Es uno de los mayores problemas sociales de la sociedad chilena. Pero hasta ahora, nadie quería tomar nota de las miserables jubilaciones que reciben nuestros mayores. Las carencias materiales se manifiestan de infinitas formas cotidianas –en enfermedades, en el frío del invierno, en el cansancio, en la necesidad, pese a todo, de seguir trabajando- y en un gran agravio moral: el desprecio a una vida de sacrificios.
Autoridades políticas, expertos, intelectuales, la Iglesia, ONGs y organizaciones sindicales han ignorado el drama que significa que un pueblo entero mire la vejez como un destino sombrío y triste. Como siempre, las grandes necesidades que afectan a las mayorías no son consideradas como problemas de la sociedad, sino como contrariedades individuales.
Y como siempre, es la activación de la lucha de clases, como ocurre ahora, la que termina con esos espejismos y lleva las cosas a su verdadera raíz social. Personalidades y organizaciones que levantaban la demanda de jubilaciones dignas y clamaban su crítica en el desierto, ahora se ven acompañados por un rumor que crece y se transmite de boca en boca: ¡no más AFP!
Esa consigna apunta directamente a la causa inmediata del problema y no requiere, en realidad, de grandes explicaciones. A cada trabajador le basta ver su liquidación de sueldos y la de la pensión de sus padres y abuelos. A los más jóvenes les descuentan una parte apreciable de sus salarios y a los jubilados, una parte apreciable de sus vidas. Y los únicos que ganan son las AFP.
Se plantea como solución el establecimiento de un sistema de pensiones llamado de reparto. En otras palabras, que se use el mecanismo empleado en todo el mundo: el monto de las jubilaciones corresponde a un porcentaje del sueldo que se percibía antes de pasar a retiro, y es financiado con las cotizaciones de los trabajadores activos, además de aportes del Estado y los empleadores.
Lucha de clases
Sin duda, se trata de un enfoque muy razonable… en teoría. En la práctica, hay que tener en cuenta que, del mismo modo que es la activación de lucha de clases la que levanta la exigencia de terminar con las AFP, la solución real al problema de las jubilaciones pasa también por la lucha de clases. En otras palabras, la lucha en contra de las AFP no es un debate sobre la eficiencia de los sistemas de pensiones, sino que significa enfrentarse a los intereses del capital.
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La lucha en contra de las AFP no es un debate sobre la eficiencia de los sistemas de pensiones, sino que significa enfrentarse a los intereses del capital.
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Históricamente, los sistemas de seguridad social no fueron una conquista de los trabajadores. Al contrario, fueron impuestos por el Estado para debilitar a las organizaciones de la clase trabajadora, que habían creado sus propios mecanismos solidarios. Bismarck, el canciller de la Alemania del Kaiser tomó la iniciativa a fines del siglo XIX con el expreso fin de limitar al movimiento obrero y fortalecer el papel del Estado en la sociedad.
En la medida en que el capitalismo se expandió fue posible diluir entre una inmensa y creciente masa de trabajadores el costo de los seguros de desempleo, de invalidez, salud, de pensiones. Así, los propios trabajadores pagan de su bolsillo por sus necesidades al momento de enfermarse, quedar incapacitados permanentemente para trabajar o ser ya demasiado viejos para hacerlo. De hecho, hoy en las grandes naciones industrializadas y que se precian de conservar las garantías de los llamados Estado de Bienestar, la casi totalidad del gasto social corresponde a los seguros de salud y de pensiones, o sea, es erogado directamente por los trabajadores. Se entiende que eso contrasta con otros beneficios entregados por el Estado, a cuyo financiamiento contribuyen los capitalistas, por la vía de los impuestos.
Y en cada uno de esos países, los trabajadores libran duras batallas en contra del intento de hacerles pagar más aún, ya sea subiendo el monto de las cotizaciones o, lo que es igual, aumentado la edad jubilatoria.
Robo para el capital
En Chile, ocurre el mismo fenómeno. Las asociaciones empresariales y las comisiones oficiales de expertos exigen incrementar aún más las cotizaciones y la edad jubilatoria legal para las mujeres. Como se ve, en esta tendencia, no hay diferencia entre el sistema de reparto y el de capitalización individual de las AFP. Más aún, al margen de las definiciones conceptuales, en los hechos, en Chile las pensiones se pagan con el mismo método “reparto”: con las AFP, el dinero entregado a los jubilados proviene directamente de lo descontado de los trabajadores activos. La particularidad del sistema está en otro punto: como se ha dicho, en la actualidad, las AFP despojan mensualmente $ 500 mil millones a los trabajadores activos. Y cada mes, pagan $ 200 mil millones en jubilaciones. O sea, faltan $ 300 mil millones. He ahí la verdadera diferencia: la capitalización individual no es de los jubilados, ¡es de los capitalistas!
