

Esto es una lucha en ascen­so. Nunca el pue­blo había crea­do, con su reso­lu­ción, con­di­cio­nes más favo­ra­bles para su triun­fo como hoy. Nunca fue su acción más nece­sa­ria que aho­ra, en Chile y en el mun­do. No esta­mos solos en este camino.

A paso de gigan­tes, el pue­blo remue­ve todo lo que debe ser remo­vi­do, cons­tru­ye todo lo que debe ser crea­do, en su avan­ce impa­ra­ble a la liberación.

Camina, aho­ra sí, a paso de vencedores.

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