Antoine de Saint-Exupéry cuenta en su “Principito” como el pequeño llegó a un planeta habitado por un hombre de negocios. Éste contaba 501.622.731 estrellas que, decía, eran de su propiedad. Ante la objeción del principito de que
“si yo tengo una bufanda, puedo ponérmela al cuello y llevármela. Si soy dueño de una flor, puedo cortarla y llevármela también. ¡Pero tú no puedes llevarte las estrellas! ‑Pero puedo colocarlas en un banco. -¿Qué quiere decir eso?
-Quiere decir que escribo en un papel el número de estrellas que tengo y guardo bajo llave en un cajón ese papel. -¿Y eso es todo? -¡Es suficiente!”
El fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre los límites marítimos entre Chile y Perú se parece mucho al razonamiento del hombre de negocios de “El Principito”.
16 hombres, elegidos por nadie en particular, dictaminaron que, a 80 millas náuticas, la línea paralela que regía los dominios marítimos de ambos países hasta ahora, deberá inclinarse hacia el sur, lo que otorgaría a Perú una porción adicional. En Santiago, los gobernantes fingieron cierta decepción; en Lima, escenificaron una pequeña celebración. Pero quién ganó y quién perdió sigue en la oscuridad.
Las personas comunes, en cambio, observan confundidas el espectáculo. ¿Qué actitud adoptar, si todas las fuerzas políticas del régimen –desde la UDI hasta el PC– se alinearon detrás del gobierno y validaron con anticipación el fallo? ¿Se puede dar rienda suelta a un sentimiento nacionalista? ¿O es un asunto que sólo concierne a intereses empresariales y a “siete familias”?
la historia
La verdad es que se trata de un asunto muy serio. Los límites entre Chile, Perú y Bolivia se originan en el conflicto en torno al salitre. La guerra estalló luego de que Bolivia impusiera un impuesto a la explotación del mineral. Muchos han dicho que Chile fue en esa contienda una herramienta de los ingleses para tomar control y explotar los yacimientos del Norte Grande.
Pero la historia demuestra que los tres países que pelearon eran dependientes del imperialismo. Alemania, Inglaterra, Francia, Estados Unidos alentaron la conflagración; apoyaron, y vendieron material bélico a las tres naciones indistintamente. Los blindados que sostuvieron los grandes combates navales, el Cochrane, el Blanco Encalada, la Independencia y el Huáscar, fueron construidos en los astilleros británicos de Hull, Londres y Liverpool. En ambos lados de las trincheras se enfrentaban los cañones Krupp alemanes y los fusiles Winchester estadounidenses.
Así, contrario a la leyenda, Chile se impuso no sólo por las gestas guerreras que hoy recordamos: Arturo Prat, el Combate de La Concepción o de Sangra. Los contendientes pueden igualmente nombrar sus epopeyas y sus héroes –Calama y Eduardo Abaroa, los bolivianos, o las montoneras de Avelino Cáceres, los peruanos.
La verdad es que el conflicto del Pacífico fue una las primeras guerras modernas que libró el imperialismo y, en ese sentido, fue mundial. Las potencias pusieron a prueba nuevas tácticas, armamento y mecanismos de organización militar. Desde los barcos, y en tierra firme, observadores registraban minuciosamente hechos y conclusiones que después serían aplicadas en la I Guerra Mundial.
Chile no ganó, entonces, porque fuera favorecido especialmente por una de las potencias imperialistas, sino por causas internas. La Guerra del Pacífico marca el inicio de la lucha de clases moderna en nuestro país. Dio, a diferencia de las oligarquías del Perú y Bolivia, una singular cohesión a la burguesía local. Pero también propulsó a la naciente clase trabajadora. La principal herramienta para ello fue, justamente, el ejército y la movilización bélica. En el norte y en el sur, con la “pacificación” de la Araucanía, se alistaron los batallones de los que formaría el núcleo de nuestra clase. También en eso, el proletariado chileno se distingue de sus congéneres americanos.
