La crisis en Venezuela tiene en vilo a América Latina. Mientras la oposición interna busca, con un éxito sólo parcial, mantener las manifestaciones y las protestas, en el resto del continente todas las fuerzas políticas son interpeladas a tomar posición a favor o en contra del gobierno bolivariano.
Las causas de esta disyuntiva no nacen en Caracas o Maracaibo, sino en Washington y Langley. Estamos en presencia de una extraordinaria movilización, no de los ciudadanos venezolanos, sino del imperialismo, que lanza a todos sus satélites, partidos políticos, medios de comunicación y escribas a sueldo a incrementar la presión. Reinas de belleza, cantantes de sellos de Miami, los consabidos intelectuales, todos se suman al objetivo de restar apoyo y aislar a Venezuela.
Lo artificial de este esfuerzo salta a la vista. La oposición en Venezuela viene de sufrir sonadas derrotas electorales, sus intentos previos de desatar una crisis política han fracasado, no ha sido capaz de convocar en las calles a la misma fuerza que logró reunir en años anteriores. ¿Por qué ahora, entonces, la ofensiva del imperialismo?
la experiencia de chile
Se ha dicho que la situación en Venezuela se asemeja mucho a la de Chile en 1973. Descontando las diferencias evidentes, el papel de las Fuerzas Armadas, una correlación de fuerzas en el continente más favorable, y una dirección más cohesionada, hay más razón en esa analogía de lo que pudiera pensarse a primera vista. Refleja el problema fundamental de todo proceso de cambios políticos y sociales, de todo proceso revolucionario: quién detenta el poder real y concreto en la lucha de clases.
En el Chile de la Unidad Popular, el imperialismo estadounidense se apoyó en los partidos políticos que le eran adictos, en la burguesía, y en importantes sectores de las clases medias para crear una situación de permanente desasosiego económico, social y político.
Financió y organizó directamente, en octubre de 1972, un prolongado paro de los dueños de camiones. Orquestó el caos económico, incentivó el desabastecimiento como un medio de desestabilización permanente que afectaría al grueso de la población y su moral.
Y, especialmente, desplegó una propaganda destinada a aumentar la confusión y a debilitar al adversario. Así, en ningún período, la Democracia Cristiana fue más enfática en su prédica del “socialismo comunitario”, fue más activa en el movimiento sindical, que cuando buscó frenar las conquistas parciales de la clase trabajadora. Los mineros huelguistas de El Teniente fueron acogidos en la casa central de la Universidad Católica por estudiantes del gremialismo ultraderechista que proclamaban su “solidaridad” con las “justas demandas obreras” y fustigaban la “represión” aplicada por un Cuerpo de Carabineros “al servicio del gobierno”.
el poder real
Los primeros intentos de movilización de la burguesía, en cambio, como la famosa “marcha de las mujeres”, en que las damas del barrio alto batían sus cacerolas declarando sufrir “hambre”, o las campañas de terrorismo, realizadas por grupos como Patria y Libertad, no habían rendido los frutos esperados. Sólo habían profundizado la lucha de clases, habían expuesto las fuerzas en contienda.
El imperialismo modificó su táctica. En una época de movilización de la población, decidió apuntar directamente sobre las masas. Identificó y agitó la contradicción principal que enfrentaba el gobierno de la Unidad Popular y los partidos que la componían: avanzar o retroceder en la lucha de clases.
La grave crisis del paro de octubre fue detenida, no por la incorporación de los mandos militares al gobierno como se ha dicho. Fue, al contrario, la movilización de los trabajadores, que se tomaron las empresas, resistieron al paro patronal y comenzaron ejercer una poderosa presión sobre el gobierno. El gabinete militar, al revés, aumentó la debilidad del Ejecutivo y de la UP. Significó, en los hechos, el paso preparatorio para la sangrienta campaña de represión ejecutada por las Fuerzas Armadas previa al golpe del 11 de septiembre. Con el pretexto de la Ley de Control de Armas y de insubordinación en sus propias filas, los cuerpos armados, allanaron y sabotearon fábricas, torturaron y asesinaron a luchadores más destacados, todo en plena democracia y bajo un gobierno popular.
En el momento en que había que apoyarse en el pueblo, los líderes de la UP violaron la propia premisa estratégica que ellos habían enarbolado y seguirían defendiendo, en contra de toda evidencia: la prescindencia política de las FF.AA.
avanzar o retroceder
Muchos sostienen hoy que el golpe era inevitable: se enfrentaba a un enemigo todopoderoso, Estados Unidos, y a la oposición de una parte apreciable de población. Pero quienes afirman eso –los responsables políticos de la derrota de entonces– desconocen la dinámica de la lucha de clases. Estados Unidos había, en los hechos, fracasado miserablemente en sus anteriores tentativas de golpe, en sus intentos de derrotar políticamente a la UP en las elecciones de 1973, y en provocar su derrocamiento mediante la presión económica y social. ¿Por qué, entonces, se impuso finalmente?
La razón está en que, en una lucha de clases aguda, el que no avanza, retrocede. Lo que se deja de hacer, no queda simplemente en suspenso, sino que va en beneficio del contrario. Si se denuncia a la sedición, no se puede permitir que los sediciosos usen los tribunales y el Congreso para conspirar; si se advierte sobre el peligro de una guerra civil, no se puede premiar y armar a sus instigadores; si se proclama el poder de la clase trabajadora, éste tiene que ser real y concreto, y no un mero discurso electoral.
40 años después, la experiencia chilena es de suma importancia para el momento actual en nuestra América. Al igual que entonces, el imperialismo moviliza sus recursos con la expectativa de frenar un ascenso de las luchas populares. No puede, por ejemplo, en Venezuela, actuar a su antojo. Pero calcula que puede aislar a su dirigencia, que puede escudarse en las garantías democráticas para actuar en contra de la mayoría, que puede atemorizar y limitar el apoyo internacional y, sobre todo, que puede desmoralizar al pueblo, afligido por las preocupaciones cotidianas, la ausencia de avances sociales y la inacción.
la tarea de hoy
Sin embargo, las condiciones son distintas. El mundo vive bajo las condiciones de la crisis general del capitalismo; se abren las perspectivas revolucionarias. Hoy, la única forma de derrotar a un pueblo, es minando su fuerza interna, su unidad. El único modo que tiene el imperialismo para lograr sus designios es impedir que la clase trabajadora asuma un papel conductor de la sociedad. Las lecciones de Chile hoy son universales: el pueblo debe tener el protagonismo, no se puede ceder la iniciativa a la clase dominante, la revolución debe avanzar y profundizarse en todos los planos, se debe obrar siempre con confianza incondicional en el pueblo y sus fuerzas.
solidaridad
Por eso, en efecto, hay que tomar partido. Y hay que hacerlo ahora y concretamente. Algunos quieren evadir esa responsabilidad con condicionamientos y reservas. Dicen que hay que apoyar “lo bueno”, pero no “lo malo”. Pero esa solidaridad selectiva propicia la desmovilización que, justamente, busca el imperialismo.
Es cierto, se puede ser crítico de algunas decisiones y medidas del gobierno bolivariano, pero tomar partido significa hacerse parte de una lucha, no quedarse a la vera del camino, como espectadores. La lucha hoy demanda, no declaraciones, sino avanzar, pasar a la ofensiva en toda nuestra América. Exige confianza irrestricta en el pueblo y construir del poder de la clase trabajadora. Es el único camino.