Crisis en Bolivia
El 11 de septiembre pasado, una banda de sicarios y contrabandistas bajo las órdenes de las autoridades del departamento boliviano de Pando, abrió fuego en contra de una marcha de campesinos en un sector conocido como El Porvenir. Los asesinos siguieron disparando incluso a quienes se lanzaron al río Tahuamanu para escapar de la emboscada. Algunos sobrevivientes fueron apresados y llevados a Cobija, donde fueron torturados. El número exacto de muertos aún no ha sido determinado, pero oficialmente se han identificado 15 cuerpos, entre ellos el de una niña de sólo dos años.
Su sacrificio es una admonición severa, para quienes pudieran olvidarlo, sobre la verdadera faz de un enemigo que no trepida en nada. Pero también es una advertencia de cuáles son los límites de quienes se presentan como amigos del pueblo. Esta constelación le confiere un carácter trágico a los hechos de Pando.
contradicciones
Los últimos sucesos constituyen una etapa más de una lucha ascendente del pueblo boliviano. Ya en la década de los noventa inició un proceso de resistencia y creciente ofensiva en contra de la burguesía local y el imperialismo. Esta es la contradicción fundamental que subyace a la actual crisis.
El gobierno de Evo Morales y sus aparentes antípodas políticas, la oposición “autonomista” de los departamentos orientales del país, no son los actores principales de esta gesta. Sin duda, Morales formó parte, como dirigente de los campesinos cocaleros, de ese poderoso proceso de reorganización del pueblo boliviano. A través de un poderoso movimiento de confluencia, se logró derrocar el régimen corrupto y saqueador de Gonzalo Sánchez de Losada. La elección subsiguiente de Evo Morales como presidente, en 2005, significó un freno efectivo al desarrollo la lucha popular. Por ese motivo contó con el apoyo de sectores de la burguesía local, un respaldo internacional (centrado, dicho al margen, en Buenos Aires, Brasilia y Sao Paulo, más que en Caracas) y la anuencia –temporal y condicionada– de los actuales golpistas cruceños. Esta situación no se provocó por un designio expreso de Morales. Cualquier otro dirigente social y político que hubiese abrazado el programa de realizar reformas dentro del sistema y que hubiese sido capaz de aunar un apoyo popular, del cual carecieron sus antecesores ‑Banzer, Quiroga, Sánchez de Losada y Mesa- hubiera contado con la misma ayuda.
reformismo
Hoy, el gobierno de Morales enfrenta el dilema de toda fuerza centrista. No puede alienarse de su principal base de sustentación, el apoyo popular generado a partir de la expectativa de cambios concretos y apelaciones ‘revolucionarias’, y no puede resistir los golpes de los reaccionarios y conspiradores. El único camino que le queda es ofrecer concesiones y negociar con los golpistas. La impotencia histórica de esta variante del reformismo en América ya quedó demostrada en la bancarrota del ‘indigenismo’, parte fundamental del programa del mas. Papel destacado en el bloque político opositor juega Savina Cuéllar, prefecta de Chuquisaca y ex-miembro del mas, quien levanta el mismo discurso indigenista… pero en contra de Morales y junto a los “blancos” cruceños.
Las muertes de Pando, el desembozo con que actúan los golpistas, son producto del intento ilusorio de realizar modificaciones limitadas dentro del sistema existente; son resultado directo de la incapacidad de proteger al pueblo frente a sus enemigos.
Los presidentes de los países sudamericanos, reunidos en Santiago de Chile, no pudieron resistir trazar un paralelo histórico, al ofrecer una declaración de apoyo a Morales que incluye, justamente, un llamado a dialogar con los sediciosos. En la llamada ‘Declaración de La Moneda’ compararon el septiembre boliviano de 2008 con el chileno de 1973.
fuerzas en pugna
Pero los mandatarios se equivocan. Aparentemente, la referencia histórica parece inevitable. Al igual que la Unidad Popular chilena y Salvador Allende, el mas boliviano y Evo Morales, proponen reformas económicas y políticas que molestan al imperialismo y a los burgueses, que inician una campaña de conspiración, sabotaje y sedición con miras a derrocar al gobierno elegido por la mayoría. Sin embargo, debemos considerar la situación concreta. La oposición política del Oriente del país, principalmente en el mayor departamento, Santa Cruz, sólo representa a un sector de la burguesía local, ligado al aprovechamiento ilícito de las rentas generadas por la explotación de hidrocarburos, del latifundio ganadero y, crecientemente, de la soya, además de los inacabables ingresos provenientes del narcotráfico. Sus objetivos se limitan, en lo sustancial, a no perder esas fuentes de recursos. Sus métodos son la exaltación de la pequeña burguesía con un ‘nacionalismo’ adquirido en la mesa de saldos de la historia: el separatismo o autonomismo cruceño. La única manera de alimentar ese espejismo ha sido el recurso a la violencia y la brutalidad, protagonizada por bandas de estudiantes y narcotraficantes bajo consignas racistas. Se trata de un fascismo verdaderamente “tropical”: hasta los más limitados “Führer” europeos comprendieron, en su momento, que el racismo debía apelar a la mayoría para ser dirigido en contra de una minoría, y no al revés…
El imperialismo estadounidense, es verdad, tiene el poder de desencadenar golpes de Estado en cualquier lugar del mundo. Pero lo hace basado en un cálculo objetivo de intereses y de posibilidades estratégicas. De lo contrario no sería imperialista. Pero, en lo inmediato, su plan de ‘balcanización’ delineado por el expulsado embajador de Washington, ha fracasado. La resolución diplomática de la unasur aprobada en Santiago, es un reconocimiento indirecto de las limitaciones de las posibilidades de imponer, en reemplazo al gobierno de Morales, un régimen estable en la región.
El ejército se mantiene, aunque actuando “de brazos caídos” como dijera Chávez, de parte del gobierno, mientras no exista otra alternativa. Y, lo más importante, los principales sectores de la burguesía boliviana apoyan o toleran a Morales. No por cariño o afinidad, sino por una apreciación objetiva de sus intereses.
el problema del poder
La creciente fuerza del pueblo, desplegada en la última década y media, ha erosionado la estabilidad del régimen político, la eficacia del Estado burgués.
En ese proceso radica la contradicción principal de la crisis boliviana: nace del avance de las masas populares, que han demostrado su capacidad de seguir desarrollándose, a pesar de los empeños oficialistas de cooptar líderes y organizaciones.
Toda ‘salida’ a la crisis debe hacerse cargo del factor fundamental que opera en Bolivia: un movimiento del pueblo que ha adquirido un carácter revolucionario en años de lucha. Lo que no se ha creado es una unidad política y social inquebrantable entre las masas. No se ha construido aún una conducción revolucionaria.
La lucha popular en Bolivia está a la vanguardia de América. No puede ser destruida fácilmente. Pero la ausencia de una conducción prolongará la crisis.
unidad y conducción
Al pronunciarse sobre la situación de Bolivia, los presidentes sudamericanos recordaron 1973. Nosotros señalamos otro año: 1952. Año de la segunda gran revolución americana, después de la mexicana. Año en que campesinos y mineros, trabajadores todos del país más pobre de Sudamérica, golpearon el poder burgués. La Revolución Boliviana no pudo sostenerse. Cayó el régimen, pero no se constituyó el poder del pueblo. La liberación se frustró.
La necesidad de una conducción revolucionaria es la experiencia histórica del ’52.
Hoy, el pueblo boliviano la ha puesto como la orden del día.