El miércoles 15 de octubre fue un día de primavera, una jornada laboral más para millones de trabajadores. Pero muchos no podían dejar de advertir que algo pasaba: el cierre de las estaciones de metro, el despliegue policial en las principales avenidas, y de cada tanto, las acciones de evasión, protagonizadas por jóvenes, estudiantes secundarios.
Las chispas las veían todos, pero pocos se fijaron en cómo se encendía la llama. En cómo los gritos retumbaban en las estaciones y cómo muchos levantaban la vista, dejaban los pesados pensamientos o la pantalla del celular: ¿quiénes son esos cabros, esas chiquillas, que nos están martillando la conciencia, que nos gritan “a la acción, a la acción”?
Nadie se percató del desagrado, de la desconfianza con la que los transeúntes miraban ahora a la fuerza pública, los piquetes de Carabineros. Nadie midió como el pulso se aceleraba, como las miradas se encontraban y decían algo, aún no se sabía qué…
72 horas más tarde, vendría, pues, “el estallido”. Súbitamente, todos habían levantado la cabeza y ya nada podría desviar la mirada.
El segundo aniversario del levantamiento popular del 18 de octubre es, en realidad, el primero que permite un balance y un recuerdo. La fecha en 2020, en medio de la incertidumbre de la pandemia, todavía era indistinguible del proceso mismo que había desatado.
Hoy, algunos quisieran olvidarlo completamente. Es el espectro que los amenaza. Otros lo ven como un recuerdo incómodo. Es, también, un peligro que pesa sobre sus planes políticos.
Quienes fueron parte del levantamiento popular tienen posiciones disímiles. Unos lo consideran perdido, traicionado, derrotado. Otros lo quisieran revivir o repetirlo.
Está ahí, latente.
Pero dos años después, todos coinciden en que sus presupuestos inmediatos ‑la protesta contra los abusos, “Chile despertó”, las demandas postergadas, la dignidad, etc.- están en entredicho. Hoy son ridiculizados por sus enemigos, y desechados u olvidados, por sus muchos de sus partidarios.
Pero una mirada fría y realista nos indica que las fuerzas que realizaron el levantamiento ya estaban ahí, actuando, antes de él. Y ahora están ahí, actuando, después de él.
La experiencia de lucha del pueblo de Chile elevó a esas fuerzas a un poder, incompleto, asediado, pero también activo y amenazante para el régimen y el dominio burgués.
Y esa es la cuestión que requiere de una solución.
No es la simple conmemoración lo que debe animar el 18 de octubre de 2021. El espíritu del levantamiento popular, depurado, acerado, desprovisto de los pequeños y grandes engaños e ilusiones, necesariamente nos impulsa hacia adelante: a nuevas jornadas, a nuevas luchas y, sobre todo, a la revolución, a una patria que arrancaremos de las garras de mercaderes y de la reacción.
Nos impulsa a un mundo nuevo que construiremos los trabajadores.
Pero en muchos sentidos, ya estamos en ese mundo. Y ya no es el capitalismo el que lo define. Son las amenazas. Las pandemias, la crisis climática, las disrupciones y colapsos del comercio y del capital.
En medio de este mundo, no feliz, surge como respuesta el protagonismo de los pueblos. Surgen los levantamientos y surge el poder de los trabajadores.
La tarea nuestra hoy es descubrir y emplear a fondo los factores que han faltado, hasta ahora, para asegurar la victoria política y social de ese poder.
Esa es nuestra tarea del día.
Nosotros no ocultamos nuestros propósitos y nuestros objetivos. Nosotros queremos un mundo nuevo. Y para ello, derrocaremos a este régimen; hundiremos a una clase aún dominante, caduca y rapaz. Debemos terminar con todo esto.
Nosotros llamamos a los trabajadores, a todo el pueblo, a la lucha frontal.
El 18 de octubre de 2019 abrió el camino. Debemos a llegar a su final. Hay que cambiarlo todo o la humanidad seguirá sufriendo.
