Educación gratuita, nacionalización del cobre, regionalización, asamblea constituyente, nuevo código laboral, aumento del salario mínimo, fin al lucro, nuevos hospitales, AFP estatal, bono marzo, condonación de las deudas, marihuana legal, mejores sueldos, reconocimiento a los pueblos originarios, paneles solares para todos, Estado federal, Buen Vivir y ciclovías. La política chilena parece haber sucumbido a una verdadera fiebre. Los candidatos compiten ya no según sus alineaciones políticas e ideológicas, sino por quién ofrece más cambios al sistema. Así, Matthei dice defender el modelo de la socialdemocracia sueca; Bachelet, responsable política de la represión a los mapuche, estudiantes y trabajadores, sostiene ahora que es injusto haberles aplicado la ley antiterrorista a los primeros; Marco Enríquez-Ominami, quien había abogado por la privatización de Codelco, está hoy por la nacionalización de todos los recursos naturales… Se podría continuar, pero se trata de los efectos del novísimo reformismo criollo.
teoría... y praxis
El reformismo despierta luego de un plácido sueño de varias décadas en que primó la anulación de reformas aplicadas en épocas anteriores. Hay dos formas de entender su significado. Una, es su expresión ideológica, el postulado general de que no se debe cambiar el actual sistema, sino mejorarlo. De ese modo, argumentan, se evitarían los trastornos y los costos que conlleva toda transformación fundamental. Esta doctrina tiene amplia aceptación: desde el liberalismo hasta nuestro Partido Comunista local abrazan, con diversos matices y consideraciones, el criterio de que las reformas dentro del sistema constituyen la forma realista de lograr cambios.
Ese es el plano de la teoría. En la praxis, las cosas son bastante distintas. El reformismo aparece allí no con buenas razones y consejos prudentes, sino como una función política del capital para salvar el orden que lo sustenta. Aparece, como hoy, en los momentos de crisis, de agudización de la lucha de clases, como remedio o solución a los problemas que pretendidamente causan las turbulencias sociales. En esa función política radican también las contradicciones del reformismo “práctico”. Al mismo tiempo que busca atenuar la lucha de clases, ayuda a hacerla más visible, a darle cauces concretos, a fijar metas y develar las posiciones de todas las fuerzas políticas.
El reformismo remendado de hoy pertenece a esa última categoría. Lejos de proponer cambios reales, aun dentro del sistema, aspira al mínimo común denominador que proteja al capital al menor costo posible. La pregunta es cuál es ese “mínimo”. Todas las fuerzas políticas parecen coincidir en que se trata de cambios en la educación. Impresionadas y golpeadas por las movilizaciones de 2011, apuestan a que reformas aplicadas en ese terreno ayuden a aplacar futuras movilizaciones.
lucha de clases
Pero actuar al azar no es prudente. No frena la lucha de clases, la impulsa. Por ejemplo, la educación gratuita ofrecida como prenda de campaña por Bachelet es, en realidad, una promesa que deberá realizar el gobierno subsiguiente, en 2020. Durante su probable mandato, espera mantener, en lo esencial, el esquema propuesto por Piñera. Otro ejemplo: ante la crisis del sistema de pensiones, ofrece una AFP estatal. Pero con eso, se crearía una entidad asegurada con una garantía –tácita- del fisco, mientras los fondos del resto de las AFP seguirían sujetos al peligro de ser borrados por la especulación financiera.
En otras palabras, ¿se puede frenar el movimiento por la educación prometiendo educación gratuita, pero sin darla en realidad? ¿Se puede impedir la estatización de todos los fondos de pensiones y, a la vez, crear las condiciones que aceleran exactamente esa medida, pero ya no como “reforma”, sino como necesidad extrema? ¿Son realistas esas apuestas?
El problema se hace más evidente cuando las medidas propuestas adoptan un tinte más “radical”. Hay quien llama a nacionalizar el cobre y, a la vez, quiere cobrarle más impuestos a las mineras trasnacionales. ¿Cómo cuadra eso?
He ahí la contradicción suprema de este tipo de reformismo que coincide con la crisis del régimen político; es decir, con la progresiva anulación de la capacidad de conducción política de la burguesía. No acomete reformas reales, sino busca reaccionar ante estímulos cuyo verdadero significado no es capaz de descifrar. Como un trasnochado jugador, está obligado a doblar una y otra vez su apuesta, hasta que llega el momento de la bancarrota. El reformista, que había comenzado la velada con altas esperanzas y un traje impecable, mirará entonces en su derredor, con los ojos vidriosos y desesperados.
Así, la crisis se profundizará. Se vuelve general y cada vez más ajena a la voluntad y los mecanismos de conducción de quienes pretenden salvar el sistema. La opción, entonces, será la de continuar con el declive que lleva a extremar los antagonismos en la sociedad o imponer una solución revolucionaria a la incertidumbre y el desorden creados desde arriba.
el dilema
Reformismo o revolución. El dilema no expresa un problema teórico: nosotros, los revolucionarios, luchamos diariamente por las demandas populares, es decir, por medidas que bien podrían describirse como “reformas” a este sistema. La diferencia es práctica. No creemos en ilusiones, en los golpes de suerte. No actuamos cuando ya es demasiado tarde, y de manera precipitada. No postulamos la imprudencia de ensayar soluciones parciales, que no alivian, sino agravan los problemas. Rechazamos la pretensión fanática e insensata de mantener con vida a un orden que ya está muriendo.
Al contrario, la labor de los revolucionarios es sistemática y realista. Apela a la sensatez. Rechaza el fanatismo de quienes se aferran al poder o aspiran a obtener una pequeña cuota de él. Enfrenta el temor de quienes creen que es imposible un cambio. Propone construir un nuevo orden hoy, cuando es necesario, no en un futuro indefinido o cuando un destino mítico así lo disponga.
Por estas razones, llamamos a combatir el reformismo, en todas sus variantes. Convocamos a abstenerse en las próximas elecciones y a profundizar la lucha por las demandas populares; por la educación, la salud, el trabajo, la vivienda, por la dignidad. Hoy lo que importa, no son los candidatos y los votos, sino la organización y la movilización. Lo que importa es construir una conducción de la clase trabajadora.
Hoy la tarea es preparar la victoria.
Debemos unirnos,
Debemos organizarnos,
Debemos luchar,
Debemos vencer.