¡A pasar a la ofensiva!

¿Qué manifiestan estos hechos? Son episodios pasajeros, pero ocurren con cada vez mayor frecuencia e intensidad, en todo el mundo. Frente al debilitamiento de los regímenes que le daban sustento político, la clase capitalista asume una posición defensiva. Es la decadencia de un sistema entero. Los trabajadores también buscan defenderse. Como consecuencia se forma una especie de “tierra de nadie”. Las dos clases fundamentales de la sociedad se observan, replegadas, y esperan quién será el primero en arriesgarlo todo y dar el salto. Los capitalistas sienten que carecen de las fuerzas necesarias para ocupar hoy ese espacio vacío.
La Estrella de la Segunda Independencia Nº30

Trabajadores frente a los monopolios capitalistas

Si Dios me da vida, yo haré que no haya un tra­ba­ja­dor en mi rei­no que no ten­ga los medios para poner un pollo en su cace­ro­la cada domingo”.

Esta famo­sa decla­ra­ción es atri­bui­da al rey Enrique IV de Francia, de fines del siglo XVI. Probablemente por eso se le lla­ma tam­bién “Enrique el Bueno”. Hoy, ese deseo pare­ce per­te­ne­cer a la leyen­da. Bajo este sis­te­ma, no impor­tan ni el pollo, ni el cam­pe­sino o tra­ba­ja­dor, sino su precio.

En su reque­ri­mien­to en con­tra de los pro­duc­to­res mono­pó­li­cos de car­ne de pollo, la Fiscalía Nacional Económica, un orga­nis­mo depen­dien­te del gobierno, ilus­tra, en par­te, cómo se fijan aque­llos pre­cios. En las reunio­nes regu­la­res de la Asociación de Productores Avícolas, los eje­cu­ti­vos de las empre­sas Agrosuper, Ariztía, y Don Pollo, fija­ban una meta glo­bal de pro­duc­ción y se asig­na­ban una cuo­ta a cada uno. Cuando ocu­rría algún impre­vis­to, los geren­tes se comu­ni­ca­ban entre sí para ajus­tar la pro­duc­ción: con cla­ves como “hay que eli­mi­nar des­cuen­tos”, “hay que matar polli­tos”, se ase­gu­ra­ban que no se sobre­pa­sa­ran las metas fijadas.

Así, según la acu­sa­ción, domi­na­ban el mer­ca­do y, por ende, los precios.

una investigación parcial

Lo que se omi­tió indi­gar es cómo se fija, con los mis­mos meca­nis­mos, el “pre­cio del tra­ba­ja­dor”, de su fuer­za de trabajo.

Los inves­ti­ga­do­res, por lo vis­to, no con­si­de­ra­ron per­ti­nen­te revi­sar los docu­men­tos y comu­ni­ca­cio­nes que dan cuen­ta de cómo estas cor­po­ra­cio­nes se colu­den para ata­car y des­truir a las orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les. Pasaron por alto las “lis­tas negras” de quie­nes se les nie­ga un empleo por haber lucha­do por sus dere­chos. No con­si­de­ra­ron tam­po­co cómo estas empre­sas se con­cier­tan para tomar con­trol de una par­te leo­ni­na de las tie­rras fér­ti­les del valle cen­tral de nues­tro país. Y deja­ron, qui­zás, para otra oca­sión los pro­ce­di­mien­tos aná­lo­gos apli­ca­dos en la pro­duc­ción de cer­do, pavo, maíz… de toda la cade­na indus­trial de alimentos.

monopolios

Estos “olvi­dos” no son casua­les. Lo que se calla en el docu­men­to de la fis­ca­lía es que ese, y no otro, es el fun­cio­na­mien­to nor­mal del gran capi­tal. Una pla­ni­fi­ca­ción ela­bo­ra­da por exper­tos, una con­ver­sa­ción entre los eje­cu­ti­vos y un apre­tón de manos que sella el nego­cio. El capi­ta­lis­mo, en su faz mono­pó­li­ca, es de una sim­ple­za asom­bro­sa. La con­cen­tra­ción de los medios de pro­duc­ción en cada vez menos con­glo­me­ra­dos, eli­mi­na la nece­si­dad de tomar deci­sio­nes o correr ries­gos. En nues­tro país, sus due­ños están acos­tum­bra­dos a ese modo de vida pro­te­gi­do y cómo­do. Sus vás­ta­gos se casan entre sí, como la nie­ta de uno de los acu­sa­dos, el señor Ariztía, con el hijo de Sebastián Piñera, due­ño de un vas­to con­sor­cio finan­cie­ro y que, en este tiem­po, tam­bién ejer­ce la Presidencia de la República de Chile.

Entonces ¿si esto es así, por qué los fun­cio­na­rios depen­dien­tes de uno de los sue­gros ame­na­zan al otro con mul­tas millo­na­rias y la diso­lu­ción de su gremio?

Como con toda regu­la­ción esta­tal de la eco­no­mía, se tra­ta de limi­tar, de ate­nuar, los daños cau­sa­dos por la ope­ra­ción regu­lar de los con­sor­cios capi­ta­lis­tas. Unos hacen como que con­tro­lan, y los otros fin­gen ser con­tro­la­dos. Es en los perío­dos de cri­sis, sin embar­go, cuan­do esa fun­ción regu­la­do­ra debe ejer­cer­se en casos pun­tua­les, para evi­tar que se conoz­ca la ver­da­de­ra mag­ni­tud del saqueo.

La par­ti­cu­la­ri­dad de este caso, es que la cri­sis que obli­ga a tomar medi­das, es de índo­le polí­ti­ca y se sigue profundizando.