El significado del levantamiento popular
Ha sido difícil determinar el significado del 18 de octubre. El levantamiento popular fue pródigo en símbolos, fue tan amplio en expresiones nuevas, transmitidas inmediatamente, que oscurecen la experiencia real.
Y la verdad es que el significado del 18 de octubre no está en aquella noche en que empezaron a sonar las cacerolas, como en el ’83; no está cuando se levantaron las barricadas en las entradas de las poblaciones; no está cuando zumbaban las balas, cuando los milicos y los pacos quisieron extirpar a golpes tanta rebeldía; no está cuando ardieron los edificios, ni cuando llegaron a sacar las cosas de los supermercados; no está cuando se juntaron 200 personas en un plaza, con cartulinas pintadas como pancartas, o cuando muchos centenares de miles marcharon entre el cerro y el mar por avenida España, o cuando se llenaba Vicuña Mackenna o Pajaritos, camino a la Plaza Italia, la Plaza Dignidad.
El 18 de octubre es mucho más que eso y, al mismo tiempo, menos. Lo que tiene espeluznante, de grandioso, de noble, de festivo y de terrible, es simplemente un eslabón en una cadena de luchas.
Cuando lo recordemos hoy vale la pena tener eso en cuenta. Es la historia que hacen los pueblos. Pero la historia que hacemos es el conjunto de nuestra existencia: son también los otros momentos de nuestras vidas, ir al trabajo, dejar a los niños en la escuela, cuando cerraron la empresa o despidieron al hermano, la enfermedad de la abuela o cuando asaltaron al vecino en su regreso a casa.
La clase trabajadora chilena tiene una historia única en América Latina. Pese al enorme poder que ejerce la burguesía sobre el conjunto de la sociedad, pese a la influencia de otras clases y capas sociales, la clase trabajadora de nuestro país se ha forjado y ha resurgido siempre sola.
El golpe del ’73 la privó de sus organizaciones, de sus mejores líderes y de sus representantes políticos. Quedó sola. Y se rearmó por sus propias fuerzas. La dictadura es descrita, frecuentemente, como una larga noche de 17 años de duración. La verdad es que, al cabo de sólo un lustro, ya hubo un giro: se creaban las bases, en arduos combates, para lo que después sería una vasta lucha popular en contra de la tiranía. Todo eso lo hizo el pueblo siguiendo su propios términos y condiciones. Incluso los partidos políticos volvieron a reaparecer gracias al empuje desde abajo.
La dictadura fue reemplazada por una democracia pactada.
Y, de nuevo, los trabajadores quedaron solos. Sus organizaciones fueron absorbidas por funcionarios, desplazadas y anuladas. Su posición en la sociedad quedó minimizada, mientras se consolidaba un dominio férreo, sin fisuras, de la clase burguesa, que impuso un régimen político en que la expresión democrática fue reemplazada por el sometimiento a los acuerdos y las componendas entre partidos, la corrupción y el saqueo general.
Y, de nuevo, en esas circunstancias, la clase trabajadora se hizo a la tarea, a la larga tarea, de rearmarse, de retomar su lucha, de delinear su opción.
Lo que queremos decir con este rodeo es bien sencillo: el 18 de octubre no es un estallido. Dos décadas de luchas lo precedieron y prepararon. Dos décadas, en que el levantamiento popular fue ensayado en localidades recónditas de nuestra patria. Dos décadas en que, empujados por la juventud, el pueblo volvió a tomar las calles, a defender sus poblaciones, a demostrar su fuerza.
Por eso, el significado del 18 de octubre es simplemente el de marcar a fuego una separación entre el poder de la burguesía y el poder de la clase trabajadora, que se evidenció en innumerables batallas y con grandes sacrificios durante el levantamiento popular.
¿Qué queda del 18 de octubre?
¿Por qué fue derrotado el levantamiento? Esa es la pregunta que, en el fondo, se hacen partidarios y detractores del “estallido”. Los primeros, se lamentan. Los segundos, no se atreven a celebrar.
Dos años después, nada ha quedado resuelto. Ni los defensores del viejo orden pueden volver a la normalidad, ni las demandas populares se han visto satisfechas.
