Para algunos, es una mala palabra. Para otros, es el peor de los peligros. Y hay quienes afirman que ya no existe. Para todos los demás, es simplemente la realidad. Es la lucha de clases.
Nuestras condiciones de vida, sus límites y posibilidades están determinados por ella. La lucha de clases queda certificada en números en el sueldo de fin de mes y en las cuentas que hay que pagar; viaja en la misma micro repleta camino al trabajo y nos acompaña durante toda la jornada laboral; sigue ahí, en el regreso a casa, cuando nosotros, cautelosos, apuramos el paso mientras vemos a los traficantes operar con total despreocupación. Está ahí, en la espera en el consultorio y en la precariedad de la escuela de los niños; en la indolencia de las oficinas públicas. Se muestra en cada comercio, en cada empresa, en cada mina, en los puertos y toda faena.
Y eso es así, porque los resultados generales de la lucha de clases determinan cómo se organiza la economía, el estado, la sociedad: en favor de unos pocos, y en detrimento de los más. Pero la lucha de clases está también siempre presente en lo particular, lo cotidiano, porque ‑justamente- es una lucha. Y nosotros, los trabajadores, la libramos todos los días. Y así lo hacen nuestros enemigos, los dueños del capital.
Es comprensible que algunos no quieran escuchar hablar de la lucha de clases. Se trata de un hecho terrible, peor que cualquier guerra. Las contiendas bélicas tienen un inicio y un fin. La guerra social entre la clase que explota y la clase que es explotada, en cambio, no se detiene nunca. Para terminarla, hay que abolir las clases sociales en que se divide la sociedad.
Si la lucha de clases es un conflicto permanente ¿por qué decimos que ha regresado? Porque han cambiado las condiciones en que llevamos adelante esta pelea.
crisis general del capital
El principal factor es la crisis general del capital. Es la incapacidad de la clase dominante de mantener en funcionamiento su sistema. Ello se refleja en la economía. Se sabe que el capitalismo no puede existir sin crisis periódicas. Pero éstas se han vuelto más profundas y la recuperación subsiguiente más lenta. La expansión acelerada del capitalismo a nuevos mercados como China no ha detenido ese proceso. Al contrario, ha atizado aún más la lucha de clases. Cada año, millones de campesinos se transforman en integrantes de la clase trabajadora moderna. Ahora es posible que estemos en vísperas de una nueva caída global, como lo demuestran muchos signos, o que continúe el estancamiento actual durante un tiempo. Pero la crisis del capital no se manifiesta principalmente en la economía, sino que golpea su capacidad del capital de mantener su dirección sobre la sociedad. Lo que prometió ser una época marcada por la hegemonía absoluta y final de los Estados Unidos, ha dado origen a una encarnizada competencia entre los países imperialistas y potencias regionales. Como se ha dicho, hoy, un cuarto de siglo después del derrumbe del llamado “socialismo real”, nadie habla ya de la caída de la Unión Soviética. El tema ahora es el colapso de la Unión… Europea, es decir, de la organización política y económica del capitalismo en el viejo continente. Son los regímenes políticos burgueses los que acusan de manera más directa el declive del dominio del capital. Prácticamente, no hay país alguno en que la dirección política establecida en las últimas décadas no esté en cuestión.
En América Latina, ese proceso ha tenido rasgos particulares. El renovado impulso del protagonismo popular llevó a una especie de equilibrio inestable, dirigido, en varios países, por gobiernos de índole nacionalista que combinaban medidas populares y de avanzada con la conservación del régimen burgués. Hoy, la crisis general del capital amenaza con trastocar también esos equilibrios. La consecuencia de ello no es, como algunos creen, “la derrota de la izquierda”, sino una lucha de clases más abierta y más decisiva.
En Chile, la progresiva anulación del régimen político es más prolongada, profunda e irreversible. La evidencia de la corrupción total de ese régimen, y de todos sus componentes ‑partidos, aparato del Estado, empresariado, FF.AA., Iglesia, etc.-, lo deja muy en claro. Pero se trata de un efecto, no de la causa de la crisis. Es el capitalismo dependiente, concentrado, superexplotador al que sirve ese régimen el que ha llegado un límite, coincidente con la crisis mundial del capital. Por eso, el viejo régimen político no tiene una salida por fuera o por encima de la lucha de clases. Así lo ha demostrado el rápido fracaso del neorreformismo levantado inicialmente por el actual gobierno.
El programa de reformas levantado hace dos años por el oficialismo buscaba proteger al régimen de la amenaza del “malestar” y de un “estallido social”. Con el inequívoco apoyo de Estados Unidos, del capital transnacional y algunos de los grandes grupos económicos, la Concertación se propuso un proyecto para atenuar la lucha de clases. Logró lo contrario: acelera la caída del régimen y alienta la lucha de clases.
adelante con la movilización
Hoy la cúpula de la CUT, cuya obsecuencia al gobierno fue inusitada, indebida, inconveniente e ineficaz, se ve presionada a convocar a un paro nacional… en contra de ese mismo gobierno. Quienes cambiaron su papel de dirigentes sindicales por la ilusión de ser privilegiados y adulados negociadores legislativos fueron desalojados sin más trámite de la tribuna del Senado cuando los parlamentarios comprados por los empresarios sellaban sus verdaderos acuerdos.
Los trabajadores no tienen tiempo para detenerse a examinar esas paradojas y desengaños. Nosotros hemos abogado por el empleo de las herramientas de la lucha de clases, las movilizaciones populares y el paro nacional, en la situación actual. Por eso motivo, llamamos a luchar este 22 de marzo en las empresas, en las calles, en las poblaciones, en los centros educativos.
Pero también declaramos que la vuelta de la lucha de clases deja en claro que no se puede confiar en los partidos del sistema, en las elecciones y en las cúpulas y organizaciones que no representen los intereses populares. La lucha de clases impone otra lógica. La organización desde la base, la acción directa y la lucha consecuente por las verdaderas demandas populares y no por elucubraciones de gabinete.
Nosotros decimos: ¡adelante con la movilización! La lucha efectiva vale más que una convocatoria ambigua o una dirigencia sin orientación.
La lucha de clases obliga a tomar la iniciativa, a actuar de acuerdo a la realidad, y no de ilusiones ajenas y, sobre todo, exige elegir de qué lado se va estar en este conflicto.
Estamos en una época de definiciones. Nosotros, los trabajadores, que levantamos este país todos los días, debemos luchar y debemos vencer. Y eso significa una tarea muy precisa: prepararnos como clase para ejercer el poder.