Un aspec­to de ella, es la com­po­si­ción del gobierno y de su cabe­za. El debi­li­ta­mien­to del régi­men polí­ti­co chi­leno se ini­ció bajo la Concertación, pero se ha agra­va­do con la asun­ción del actual presidente.

política y capital

Hay un pro­ble­ma cuan­do los capi­ta­lis­tas deci­den ejer­cer per­so­nal­men­te el poder polí­ti­co. La socie­dad bur­gue­sa, en sus for­mas demo­crá­ti­cas más avan­za­das, había des­cu­bier­to los bene­fi­cios de dejar la fun­ción de gobierno a pro­fe­sio­na­les, los polí­ti­cos, que ‑a tra­vés de par­ti­dos y otras redes- se rela­cio­nan con la socie­dad como sus “repre­sen­tan­tes” y “man­da­ta­rios”. En un régi­men demo­crá­ti­co así con­ce­bi­do, los intere­ses irre­con­ci­lia­bles entre las cla­ses podían equi­li­brar­se de tal modo que se evi­ta­ra el cho­que direc­to, deci­si­vo, entre la peque­ña mino­ría que domi­na, y la inmen­sa mayo­ría que es dominada.

Y esta for­ma espe­cí­fi­ca de diri­gir polí­ti­ca­men­te la socie­dad es la que se ha dete­rio­ra­do en todo el mun­do. En Chile el pro­ble­ma es paten­te. Los polí­ti­cos ya no diri­gen par­ti­dos que merez­can ese nom­bre, pues per­die­ron toda liga­zón real con la socie­dad –su obje­to fun­da­men­tal, sin impor­tar a que ideo­lo­gía per­te­nez­can. Hoy, son agen­cias de empleo, ofi­ci­nas de lobby y empre­sas electorales.

En este con­tex­to, un hom­bre como Piñera pue­de lle­gar a la pre­si­den­cia. En su momen­to se le advir­tió: no se deben “mez­clar la polí­ti­ca y los nego­cios”; es decir, no se deben borrar los lími­tes entre la defen­sa de la cla­se bur­gue­sa en gene­ral, y los intere­ses de los capi­ta­lis­tas individuales.

Es la cri­sis del régi­men polí­ti­co, el debi­li­ta­mien­to del blo­que bur­gués, el moti­vo por qué se per­si­gue, en estos días, al “car­tel del pollo”. La acu­sa­ción no es por la exis­ten­cia de un mono­po­lio. Eso es lo nor­mal. Hay mono­po­lios del trans­por­te, de la ener­gía, de los ser­vi­cios sani­ta­rios, en el comer­cio, en las finan­zas, en la mine­ría, en la indus­tria de los ali­men­tos, en las tele­co­mu­ni­ca­cio­nes, en la pren­sa, en la edu­ca­ción… La denun­cia for­mal en con­tra de los pro­duc­to­res de pollo es a la for­ma en que ope­ra­ba su mono­po­lio y rea­li­za­ban su accio­nar ile­gal: con des­fa­cha­tez y a ojos vis­ta, sin guar­dar las apa­rien­cias. Cuando el secre­to del sis­te­ma se hace visi­ble, el pro­pio sis­te­ma debe apli­car correctivos.

La san­ción soli­ci­ta­da al Tribunal de la Libre Competencia es impor­tan­te, una mul­ta de más de cien millo­nes de dóla­res, pero per­mi­te la con­ti­nua­ción futu­ra del monopolio.

dos clases

El pun­to no es ese. ¿Qué mani­fies­tan estos hechos? Son epi­so­dios pasa­je­ros, pero ocu­rren con cada vez mayor fre­cuen­cia e inten­si­dad, en todo el mun­do. Frente al debi­li­ta­mien­to de los regí­me­nes que le daban sus­ten­to polí­ti­co, la cla­se capi­ta­lis­ta asu­me una posi­ción defen­si­va. Es la deca­den­cia de un sis­te­ma entero.

Los tra­ba­ja­do­res tam­bién bus­can defenderse.

Como con­se­cuen­cia se for­ma una espe­cie de “tie­rra de nadie”. Las dos cla­ses fun­da­men­ta­les de la socie­dad se obser­van, reple­ga­das, y espe­ran quién será el pri­me­ro en arries­gar­lo todo y dar el sal­to. Los capi­ta­lis­tas sien­ten que care­cen de las fuer­zas nece­sa­rias para ocu­par hoy ese espa­cio vacío. Y la cla­se tra­ba­ja­do­ra no tie­ne aún la con­fian­za sufi­cien­te en su poder.

Es un momen­to deci­si­vo. Los tra­ba­ja­do­res debe­mos com­pren­der que somos la úni­ca cla­se que pue­de cam­biar de ver­dad este sis­te­ma. Somos los úni­cos que pode­mos cons­truir una nue­va socie­dad. Pero para eso debe­mos cono­cer en qué con­sis­te la natu­ra­le­za de nues­tro poder: la uni­dad. Hay que pre­pa­rar­se para ir por todo y dar el sal­to. Debemos pasar a la ofen­si­va. Para eso debe­mos rea­li­zar un jura­men­to y reno­var­lo todos los días, como una ora­ción que nos ins­pi­re áni­mo, como una leta­nía que cimen­te la con­fian­za en nues­tras pro­pias fuerzas:

Debemos unir­nos,

Debemos orga­ni­zar­nos,

Debemos luchar,

Debemos ven­cer.

Estrella de la Segunda Independencia Nº30

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