Colombia en la encrucijada
La liberación de políticos y militares colombianos ‑además de tres agentes estadounidenses- que eran mantenidos como rehenes por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), nos recuerda algunos problemas fundamentales de la lucha revolucionaria.
Las FARC nacieron en 1964 en la zona de Marquetalia como una guerrilla campesina. Surgen en medio del enfrentamiento interno entre liberales y conservadores, desatado tras el ‘Bogotazo’, un levantamiento popular provocado por el asesinato del líder anti-oligárquico Carlos Gaitán en 1948. Hasta su muerte este año, fueron dirigidas por Pedro Antonio Marín, un campesino que fue más conocido por su nombre de guerra, Manuel Marulanda, o su apodo, ‘Tirofijo’.
Su camino fue difícil. Comenzaron con un grupo de 48 hombres. En varias ocasiones recibieron duros golpes que significaron el aniquilamiento de la mayor parte de su fuerza. Pese a esos reveses, crecieron y se constituyeron en una fuerza militar capaz controlar importantes porciones rurales y selváticas del país. Paralelamente, surgen otras fuerzas de importancia, el ELN, el M‑19, el ELP, etc.
En distintos grados, estas organizaciones propugnan una transformación política y social y se enfrentan desde la mitad del siglo XX a las fuerzas del Estado colombiano, a escuadrones de la muerte organizadas por el ejército, terratenientes y los carteles del narcotráfico. Desde fines de los años ’90, el imperialismo estadounidense interviene directamente en el conflicto, por medio del denominado “Plan Colombia”.
estrategia ¿revolucionaria?
Guardando las diferencias inevitables, la estrategia de la toma del poder de las FARC se asemeja al camino seguido El Salvador, Guatemala y Nicaragua durante las décadas de los ’70 y ’80: prolongar el conflicto hasta negociar, en un momento específico, su finalización, a cambio de cuotas de poder y la incorporación al régimen político encabezado por burguesía.
En abril de 1993, las FARC-EP, en su Octava Conferencia, planteaban: “Convencidos de la necesidad de una solución política al conflicto, proponemos a todos los colombianos, la lucha por un nuevo Gobierno de Reconciliación y Reconstrucción Nacional con base en una Plataforma Democrática, Patriótica y de Justicia Social”. No planteaban cambiar el sistema, sino un gobierno amplio dentro de los márgenes del capitalismo.
Entre las formas empleadas para lograr esos objetivos, llaman la atención la prolongación de la guerra y la expansión de las relaciones internacionales, las negociaciones con el enemigo, el distanciamiento de la lucha política en las ciudades, donde vive la enorme mayoría del pueblo colombiano, distintas formas de connivencia con el narcotráfico, el enfrentamiento armado con otras organizaciones revolucionarias, casos de deserción y traición.
Y, no sólo en estos últimos meses, llama la atención el método de la toma de rehenes como una manera de forzar una negociación política. Golpea la crueldad y el descriterio con que se aplica ese procedimiento, por las condiciones que padecen los prisioneros durante, en algunos casos, más de diez años. Esta situación lleva, incluso, a hechos tan dramáticos como la existencia de niños nacidos en cautiverio. El hecho que no se distinga entre rehenes civiles y militares, es una demostración más de la falta de una base racional, ya no moral, para esa política. La política de resistir el embate de las fuerzas equipadas y dirigidas por EE.UU. y de bregar, paralelamente, por una “solución negociada del conflicto”, no ha fortalecido la organización y la capacidad de lucha del pueblo.
No se puede dejar de respetar la persistencia y el sacrificio de hombres y mujeres que han luchado por décadas en la guerrilla. Pero se debe disentir abierta y honestamente de los fines, de la estrategia y los medios adoptados. Ahí está la debilidad, conocida y explotada por un enemigo despiadado y cruel, por el imperialismo y el narco-régimen que actualmente gobierna Colombia.
un cometido moral
El rescate de una parte de los rehenes, en un procedimiento signado por la traición, más que por la “inteligencia”, como pretenden hacer creer Uribe y su camarilla militar de asesinos, torturadores y traficantes, implica el fracaso objetivo de esa política de concesiones mutuas con el enemigo. Las lecciones de este episodio sobrepasan las condiciones colombianas.
Queda demostrado, una vez más, que la lucha revolucionaria es, sobre todas las cosas, un cometido moral. Si no se entiende eso, se camina hacia el fracaso. El revolucionario debe escoger siempre el bien del pueblo, debe decidirse siempre por los hombres y mujeres de la patria, siempre por la honestidad, siempre por la claridad, siempre por la justicia. Este dilema moral del revolucionario está presente en todo momento. ¿O no conocemos también por aquí a los que critican por la espalda, a los que rechazan la modestia, a los que no creen en el pueblo, a los que buscan el poder? Son esas desviaciones son las que abren la brecha al enemigo, cuyas armas predilectas son dinero, el miedo, la amenaza, las dádivas.
revolución, conciencia y poder
“Ser revolucionario es hacer la revolución”, decía el Che. Son los fines y los medios de la lucha, los que determinan el carácter de revolucionario. Separar ambos componentes, negar su relación dialéctica, significa adoptar el punto de vista burgués sobre la moral: abstracto, utilitarista, hipócrita.
El carácter moral de la lucha revolucionaria se funda en que la construcción de una sociedad mejor gira en torno a una transformación moral. Está ligada a la conciencia; depende del poder de los trabajadores, no sólo de producir determinados cambios económicos o políticos (una empresa que puede ser realizada por pequeños grupos) sino de liberar a todos los hombres y mujeres de la opresión que impide su desarrollo pleno.
Algunos sostienen que la época de las guerrillas ha terminado. Se equivocan. Los renovados combates por la revolución están recién comenzando. También en Colombia, que brindará las páginas más gloriosas de la liberación americana. Nosotros no damos consejos. No tenemos ambiciones de ninguna índole. Pero afirmamos una verdad elemental: serán los pueblos ‑será la “unidad de los trabajadores”, como decía Camilo Torres- los que están ya creando la fuerza que permitirá entablar la confrontación con los que sostienen este sistema de mentira, muerte e indignidad. Y la fuerza mancomunada de los humildes, de los creadores de una nueva civilización, vencerá.