Qué hay detrás del terror
Jóvenes, sin empleo estable o conocido, separados de su familia, aislados de los vecinos, de costumbres raras y, al parecer, seguidores de una doctrina extraña e ininteligible para la mayoría. Esa fue la descripción que ofrecieron los medios de comunicación de los sospechosos de haber fabricado unas bombas rudimentarias que pretendían hacer estallar en el transporte público, pero que, por un curioso azar, no provocaron víctimas mortales en ese momento.
Ese escueto resumen no proviene de un fiscal chileno o de Carabineros, sino de las autoridades inglesas tras los atentados del 27 de junio de 2005 en varios buses de pasajeros en Londres. Los enemigos del Estado y la sociedad, en esa ocasión, eran inmigrantes de Eritrea, jóvenes, cesantes…, en fin. Su adscripción al islamismo, se adujo, era reciente. Por eso, seguramente, ninguno de sus conocidos se imaginó que podrían convertirse en terroristas. Sus conocimientos de artificiero los habían adquiridos “en unos foros en internet”, según la versión oficial. Posiblemente, por ese motivo sus bombas no funcionaron y no hubo heridos ni muertos. De hecho, la única víctima fue un joven, inmigrante él también, pero de Brasil, de profesión electricista, quien fue asesinado de cinco disparos en la cabeza en un vagón del metro londinense por agentes de seguridad que nunca fueron identificados. Posteriormente, se dijo que se trató de “un error lamentable” en medio de la confusión y el clima de terror.
la política del miedo
Las semejanzas con la actualidad chilena no son casualidad. Se repite el mismo esquema. Grupos apenas organizados y que usan los medios más rudimentarios para fines oscuros e indiscriminados, llevan al Estado a incrementar su propia organización represiva y a emplear los medios más sofisticados para fines precisos y… perfectamente discriminados. La expansión de la policía, la actuación ahora abierta y reconocida de las Fuerzas Armadas en el orden interno, la dictación de nuevas leyes, y la creación de nuevas agencias y mecanismos represivos, la necesaria “unidad nacional” entre todos los partidos, de la UDI hasta el PC, todo eso, se justifica con la debilidad y disgregación inherentes a los nuevos enemigos que son presentados así ante una atónita sociedad. Es la misma inferencia que hizo Estados Unidos para explicar sus invasiones a Afganistán e Irak, como respuesta a los atentados de 2001. Los campamentos de Al Qaeda en la frontera con afgano-pakistaní sirvieron de justificación para una guerra que, para todos los efectos prácticos, aún continúa.
La actual adaptación criolla de la “Guerra Global contra el Terrorismo” de Bush y Obama es, en todo caso, más reducida en escala y alcance. Sus promotores locales argumentan que los países desarrollados se han dotado de “modernos” aparatos y legislaciones antiterroristas. Sí, pero lo “moderno” radica no sólo en la limitación de los derechos democráticos, sino en la concepción de la guerra permanente sostenida por potencias imperialistas en diversos puntos del globo. Una guerra sin fin, sin límites y… sin sentido, en que los aliados de un momento, como “los luchadores por la libertad” en Siria, se convierten al cabo de pocos meses en los salvajes yihadistas del Estado Islámico en Irak. ¿Acaso el gobierno chileno quiere sumarse a esa cruzada? Lo ha hecho al menos políticamente, a juzgar por el discurso de la presidenta Bachelet ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y por la posibilidad de que Chile reciba a prisioneros de la cárcel de Guantánamo, lo que significaría una flagrante y grosera violación del derecho internacional y de las leyes nacionales.
aparatos represivo
Siendo Chile un país dominado, y no una potencia imperialista, el modelo represivo a replicar no puede ser el de Estados Unidos o el Reino Unido, sino uno enfocado al conflicto interno. De manera ostentosa, personeros de gobierno realizan un viaje relámpago a España, para interiorizarse de la organización y los métodos (como si no los conocieran) de la CNI (sí, así se llama) española y los demás aparatos represivos, destinados especialmente a combatir la lucha armada del independentismo vasco bajo el mote del anti-terrorismo.
Al momento de asumir, el actual gobierno informó, casi al pasar, que pretendía crear un nuevo sistema inteligencia con “capacidad operativa” y que pretendía reformar la Ley Antiterrorista, ineficaz para la represión judicial, deslegitimada políticamente y desautorizada jurídicamente por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Todo antes de los atentados.
el régimen tiene miedo
Nuevamente, ¿qué van a designar entonces como “terrorismo”? ¿Qué conflicto interno están viendo para el futuro? La verdad es que lo único que ven es su propio miedo. Muchos reparan en incoherencia de la ligazón entre los recientes estallidos de improvisadas bombas con la preparada “respuesta” del Estado. Algunos creen que se trata de un montaje destinado a crear miedo, a desviar la atención de las luchas sociales. Tienen razones para ser suspicaces, pues hay antecedentes. De hecho, el ex jefe de la antigua “Oficina” y actual diputado, fue procesado por la justicia, precisamente, por una operación de ese tipo. Pero ¿desviar la atención? Por un momento, sí. Pero al cabo de un par de días, la evidencia de la decadencia de su régimen político queda expuesta una y otra vez, con el cartel del pollo (como lo anticipamos hace tres años en La Estrella N°30), y el cartel de los partidos del régimen, el caso Penta-FUT-UDI-etc., para nombrar sólo dos ejemplos.
En ambos casos, se trata de episodios que confirman la irreversible crisis del régimen. He ahí “el retorno del miedo”. El miedo no está en la población. El miedo está la cúpula del régimen. El presidente de los gremios empresariales denuncia y humilla a sus “mandados”, los políticos del sistema: son “una vergüenza”, dice, son ellos los que desfilan para pedir plata y no los grupos económicos los que le ofrecen. Y alguno de los aludidos le responde, sentido, que “aclare sus dichos” porque, de lo contrario, “nos llega a todos”.
En efecto, a todos y sin excepción. Y no hay policía, ni agentes encubiertos, ni montaje, ni criminalización, no haya nada que pueda detener a un pueblo unido que decida barrer con toda esta lacra inútil y caduca e imponer su propio orden.