La insurrección árabe abre el camino a una nueva etapa revolucionaria. Los pueblos del África del Norte se levantan y golpean duramente a los regímenes de las burguesías locales y al imperialismo. Los antiguos amos quedaron paralizados ante la demostración de unidad en las calles de Túnez, El Cairo, Alejandría, pero también de otras urbes y pueblos. Las movilizaciones también derribaron mitos. El islamismo, reputado como la ideología de las clases oprimidas, que debía ser reprimido con masacres, torturas y cárceles, no es un protagonista determinante en los sucesos. Fue la lucha de clases la que se tomó el escenario e impuso sus reglas implacables. Vencería quien fuera más decidido, estuviera más dispuesto al sacrificio y contara con una conducción clara. Los pueblos de Egipto y Túnez demostraron su decisión y su espíritu de sacrificio. Pero carecieron de una conducción.
Así, el balance parcial de los levantamientos favorece a los burgueses y al imperialismo estadounidense. La salida de Mubarak, peón indigno del ejército de Nasser, fue decidida, después de muchas idas y venidas en los pasillos de los cuarteles, de los palacios de los potentados y del Departamento de Estado. Ahora, se impone un régimen militar. La primera opción favorecida por Washington es mantener al antiguo jefe de los torturadores de la Mukharabat, la policía secreta egipcia, a la cabeza de un gobierno sostenido por el ejército que, presumiblemente, incorporará a la oposición burguesa.
El pueblo resiste en las calles. Los trabajadores se lanzaron a una huelga generalizada que le dio el último empujón al tirano. Sus voces no se escuchan entre las multitudes de estudiantes, profesionales y comerciantes que pueblan la plaza Tahrir. Las cadenas internacionales no los muestran. Ignoran a los mártires caídos en Alejandría, en Kharga, en la oscuridad de los barrios de El Cairo. Se trata de peleas distintas. Unos se contentarán con un arreglo que les permita acceder al poder político. Los otros sólo dejarán de luchar cuando conquisten su dignidad.
Los sucesos en Egipto deben ser estudiados por todos los trabajadores del mundo. Con sangre se escriben las lecciones que debemos aprender para salir vencedores en los combates que se avecinan. Ante la indecisión, ante la ausencia de conducción y de una ideología que unifique a los trabajadores y al conjunto del pueblo, siempre ganarán los que ya tienen el poder.
Hay que aprender, hay que seguir cada detalle para orientar las luchas en nuestro continente: es posible unirse, es posible crear una fuerza abrumadora, es necesario crear una conducción revolucionaria, es necesario confiar en el pueblo.
Pero la partida recién ha comenzado. En todo el mundo avanza el espíritu de la revolución, levantando la conciencia, la unidad y la dignidad. Ya veremos, también en Egipto y Túnez, quien se lleva la victoria final.