La crisis política, social y económica que dio origen al levantamiento y que agudizó con el desarrollo del proceso, fue transformada por una crisis aún mayor, de alcance mundial y extraordinaria: la pandemia.
En Chile, como en todo el mundo, la emergencia global tuvo un efecto fundamental: provocó la mayor disrupción a la vida social cotidiana que se haya conocido a esta escala. El miedo a enfermarse, las restricciones sanitarias, los efectos concretos del virus: todo esto llevó a una situación absolutamente excepcional. En un inicio, favoreció indudablemente a la reacción. Se detuvieron las movilizaciones, el gobierno recuperó parte de su poder, la lucha política y social se subordinó a las necesidades más inmediatas y, en muchos casos, a la iniciativa y a las pautas emanadas del Estado.
Pero, en medio de esa situación excepcional, se manifestó la presencia de lo que lo que se creó durante el levantamiento: el poder de los trabajadores.
Ese poder opera en contraposición al poder de la clase dominante. No lo puede hacer mediante el control del Estado, sino que sólo a través de la acción. Pero esa acción tampoco puede ser permanente y homogénea. Se muestra, al contrario, muchas veces, de manera dispersa y discontinua.
Si es así ¿por qué es un poder? Lo es, porque se basa exclusivamente en los intereses de la clase trabajadora, en las demandas populares; porque busca expandirse y darse su organización propia; y porque toma conciencia de que la solución a sus problemas ‑los cotidianos y a las grandes contradicciones históricas que mantienen atrapadas al país- pasa por la conquista de todo el poder.
Ese enfrentamiento ‑sordo y subterráneo durante este período- explica todos los increíbles sucesos que han ocurrido desde el 18 de octubre hasta hoy.
¿A qué factor debemos adjudicar, por ejemplo, el hecho de que la clase dominante, el régimen político imperante, el Estado burgués, hayan concedido, como lo hicieron, la virtual liquidación de los capitales de las AFP, mediante los retiros del 10%? ¿Qué explica esta expropiación del capital ‑o recuperación de los recursos de los trabajadores, lo que es exactamente lo mismo- sancionada por ley, realizada en perfecto orden y que suma, hasta el momento, el asombroso monto de 50 mil millones de dólares? Nada de esto tiene precedente alguno en la historia, nada comparable ha ocurrido en país alguno antes.
¿Cómo podemos explicar que, en el plano político, el régimen, que supuestamente ha dejado atrás las turbulencias de las protestas, que suscribió un acuerdo por la paz y una nueva constitución, haya continuado su auto-destrucción? ¿Qué razones hay para el derrumbe político de la derecha, para el fin de la Concertación y para que la “izquierda” del propio régimen, impotente y desorientada, sea ahora, por lo visto, la encargada de asumir la gestión de la crisis? ¿Por qué esas mismas fuerzas políticas, supuestamente liberadas de la presión “de la calle”, amagan ahora, en los descuentos, con destituir a Piñera, a cuya suerte se aferraron para salvarse ellos mismos en 2019?
Y a la inversa ¿por qué las manifestaciones populares, la lucha incesante, no fue suficiente para lograr un cambio democrático? ¿Cómo es posible que todavía haya presos políticos en las cárceles? ¿Por qué la convención constitucional, que contó con el apoyo claro, primero, y una anuencia favorable, después, ha sucumbido a la irrelevancia política, ante la sociedad, y a los manejos parlamentarios habituales, en su propio seno?
La respuesta a ninguna de estas preguntas puede darse por separado. Pues la razón es general: es la excepcional situación de doble poder, del enfrentamiento entre el poder burgués y el poder de los trabajadores, el que explica estas paradojas.
Mientras no se resuelva esta contradicción, la crisis nacional continuará. Y su prolongación sólo significa el agravamiento de las condiciones de vida económicas y sociales adversas para las grandes mayorías.
Y mientras no se entienda que éste es el problema fundamental de nuestro tiempo, todas las soluciones parciales, en vez de proporcionar un cierto mejoramiento limitado, provocarán la profundización de los efectos negativos de la crisis.
