La nueva época histórica y las tareas de los trabajadores (II)
Esta nueva época histórica comienza con grandes convulsiones políticas y sociales. Tanto en las naciones dependientes como en los centros imperialistas, la clase dominante ve como sus acostumbrados regímenes políticos se demuestran insuficientes para dirigir o controlar las elementales fuerzas suscitadas por la decadencia de su sistema.
Sin excepción, los gobernantes dicen descubrir las bondades de un Estado fuerte, cuya intervención pudiera trazar un camino para superar los peligros de la crisis. Sin embargo, estas declamaciones sólo indican cuánto se han debilitado sus propios recursos políticos.
neo-bonapartismo y guerra
La historia nos señala que el modo más común para hacer frente a estas disyuntivas, radica en una concentración del poder político, del poder del Estado, en una autoridad centralizada. Un fortalecimiento de los gobiernos, compensado con apelaciones al “pueblo”, con la erección de un poder que arbitra entre los intereses de clase en pugna. La excepcionalidad de este régimen contiene, no obstante, por medio de su concentración de poderes, un progresivo debilitamiento del conjunto del aparato del Estado burgués. He ahí el neo-bonapartismo del siglo XXI como opción.
La historia nos enseña también que la forma que emplean los imperialistas para enfrentar las crisis, es la guerra. Esto no constituye ningún secreto. Desde hace seis años, Estados Unidos y varios países europeos sostienen una guerra en Irak y Afganistán. Ahora, el actual gobierno de Estados Unidos, encabezado, casualmente, por un hombre que busca erigirse en árbitro entre los intereses de clase en pugna, que defiende las bondades de la intervención del Estado para enfrentar la crisis y que encubre con apelaciones al pueblo la continuidad de una inaudita concentración de poderes heredada de su predecesor, pretende extender esta guerra a Pakistán. Un país de 176 millones de habitantes, dotado de un arsenal nuclear y comprometido, a su vez, en un estado de guerra latente con un país de una población de 1.100 millones de personas, la India.
En efecto, Barack Obama, elegido, como es sabido, bajo la promesa del “cambio” y la de propiciar el regreso de las fuerzas de ocupación desde Irak, preside sobre el mayor presupuesto de guerra en la historia de Estados Unidos. El potencial de que esta guerra, que ya está en marcha, se convierta en una guerra imperialista de proporciones, es muy grande y, a estas alturas, quizás inevitable.
Tanto la tendencia neo-bonapartista en lo interno, como la militarista en lo externo, recién están formándose en el caso de la actual administración de la Casa Blanca. Si esto es válido en Washington, existen, en el resto del mundo, también múltiples posibilidades de salidas mixtas que se muevan entre el neo-bonapartismo y la conformación de amplios bloques políticos burgueses, que incorporen incluso a fuerzas que se dicen representativas de los intereses populares. El éxito de este tipo de vías depende, empero, de la capacidad de los gobiernos de ampliar constantemente el arco político que lo sostiene. Del mismo modo, el recurso de la gran guerra imperialista también está disponible para potencias menores y pequeñas en forma de guerras más limitadas y, sobre todo, de la guerra interna.
vía revolucionaria
Este panorama, trazado en gruesas líneas, es el que enfrentan los trabajadores hoy. Pero la clase trabajadora tiene su propia salida, su vía revolucionaria.
A diferencia de otras épocas, la que principia ahora está caracterizada por una similitud y simultaneidad de las condiciones en todo el mundo. La posibilidad revolucionaria se ha vuelto general y objetiva. Ya no es excepcional, ni depende exclusivamente de factores contingentes, concretos y subjetivos en un país u otro.
La salida revolucionaria aún debe formarse. Pero la unificación de las fuerzas revolucionarias nacientes y aún dispersas no depende, en primer lugar, de una estrategia o una política comunes. La estrategia y la política de los trabajadores se basan simplemente en la unidad, la conducción y el poder popular.
Lo que hay que construir es una línea ideológica común, la guía hacia la edificación de una nueva sociedad. En cada momento de ascenso de las luchas, la clase trabajadora ha formulado, una y otra vez, un programa histórico de sus aspiraciones y de su camino revolucionario. Los fundamentos de este proyecto ya se han creado, a un horrible precio, en base a los combates y derrotas en la lucha de clases moderna. Los objetivos del programa revolucionario de la nueva época, de la línea ideológica de nuestros días, deben contemplar, como nunca antes en la historia, la universalidad de la obra transformadora, su necesidad ineludible y la urgencia de la acción.
Esa es, hoy, la tarea.