Las jornadas del 25 y 26 de Agosto en Chile significaron una enseñanza valiosa para nuestro pueblo. La intensidad de la lucha puso bajo relieve la ruindad de los gobernantes, los circunstanciales y los permanentes, de este sistema; refleja su fracaso irreversible. No es necesario gastar palabras sobre su estupidez, sobre su inmoralidad, sobre su inclinación irrefrenable a la violencia. Nos han arrancado otro hijo nuestro.
La lección principal tiene que ver con la conciencia. No entendemos la conciencia como un fenómeno psicológico, no la confundimos con el desarrollo ideológico que realiza el pueblo. Para nosotros, la conciencia es la acción que se orienta hacia el poder. Y el paro nacional dio amplias muestras de conciencia. En primer lugar dejó establecida la preponderancia de la unidad como motor de la lucha. En ese proceso, el papel de las organizaciones convocantes es subordinado. Se ha dicho que la CUT quería aprovecharse del impulso del movimiento estudiantil; y que los dirigentes de las federaciones universitarias querían usar la convocatoria sindical para acrecentar su poder de presión frente al gobierno. Pero eso no es importante. La unidad queda representada, no en alianzas circunstanciales, sino en cómo el propio pueblo seleccionó sus demandas más urgentes y prioritarias, impuso sus métodos y sus formas, cómo acudió a su experiencia, cómo prueba sus fuerzas actuales, cómo proyecta su poder futuro. Lo hace en su territorio, en las poblaciones, donde se manifiesta la unión material de jóvenes y viejos, de trabajadores de todos los oficios y ocupaciones, de hombres y mujeres, de padres e hijos.
Sobre esa experiencia de la unidad, en otras palabras, sobre ese avance de la conciencia, se fundarán las luchas que vienen.