Algunos sostienen que las AFP son el producto típico del neoliberalismo, la corona de los dogmas económicos de los Chicago Boys. No es así. Al revés, el llamado neoliberalismo y sus postulados son el resultado de la imposición de las AFP por la dictadura.
El mito del neoliberalismo embriaga a muchos, especialmente en la izquierda. Los hechos, sin embargo, dicen otra cosa. El golpe de 1973 no dio origen a una “modernización capitalista”, como se afirma. Fue una contrarrevolución, dirigida en contra del ascenso de la clase trabajadora y la amenaza de que ésta conquistara el poder, pero también fue una respuesta desesperada a la crisis del capital que había debilitado el dominio burgués en el período precedente. La solución, aplicada por medio de la dictadura, fue una insólita destrucción de las fuerzas productivas del país, que incluyó la quiebra de los principales capitales internos.
En su reemplazo, se impuso el predominio omnímodo del capital financiero internacional y la conformación de nuevos grupos económicos, monopólicos y parasitarios. La “acumulación originaria” del capital de esos grupos concentrados, en esencia, se realizó a través de tres mecanismos entrelazados: la deuda externa, el traspaso de bienes del Estado y, por supuesto, las AFP.
AFP: en el corazón del sistema
Con el fin de las antiguas cajas de seguridad social y el establecimiento de las AFP en 1981, el Estado efectúa un gigantesco proceso de expropiación. Primero del fisco y de las mencionadas cajas de retiro, a través de los llamados bonos de reconocimiento de los trabajadores activos en ese momento. Y segundo, a partir de entonces, por medio de la apropiación forzosa de parte de los salarios en forma de “cotizaciones” jubilatorias.
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Se impuso el predominio omnímodo del capital financiero internacional y la conformación de nuevos grupos económicos, monopólicos y parasitarios. La “acumulación originaria” del capital de esos grupos concentrados, en esencia, se realizó a través de tres mecanismos entrelazados: la deuda externa, el traspaso de bienes del Estado y, por supuesto, las AFP.
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Las AFP cumplen asimismo otra función: al repartir sus inversiones en todos los sectores fungen como entes de coordinación económica entre los distintos grupos y los capitales que operan en el país. Contribuyen así a conservación del bloque burgués dominante y del régimen político que se ha erigido en torno a él.
Trabajadores; solución a la crisis
Pero eso ya no va. La crisis del régimen político no se debe a la “desconfianza” de la ciudadanía, ni al descubrimiento de su corrupción endémica. Su origen está en el debilitamiento progresivo de ese bloque burgués provocado por la crisis general del capital. Se trata de un proceso auténticamente global que se verifica también en la actual fisionomía de las AFP. La creciente concentración y el predominio del capital financiero internacional quedan demostrados en quiénes controlan hoy esa monumental masa de capital, robada a los trabajadores: las aseguradoras Metlife (Provida) y Principal (Cuprum), de Estados Unidos, y el cartel de Medellín, perdón…, usemos su nombre más elegante, el Grupo Empresarial Antioqueño (AFP Capital), de Colombia. El último vestigio de los capitales internos es ‑en conjunto con grupo Prudential, de Estados Unidos- el conglomerado agrupado en la Cámara Chilena de la Construcción (Habitat), es decir, la alianza entre los contratistas y concesionarios de infraestructura pública, principalmente españoles, y los buitres inmobiliarios locales, incluyendo las constructoras de viviendas sociales ligadas a la DC.
Sin embargo, este sistema ya no se sostiene más. La crisis general del capital exige soluciones de fondo. En Chile, la batalla en contra de la expoliación de los trabajadores y en contra de la indignidad en que están sumidos nuestros mayores debe ser emprendida con realismo. Como ocurre con todas las demandas fundamentales de nuestro pueblo ‑salud vivienda, trabajo, educación‑, la solución ya no puede provenir de este sistema. Hay que derribarlo, junto a los corruptos que lo administran.
El llamado del momento es a intensificar la lucha todos los frentes, fortalecer nuestra organización como clase, acrecentar nuestro poder y prepararnos para establecer un gobierno de los trabajadores, única herramienta capaz cumplir con la aspiración de recuperar nuestras riquezas naturales, terminar con los monopolios, imponer el control del comercio exterior y la banca, de satisfacer las necesidades sociales de nuestro pueblo, terminar con un aparato militar al servicio de la burguesía y emprender la tarea de luchar por la segunda, auténtica, independencia de América, bajo la conducción de la clase trabajadora.