El camino de la revolución americana
El 9 de diciembre de 1824, en las alturas peruanas, una espada liberaba a América del dominio español. En la hora máxima, confluían, en espíritu, los libertadores en Ayacucho. Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Bernardo O’Higgins, José de San Martín. La victoria en la Batalla de Ayacucho, que en quechua significa “el lugar del alma”, se transformó en el punto de inflexión de la revolución americana, la primera independencia. América era libre.
Fue la culminación de un conjunto de sucesos que no fueron resultado del azar. Antes había nacido un grupo de hombres que adquirió el sentimiento criollo y, por sobre todo, la conciencia de que la patria era su bandera. Se armó de una ideología que universalizara su posición. Se organizaron bajo la forma de una logia, o como diríamos hoy, un partido, para planificar la toma del poder. Aprendieron el arte militar para no ser aniquilados. Unificaron su lucha, y declararon que eran un solo pueblo. Supieron escoger el momento específico para comenzar la Revolución, con la aurora de 1810. Y eligieron al mejor de ellos, Simón Bolívar, para conducir la lucha continental.
los libertadores
La revolución americana no podría haber triunfado sin la constante, frenética, exaltación de los valores de los Libertadores: para ser patriota, había que amar a la patria; para ser patriota, había que morir por la patria. En ese momento, se jugaba no sólo la libertad de un territorio, de hombres, de un continente, sino de toda la humanidad.
Esa disposición subjetiva incondicional nacía, no de un temperamento, sino de un pensamiento, una convicción. La revolución americana mandaba a cambiarlo todo, a trastocar el mundo conocido por uno mejor, aún no concebido, donde todo era creación. La bandera era el futuro de sus hijos, pero con el sacrificio y la sangre que les debía costar a quienes la guiaran. Desde el sur y del norte avanzaron estos Padres de América. Consolidaron sus posiciones hasta obligar al enemigo a la batalla decisiva.
Hoy, el significado de la revolución independentista ha sido oscurecido por elogios oficiales y por historiadores de diversas tendencias. Quienes han dominado el discurso sobre la independencia buscan encuadrar a las Libertadores en sus parámetros. Y no ven que el propósito de los revolucionarios se adelantaba a su tiempo, a sus condiciones sociales y el pensamiento de la época. No comprenden el carácter especial de esa revolución, centrada en el hombre y la humanidad; es decir, materialista. No entienden la conexión de la gesta americana con una lucha emancipadora universal.
Lo que se quiso lograr, principalmente, no fue derrocar al régimen existente, sino cambiarlo por uno mejor, cuyos contornos no se habían definido. Ese fue el objetivo revolucionario. No expulsar a los españoles, sino mostrarles la posibilidad de un mundo mejor.
El camino que se saldó en las cumbres de Ayacucho, alumbró como un faro los designios futuros de la trayectoria americana. Una y otra vez, durante los 135 años posteriores, hombres y mujeres de nuestra América trataron de cumplir con el sueño de Bolívar.
la revolución cubana
El 1 de enero de 1959, en la ciudad cubana de Santa Clara, termina la fase final de otra batalla. Se constituye otro punto de inflexión. Ahora, es el inicio de la Segunda Independencia de América.
En golpes sucesivos va cayendo el ejército del gobierno de Fulgencio Batista, derrotada por los combatientes del Movimiento 26 de Julio. A su cabeza, Ernesto Guevara, que rompe la columna vertebral de su fuerza militar en esa zona. Siguiendo las órdenes de Fidel Castro, precipita así una definición estratégica. Con la victoria de Santa Clara, se abre el camino a La Habana. Ese mismo día, los triunfadores ingresan a la capital.
aprender de las victorias
Las similitudes de este acontecimiento con la Primera Independencia son evidentes. Pero ahora, la lucha se fortalece. En Santa Clara, los Libertadores ya no son un puñado de visionarios. Son hombres y mujeres comunes, es el pueblo. La convicción de vencer está concentrada en una ideología, en el desarrollo del materialismo, el marxismo, que conduce aquel anhelo natural del ser humano de avanzar. El partido es fundamental, porque organiza y dirige a los trabajadores a cumplir con el cometido de alcanzar su liberación. Indefectiblemente, la lucha del pueblo es ofensiva; es de supervivencia y de defensa de sus familias.
Las normas y el poder del régimen dominante ya no son válidos, pues representan lo caduco, a la clase explotadora, la hipocresía y la maldad. Frente a ello, surge el poder popular desde las entrañas de los oprimidos.
Estas luchas nacionales y patrióticas son la semilla de la segunda revolución americana.
El Ché será el brazo justiciero del pueblo, el hombre hecho hombre en el combate contra la desigualdad y la injusticia. Fidel se transforma en el adalid de América, en encarnación de la moral de nuestro pueblo, en el pensamiento emancipador de la humanidad.
Marcan ellos, también, el fin de lo viejo y el nacimiento de una nueva época.
Son los triunfos de Ayacucho y Santa Clara las lecciones más valiosas para los pueblos de la América irredenta. Nosotros, los trabajadores, estamos habituados a levantarnos una y otra vez tras derrotas sucesivas e interminables, y comenzar de nuevo. La experiencia extraída de los reveses, contrario a la sabiduría convencional, encierra escasa utilidad. Pero esas glorias de Ayacucho y Santa Clara, esa afirmación de la vida, de lo nuevo, contienen las enseñanzas indispensables sobre la posibilidad y el sentido de nuestra victoria.
Se puede vencer, debemos vencer. La Segunda Independencia de nuestra América, la revolución de nuestros días, para ser efectiva, deberá reunir la visión y el desinterés de los Libertadores; la conducción y la organización revolucionarias; la ideología de la emancipación de la humanidad; y la decisión y la esperanza de los hombres y mujeres comunes.
Un día, Bolívar y Sucre vencieron en Ayacucho y nos hicieron americanos. Otro día, Fidel y el Che vencieron en Santa Clara y señalaron el camino. Y hoy, nosotros comenzamos a cambiarlo todo, avanzamos a la victoria.