La frontera septentrional de Chile, entonces, está indefectiblemente ligada a los intereses del capital y del imperialismo. El límite preciso es resultado de la imposición de Estados Unidos, en el tratado de 1929. Tacna, administrada durante décadas por Chile, pasó a Perú, y Arica se convirtió en territorio chileno. Del mismo modo, el dictado de EE.UU. selló el enclaustramiento boliviano. La ausencia de una salida al mar no fue un impedimento, sin embargo, para el saqueo de sus riquezas. El estaño, monopolizado por los capitales foráneos y su testaferro local, Simón Iturri Patiño, se movía sin obstáculos por ferrocarriles ingleses desde Bolivia a Antofagasta y Mejillones.
Pero, también allá, bajo los cerros de Oruro y entre la dinamita, se formaba la clase y su decisión luchar.
colonialismo de la haya
Si esta es la historia ¿qué hace la Corte de La Haya, a estas alturas, en todo esto? Si su misión era cerrar un diferendo, ¿por qué crea, expresa y conscientemente, uno nuevo, por el llamado triángulo terrestre, 300 metros de playa, minada y desierta, destinada a ser una nueva fuente de conflictos? ¿Si su función es resolver pleitos conforme al derecho internacional, por qué no ha fallado nada con respecto a las Malvinas colonizadas? ¿Por qué no se ha pronunciado sobre la base estadounidense en Guantánamo, Cuba (incluida su cárcel ilegal)? O al menos ¡que diga algo sobre el puto peñón de Gibraltar!
Pero no. La Corte de la Haya ‑y aquí está la verdad del fallo- ha buscado destruir la doctrina de las 200 millas marítimas, al imponer un límite arbitrario de 80 millas. Es la justificación legal para el dominio estadounidense sobre los mares, el de la fuerza sobre el derecho, de la explotación económica sobre las posibilidades de desarrollo.
La declaración de 1947 y los tratados de 1952 y 1954, invocados por Chile como fundamento de su defensa del paralelo, no estaban destinados, en primer lugar, a separar zonas peruanas, chilenas y ecuatorianas. Su sentido era afirmar una proyección común hacia el océano. Su objetivo práctico, limitar las pretensiones de Estados Unidos de dominar los mares bajo el título jurídico de “aguas internacionales”.
Todo eso ha quedado en entredicho con el fallo de La Haya, que ha actuado como un órgano colonialista, un tribunal imperial. Y todo ello ocurrió con la aquiescencia de los gobiernos de Chile y Perú, de García y Bachelet, de Humala y Piñera. Más allá de las frases patrioteras, son ellos responsables de vender los intereses estratégicos de nuestra patria americana. El fallo colonial de La Haya nada tiene que ver con la explotación pesquera actual. Las “siete familias”, los buques factoría de todo el mundo, seguirán con su negocio. La sentencia, en cambio, busca sentar un precedente que, bajo la apariencia del derecho, reafirma las pretensiones imperialistas sobre las Malvinas, la Antártica, el Caribe y los océanos.
la verdadera soberanía
Nuestra posición es contraria a la cesión de territorios de ninguna especie, bajo ningún título. Los cambios de límites orquestados por imperialismo y las burguesías locales persiguen fines contrarios a los trabajadores. Se equivocan aquellos que sostienen que un revisionismo de las fronteras pueda favorecer a la causa americana. Quienes plantean, por ejemplo, la consigna de “mar para Bolivia”, no consideran que sería su burguesía la que se beneficiaría de sus eventuales ganancias.
El americanismo hoy sólo se puede entender como la causa de los trabajadores. Es necesario, como primer paso, un gobierno de los trabajadores y la nacionalización de las industrias estratégicas. Especialmente, como lo comprueban los compañeros estibadores en su lucha diaria, la nacionalización de los puertos –los lugares reales, y no geométricos, que proyectan la tierra hacia el océano – , de las flotas mercantes y pesqueras –los medios reales, y no las líneas en un mapa, que permiten navegar. Y es necesario conquistar la soberanía verdadera, que enfrente al imperialismo y que nace de la liberación de los hombres y mujeres trabajadores de carne y hueso.
Es como diría el principito a aquel que se decía dueño de las estrellas:
“-Yo ‑dijo aún- tengo una flor a la que riego todos los días; poseo tres volcanes a los que deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del que está extinguido; nunca se sabe lo que puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas…
El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.”
La causa americana es una tarea ardua, es una lucha que no conoce fronteras.