Trabajadores frente a los monopolios capitalistas
“Si Dios me da vida, yo haré que no haya un trabajador en mi reino que no tenga los medios para poner un pollo en su cacerola cada domingo”.
Esta famosa declaración es atribuida al rey Enrique IV de Francia, de fines del siglo XVI. Probablemente por eso se le llama también “Enrique el Bueno”. Hoy, ese deseo parece pertenecer a la leyenda. Bajo este sistema, no importan ni el pollo, ni el campesino o trabajador, sino su precio.
En su requerimiento en contra de los productores monopólicos de carne de pollo, la Fiscalía Nacional Económica, un organismo dependiente del gobierno, ilustra, en parte, cómo se fijan aquellos precios. En las reuniones regulares de la Asociación de Productores Avícolas, los ejecutivos de las empresas Agrosuper, Ariztía, y Don Pollo, fijaban una meta global de producción y se asignaban una cuota a cada uno. Cuando ocurría algún imprevisto, los gerentes se comunicaban entre sí para ajustar la producción: con claves como “hay que eliminar descuentos”, “hay que matar pollitos”, se aseguraban que no se sobrepasaran las metas fijadas.
Así, según la acusación, dominaban el mercado y, por ende, los precios.
una investigación parcial
Lo que se omitió indigar es cómo se fija, con los mismos mecanismos, el “precio del trabajador”, de su fuerza de trabajo.
Los investigadores, por lo visto, no consideraron pertinente revisar los documentos y comunicaciones que dan cuenta de cómo estas corporaciones se coluden para atacar y destruir a las organizaciones sindicales. Pasaron por alto las “listas negras” de quienes se les niega un empleo por haber luchado por sus derechos. No consideraron tampoco cómo estas empresas se conciertan para tomar control de una parte leonina de las tierras fértiles del valle central de nuestro país. Y dejaron, quizás, para otra ocasión los procedimientos análogos aplicados en la producción de cerdo, pavo, maíz… de toda la cadena industrial de alimentos.
monopolios
Estos “olvidos” no son casuales. Lo que se calla en el documento de la fiscalía es que ese, y no otro, es el funcionamiento normal del gran capital. Una planificación elaborada por expertos, una conversación entre los ejecutivos y un apretón de manos que sella el negocio. El capitalismo, en su faz monopólica, es de una simpleza asombrosa. La concentración de los medios de producción en cada vez menos conglomerados, elimina la necesidad de tomar decisiones o correr riesgos. En nuestro país, sus dueños están acostumbrados a ese modo de vida protegido y cómodo. Sus vástagos se casan entre sí, como la nieta de uno de los acusados, el señor Ariztía, con el hijo de Sebastián Piñera, dueño de un vasto consorcio financiero y que, en este tiempo, también ejerce la Presidencia de la República de Chile.
Entonces ¿si esto es así, por qué los funcionarios dependientes de uno de los suegros amenazan al otro con multas millonarias y la disolución de su gremio?
Como con toda regulación estatal de la economía, se trata de limitar, de atenuar, los daños causados por la operación regular de los consorcios capitalistas. Unos hacen como que controlan, y los otros fingen ser controlados. Es en los períodos de crisis, sin embargo, cuando esa función reguladora debe ejercerse en casos puntuales, para evitar que se conozca la verdadera magnitud del saqueo.
La particularidad de este caso, es que la crisis que obliga a tomar medidas, es de índole política y se sigue profundizando.
Un aspecto de ella, es la composición del gobierno y de su cabeza. El debilitamiento del régimen político chileno se inició bajo la Concertación, pero se ha agravado con la asunción del actual presidente.
política y capital
Hay un problema cuando los capitalistas deciden ejercer personalmente el poder político. La sociedad burguesa, en sus formas democráticas más avanzadas, había descubierto los beneficios de dejar la función de gobierno a profesionales, los políticos, que ‑a través de partidos y otras redes- se relacionan con la sociedad como sus “representantes” y “mandatarios”. En un régimen democrático así concebido, los intereses irreconciliables entre las clases podían equilibrarse de tal modo que se evitara el choque directo, decisivo, entre la pequeña minoría que domina, y la inmensa mayoría que es dominada.
Y esta forma específica de dirigir políticamente la sociedad es la que se ha deteriorado en todo el mundo. En Chile el problema es patente. Los políticos ya no dirigen partidos que merezcan ese nombre, pues perdieron toda ligazón real con la sociedad –su objeto fundamental, sin importar a que ideología pertenezcan. Hoy, son agencias de empleo, oficinas de lobby y empresas electorales.
En este contexto, un hombre como Piñera puede llegar a la presidencia. En su momento se le advirtió: no se deben “mezclar la política y los negocios”; es decir, no se deben borrar los límites entre la defensa de la clase burguesa en general, y los intereses de los capitalistas individuales.
Es la crisis del régimen político, el debilitamiento del bloque burgués, el motivo por qué se persigue, en estos días, al “cartel del pollo”. La acusación no es por la existencia de un monopolio. Eso es lo normal. Hay monopolios del transporte, de la energía, de los servicios sanitarios, en el comercio, en las finanzas, en la minería, en la industria de los alimentos, en las telecomunicaciones, en la prensa, en la educación… La denuncia formal en contra de los productores de pollo es a la forma en que operaba su monopolio y realizaban su accionar ilegal: con desfachatez y a ojos vista, sin guardar las apariencias. Cuando el secreto del sistema se hace visible, el propio sistema debe aplicar correctivos.
La sanción solicitada al Tribunal de la Libre Competencia es importante, una multa de más de cien millones de dólares, pero permite la continuación futura del monopolio.
dos clases
El punto no es ese. ¿Qué manifiestan estos hechos? Son episodios pasajeros, pero ocurren con cada vez mayor frecuencia e intensidad, en todo el mundo. Frente al debilitamiento de los regímenes que le daban sustento político, la clase capitalista asume una posición defensiva. Es la decadencia de un sistema entero.
Los trabajadores también buscan defenderse.
Como consecuencia se forma una especie de “tierra de nadie”. Las dos clases fundamentales de la sociedad se observan, replegadas, y esperan quién será el primero en arriesgarlo todo y dar el salto. Los capitalistas sienten que carecen de las fuerzas necesarias para ocupar hoy ese espacio vacío. Y la clase trabajadora no tiene aún la confianza suficiente en su poder.
Es un momento decisivo. Los trabajadores debemos comprender que somos la única clase que puede cambiar de verdad este sistema. Somos los únicos que podemos construir una nueva sociedad. Pero para eso debemos conocer en qué consiste la naturaleza de nuestro poder: la unidad. Hay que prepararse para ir por todo y dar el salto. Debemos pasar a la ofensiva. Para eso debemos realizar un juramento y renovarlo todos los días, como una oración que nos inspire ánimo, como una letanía que cimente la confianza en nuestras propias fuerzas:
Debemos unirnos,
Debemos organizarnos,
Debemos luchar,
Debemos vencer.