Crisis argentina
Argentina vive una nueva crisis política. Distintos sectores de la burguesía se disputan el predominio del régimen político. En medio de un cuadro, que en ocasiones puede aparecer confuso, el pueblo hermano cobra conciencia de quién es quién y se prepara para crear su propio camino. Esta es la consigna del momento.
La crisis del régimen político dominante en la Argentina es hoy evidente. El conflicto entre el Ejecutivo y los intereses agroexportadores concluyó, por ahora, con una decisión en el Senado. Para el gobierno, significó una derrota y la defección de parte de sus parlamentarios y de su propio vicepresidente.
Este desenlace provisorio demuestra que la controversia con los patrones del agro nunca fue económica. Es, una vez más, la competencia de distintos sectores de la burguesía por el control del régimen político y, por medio de éste, del aparato burocrático del Estado que les permite maximizar sus superganancias con el saqueo de los recursos fiscales y con la cobertura para sus negocios y la explotación.
restauración y contención
Tras las jornadas de lucha de 2001, la burguesía impuso un régimen de restauración y de contención de las fuerzas populares. A la cabeza del gobierno actuó un hombre como Kirchner, un dirigente de la segunda fila del justicialismo, menos conocido y menos denostado. Partiendo de las condiciones de crisis política, económica e institucional, la restauración tuvo algunos logros. Aseguró superganancias para determinados sectores capitalistas, notablemente el grupo Techint y similares y a los mismos exportadores de soya; garantizó el pago de la deuda externa a capitales foráneos; limitó la autonomía a las fuerzas armadas en asuntos políticos; reanimó a la burocracia estatal, reorganizó a las fuerzas políticas dispersas en nuevas coaliciones. Pero en lo principal contuvo y frenó efectivamente el proceso de organización popular. Resucitó a la burocracia sindical, herida de muerte tras los años del menemismo. Con dádivas estatales y un discurso en contra del “neoliberalismo” y la “oligarquía”, neutralizó el movimiento piquetero, a las Madres de la Plaza de Mayo, otrora referentes de las luchas populares. Cooptación por un lado, represión por el otro. Mientras resonaban los discursos “nacionales y populares”, se disolvían a tiros las huelgas de los petroleros, de los docentes, las luchas de los desocupados; se producían nuevos secuestros, como el de Julio López, y morían más jóvenes de mano de la policía.
un régimen en el suelo
Este es el balance del régimen. Concluida la restauración, ha estallado hoy en mil pedazos. La burguesía reclama más. Más ganancias, más represión, menos concesiones. Esto quedó patente en el caso de los intereses agroexportadores. No quieren renunciar a siquiera una parte de las superganancias generadas por el aumento de los precios internacionales. El período de equilibrio o estabilización dirigido por Kirchner da paso a una “redistribución de la riqueza” entre los distintos sectores burgueses. En este nuevo esquema, vuelven todos, los Duhalde, los Menem, los Alfonsín; sólo faltan De la Rúa y Cavallo.
En estos auténticos ciclos caníbales de desastre y restauración que han marcado el siglo XX argentino, los únicos que terminan comidos son los trabajadores y el pueblo. Somos nosotros quienes sufrimos la hiperinflación de Alfonsín y después pagamos los costos de la convertibilidad, los que costeamos la devaluación, los que sufrimos los efectos de los cortes de ruta con 4x4. Y seguiremos siendo los que sustentemos el nuevo festín, si no nos organizamos y luchamos.
La burguesía en la Argentina ha demostrado una capacidad única para destruir y “reconstruir”, para restaurar su dominación, tras haber hundido al país en el desastre. Ahora, somos nosotros los que debemos comenzar de nuevo, sin lastres y pesos muertos, concentrados en la meta de nuestra emancipación.
comenzar de nuevo
Las condiciones para emprender esta tarea están dadas largamente. La lucha de 2001 terminó por pulverizar el sistema de partidos políticos y debilitar todas sus estructuras en el campo social. El pueblo puede hoy formar su propia opción, en la medida en que afirme su independencia de clase. Se ha perdido tiempo valioso pero, a la vez, se ha ganado experiencia. Todos han usado su oportunidad para mostrar su verdadera faz ante la sociedad: los radicales, los justicialistas, la izquierda, los partidos provinciales, los burócratas sindicales, los piquetruchos y, ahora último, los representantes “del campo”. Los conocemos bien. No hay confusión posible. La falsa opción, levantada en semanas pasadas, entre el gobierno “nacional y popular” y la “oligarquía”, se ha derrumbado. Se debe desconfiar de los partidos políticos del régimen; sólo el pueblo puede construir su propio camino.
Hay que comenzar de nuevo.
Lo primero, es confiar en el pueblo, confiar en nuestras propias fuerzas. Hay que actuar con voluntad de vencer, partiendo de lo simple hasta llegar a lo complejo. Los trabajadores y el pueblo deben articular, los barrios, en las fábricas y lugares de trabajo, en el campo, en colegios y universidades, en todas partes, las luchas inmediatas y urgentes hasta crear confluencias mayores que ayuden a levantar una auténtica opción popular. La independencia de clase es la clave para que se vayan todos los que obstaculicen el camino. La pelea contra burócratas y punteros sólo se puede ganar uniendo las luchas dispersas, fortaleciendo a las organizaciones populares, practicando la solidaridad y la autogestión; construyendo la unidad. El pueblo rápidamente marginará a quienes persiguen intereses parciales y egoístas, a quienes pretendan imponer condiciones u obstáculos al camino de la unidad.
El avance de las luchas en la Argentina debe llevar a la construcción de un gran movimiento de los trabajadores y pueblo, que comience, como 1810, levantar “a la faz de la Tierra una nueva y gloriosa Nación”.