Contra Hidroaysén y el capitalismo
Las masivas movilizaciones en contra de la construcción de represas en la región de Aysén han remecido al país entero. Han obligado hasta a los más indiferentes a fijar una posición. E incluso aquellos que, por interés o inclinación, ya habían adoptado un punto de vista favorable o crítico sobre Hidroaysén se vieron sorprendidos por la magnitud de la respuesta: los capitales foráneos y “nacionales”, el gobierno y los grupos ambientalistas.
La verdad es que la magnitud destructiva del plan concebido por este consorcio monopólico ciertamente es monumental; pero también es cierto es comparable a otros similares. La escala de la apropiación y del saqueo de los recursos naturales que se propone es enorme; pero también corresponde al modo en que ha venido operando el capital en las últimas décadas. Desaparecen los bosques nativos debido a la acción de las mineras; se secan los ríos o son envenenados por la producción de las mineras; los mares son depredados por las pesqueras… la lista es una larga letanía de los efectos del saqueo como sistema.
Entonces ¿por qué ahora? ¿Por qué la resistencia al intento de conquistar y destruir los parajes patagónicos ha estallado con tanta fuerza, si el proyecto de las represas se enmarca perfectamente en la normalidad impuesta por los dueños del país?
sistema del saqueo
Porque hoy ya no pueden mantener esa normalidad. Ya no pueden ocultar el robo, y las explicaciones… agravan la falta.
Se ha sostenido que la construcción de embalses en los ríos sureños es necesaria para asegurar nuestro futuro económico. Pero si hoy no tenemos, bajo la tuición de los capitalistas, ni siquiera un presente económico. Se han llevado nuestros bosques, nuestros minerales, nuestro mar, y nos hemos vuelto más pobres y ellos, más ricos. Se ha dicho que con las nuevas centrales eléctricas se evitaría “un apagón” en nuestras casas, pero si sabemos que la energía está destinada a alimentar a la gran minería. Y en cuanto a las casas, también sabemos que “el apagón” lo debemos evitar nosotros, diariamente, gastando lo menos posible debido a las cuentas de luz usureras. Se ha declarado que Hidroaysén es necesario, porque nos liberaría de la dependencia de los combustibles extranjeros. Pero si sabemos que las represas significan la entrega de los recursos, la tierra y el agua a capitales transnacionales. En realidad, sería mejor que ellos se abstuvieran de más justificaciones. Sería mejor que dijeran, de una vez, que hay detrás de la insistencia en este plan manifiestamente irracional. Sería mejor que reconocieran que el motivo económico que los anima es hacerse con utilidades extraídas gracias a su posición monopólica: Endesa y Colbún, que conforman Hidroaysén, se reparten el mercado eléctrico del país y pretenden venderle energía a otros monopolios, las transnacionales de la minería: el precio lo acuerdan entre ellos. Somos nosotros los que debemos pagar por sus ganancias, con cuentas de luz aún más caras. Es el modo actual del funcionamiento del capital y el signo seguro de su declive. Esa decadencia no es nueva, pero hoy se acentúa la incapacidad de las clases dominantes de ocultarla.
defensa de la vida
Miles y miles de chilenos expresan su repudio a Hidroaysén, en las calles de Coyhaique, de Puerto Montt, Temuco, Concepción, Valparaíso, Santiago o Iquique, tan lejos de los ríos y fiordos. Rechazan la irracionalidad del capital, se oponen a la destrucción física de nuestra patria, resisten a la incapacidad de los gobernantes y plantean un espíritu nuevo, orientado al futuro, a las generaciones venideras. Porque no se trata del ambientalismo cultivado por pequeños grupos que, en algunos casos, no pueden soslayar que su preocupación por la ecología nace también de una cierta abundancia ‑envidiable, pero socialmente estéril- de tiempo libre y de dinero. Cuando la defensa de la naturaleza, sin embargo, se convierte en una causa nacional, hay algo más en juego que una crítica simplemente idealista a la destrucción de la condiciones de vida en la tierra. La inmensa mayoría de los chilenos no conoce la Patagonia, ni tiene expectativas reales de visitarla. No se trata sólo de defender un paisaje, sino un principio, el de la dignidad; de la dignidad de dirigir nuestro destino, la dignidad de los que nos seguirán cuando ya no estemos.
un despertar político y social
Frente a la crisis económica, política, ideológica, cultural, religiosa, en suma, moral, de la sociedad burguesa se opone hoy el despertar de una conciencia sobre los problemas comunes de la patria y su devenir. He ahí un despertar, especialmente, de las denominadas clases medias, que durante muchos años estuvieron dormidas bajo la ilusión del bienestar material y la promesa de que “las instituciones funcionan”. Es un despertar de más de veinte años de desmovilización propiciada por los gobiernos de turno. Históricamente, esos sectores de la sociedad, muestran una particular sensibilidad para reaccionar ante el debilitamiento del poder.
Un poder que hoy –en una nota de humor involuntario- ofrece no tirar bombas lacrimógenas para aplacar las protestas.
En muchas ocasiones, esa percepción, ese miedo ante el debilitamiento de los regímenes dominantes y de un modo de vida acostumbrado, ha llevado a adelantar las causas libertarias; en otras, ha sido usado por los capitalistas para movilizarla como una fuerza de choque en contra de los trabajadores. Debemos vencer el miedo. Debemos, mientras el mundo es atónito testigo de la progresiva muerte de lo viejo, construir lo nuevo: demostrar la fuerza de los trabajadores, la fuerza de la confianza en el pueblo, la fuerza de unidad.
revolución o barbarie
Por eso la defensa de la tierra, de la vida, está en el centro de las luchas sociales de hoy. En su etapa final, el capitalismo pretende arrastrar a su tumba las condiciones mismas de la existencia humana sobre la tierra. Esta tendencia catastrófica no puede ser detenida con reformas, con mejoras parciales. Se requiere de una revolución. Las amenazas globales provocadas por la depredación irracional de los recursos naturales no pueden ser frenadas por la necesaria denuncia de los peligros ambientales. Se necesita de una revolución que asegure el futuro de la humanidad.
símbolo de la crisis
La lucha contra Hidroaysén es un pequeño símbolo de estos dilemas. Uno ministro dijo por ahí que no estaba impresionado por las manifestaciones. Si más del 90% de la población estuviera en contra, razonó, “sería otra cosa”. A los pocos días se publicó una encuesta que mostró que, efectivamente, la inmensa mayoría de los allí consultados se oponía al proyecto. ¿Intentará ese imprudente tecnócrata discutir ahora que, en realidad, esa mayoría no llega al 90% o, mejor, al 99,9999%? No. Se informa que se fue de vacaciones. Y es probable que se abstenga de formular nuevos desafíos; retos peligrosos a que se imponga la voluntad del pueblo por sobre el pequeño grupo que pretende dominar a Chile.
¿Qué sigue ahora?
Es enteramente posible que los gobernantes que actúan como gestores del capital intenten suavizar el descontento. Pueden ofrecer aplazamientos, “nuevos estudios”, “requisitos técnicos” y limitaciones: algunas concesiones que probablemente ya han sido contempladas de antemano. Y es posible, también, que no falten los falsos “ecologistas” que den su venia al proyecto así “perfeccionado”. Pero eso no importa. Pueden inundar los valles, pueden construir las represas y marcar las montañas, bosques y pueblos con una huella de acero que recorra el país. Quedará como un signo más de la decrepitud de su dominio.
Porque el desafío ya está lanzado.
Lo aceptamos. Y venceremos.