La clase trabajadora, como en los períodos que hemos reseñado, nuevamente está sola. La rápida desaparición de la convención constitucional de la escena nacional sólo demuestra que los representantes ligados a otras clases no están en condiciones de conducir. La presente coyuntura electoral sólo prueba que no hay alternativas, dentro de este régimen, que respondan a las demandas populares.
Para estar a la altura, los trabajadores deben organizarse para dirigir el país. Y para dirigir el país, debemos hacer una revolución.
Ese, compañeros y compañeras, es el contenido histórico del 18 de octubre. Es el inicio del proceso revolucionario en nuestro país, es el comienzo de una vasta lucha revolucionaria en el nuestro continente.
El 21 de octubre de 2019 nosotros constatamos que el levantamiento, iniciado en la capital, había devenido en un movimiento de orden nacional. Y señalamos que el paso que había dado el pueblo de Chile era irreversible.
Hoy, dos años después, luego de experiencias que, entonces, difícilmente podrían imaginarse, ese carácter irreversible es la principal conclusión política de este período.
El levantamiento popular ayudó a crear las condiciones para que los trabajadores pudieran actuar organizadamente. Pero las condiciones no son equivalentes a la existencia de un movimiento de toda una clase, de todo un pueblo. No existió, en ningún momento, esa base durante los meses que siguieron al 18 de octubre. Y no existió porque, recién, se estaba creando. Entre paréntesis, ese es el motivo porque, en el período entre octubre de 2019 y marzo de 2020, no “cayó Piñera” ni se estableció un “gobierno provisional” ni una “asamblea constituyente libre y soberana”, “desde las bases”.
Los pusilánimes de la revolución, los doctos retardatarios de todos los tiempos, sostienen que, antes de pretender la lucha por el poder, ya debe existir una cohesión perfecta, una organización general de la clase, una conciencia predeterminada y libresca en torno a un objetivo revolucionario. Sólo si estamos organizados, dictan, se puede luchar. Así, reducido al lugar común, tienen razón.
La verdad, sin embargo, es que organizarse ‑es decir, crear una voluntad colectiva, una unidad política, métodos y formas de lucha compartidos, una conducción común- es el efecto práctico, no la causa de la lucha. Y esto no es un lugar común, sino la verdad histórica de toda revolución.
El camino revolucionario
Nosotros nos oponemos firmemente a quienes se alejan del pueblo, decepcionados de lo que, creen, son los resultados del levantamiento. Y nos declaramos adversarios de quienes pretenden obtener pequeños réditos de poder a costa de los sacrificios de todo un pueblo. Siempre aparece ese tipo de gente; ven en los grandes movimientos exclusivamente su lugar, su ganancia personal. Obedecen, así, a su posición en la sociedad. Situados entre las clases fundamentales, oscilan, a veces, a favor de los cambios, a veces, en pos de la reacción
Pero no son ellos nuestros enemigos. Más bien, advertimos que tienen que definirse de qué lado están.
Lo que delineó el levantamiento popular de una manera clara es, justamente, eso: la definición de quiénes son los verdaderos enemigos del pueblo. Son el régimen político dominante, los grandes grupos económicos locales, los capitales transnacionales, los mandos policiales y de las fuerzas armadas y los represores, los jueces que favorecen la impunidad.
En contra de ese grupo debe dirigirse el movimiento revolucionario. Su poder debe ser destruido de manera definitiva.
En su reemplazo, el poder de los trabajadores debe erigirse como el único poder. Y, sobre esa base, el pueblo debe determinar democráticamente la forma de organización política, económica y social del país.
El contenido de la revolución que está puesta en la orden del día, que es la tarea concreta que enfrentamos, viene dado por las demandas que nuestro pueblo ha manifestado durante décadas. El programa que nosotros levantamos las refleja en su generalidad.
Gobierno de los trabajadores
- Este sistema no puede seguir. ¡Que se vayan los políticos, los corruptos y vendidos! Hay que terminar con la burocracia y los negociados
- La solución es que el país sea conducido de acuerdo al interés común de los trabajadores y sus familias
- ¡Ninguna decisión sin el pueblo!
- ¡Todo el poder a los trabajadores!
Nacionalización de las industrias estratégicas
- El cobre para Chile: recuperación total de todas las riquezas nacionales para el país.
- Agua, luz, gas y servicios sanitarios no pueden seguir en manos de los monopolios; deben beneficiar a los chilenos
- Nacionalización de la banca y del sector financiero
- Condonación de las deudas personales de los trabajadores y fin al fraude de las AFP
- Control de los trabajadores de las empresas fundamentales para el funcionamiento de la economía.
- Plan nacional de desarrollo
Educación, salud, vivienda
- Educación gratuita, universal e igualitaria para todos
- Toda familia chilena, una casa digna
- Salud gratuita, avanzada y humana
- ¡Para el pueblo, lo mejor!
Un ejército del pueblo
- El poder de las armas debe defender y subordinarse al pueblo, no a los ricos y a potencias extranjeras
- Hay que disolver los actuales aparatos militares del Estado.
- Debemos construir una nueva fuerza armada, consciente y patriótica, de todo el pueblo.
La lucha por la Segunda Independencia de América
- Chile debe estar a la vanguardia de la lucha por una América grande, unida y respetada entre todas las naciones
- Hoy, la clase trabajadora es la continuadora del sueño de los Libertadores: una América libre y unida que inspire a la humanidad en la construcción de un mundo nuevo.
El camino de la revolución ha de centrarse en aquel requisito que ya hemos señalado: la organización de los trabajadores como clase, de manera independiente, sin subordinarse al régimen ni a sus partidos. Esa organización, que no es más que un gran movimiento de nuestro pueblo, habrá de levantarse en medio de duras e innumerables luchas.
No engañaremos a nadie. No hacemos promesas ni ofertas. La revolución es un trabajo duro, sistemático y persistente. Y hoy, la persistencia, la constancia, la seriedad, la honradez, la valentía y, de nuevo, la persistencia, son las consignas de quienes asumen el deber de ponerse en la primera línea de combate.
Es la lucha la que constituye nuestro poder. En este período que se abre debemos avanzar de lo simple a lo complejo. Debemos levantar las movilizaciones por la vivienda, por la educación, por el trabajo, por la salud, por la liberación de los presos políticos y la justicia, en cada rincón de Chile, en cada población, en cada lugar de trabajo, en cada liceo. Sin desfallecer.
La lucha por el poder, por la toma de todo el poder, parte de la capacidad de aunar las reivindicaciones que aparecen aisladas y darle una forma común. La preparación para la liberación parte de lo pequeño y se amplifica y agranda mediante la lucha cotidiana.
En este sentido, es necesario proponerse objetivos políticos de gran importancia. El primero de ellos, es la preparación de un paro nacional que englobe las demandas más urgentes de nuestro pueblo, y las exprese en una plataforma definida. Esto no puede ser materia de improvisación u oportunismo. Es una tarea de un significado gravitante. El objetivo del paro nacional, que emprenda movilizaciones en todo el territorio nacional, que golpee duramente a la reacción, que ponga a raya a las fuerzas represivas, constituye una etapa necesaria, intermedia, en el proceso de la toma de poder. Significa, en lo medular, un salto en la organización de los trabajadores, la delineación de su fuerza, el fortalecimiento de su unidad y la consolidación de una conducción política revolucionaria.
¡A la revolución!
Nosotros no estamos solos. En todo el mundo, la necesidad de cambiarlo todo se manifiesta en incesantes chispas que encenderán la llama revolucionaria. Pero es el pueblo el que tiene una responsabilidad que contrajo en aquel octubre. La tiene frente sí mismo, por los sacrificios realizados, por los caídos, por sus mártires, por la humanidad que contienen las esperanzas para nuestros hijos. Pero también frente al mundo, frente a otros pueblos que esperan una señal, que esperan cómo un martillo les golpee la conciencia con la consiga: ¡a la revolución!