“Y así vienen, así se dejan caer sobre nosotros; las inmensas riquezas de nuestro suelo son disputadas a pedazos por las casas extranjeras y ellos viendo la indolencia y la imbecilidad troglodita de los pobladores del país, se sienten amos y les tratan como a lacayos, cuando no como a bestias. Ellos fijan los precios de nuestros productos, ellos fijan los precios de nuestra materia prima al salir del país y luego nos fijan otra vez los precios de esa misma materia prima al volver al país elaborada. Y como si esto fuera poco, ellos fijan el valor cotidiano de nuestra moneda. […]
¡Qué desprecio deben sentir los señores del cobre por sus abogados!
¡Qué asco debe sentir en el fondo de su alma en el amo de nuestras fuerzas eléctricas por los patrióticos tinterillos que defienden sus intereses en desmedro de los intereses del país!
Y no es culpa del extranjero que viene a negocios en nuestra tierra. Se compra lo que se vende; en un país en donde se vende conciencias, se compra conciencias. La vergüenza es para el país. El oprobio es para el vendido, no para el comprador. […]
Un Congreso que era la feria sin pudicia de la imbecilidad. Un Congreso para hacer onces buenas y discursos malos. […]
Y no contentos con tener la mano en el bolsillo de la Nación, no han faltado gobernantes que emplearan a costillas del Fisco a más de alguna de sus conquistas amorosas, pagando con dineros del país sus ratos de placer. ¿Y éstos son los que se atreven hablar de patriotismo? Roban, corrompen las administraciones y, como si esto fuera poco, convierten al Estado en un cabrón de casa pública.”
Estas líneas del “Balance Patriótico” de Vicente Huidobro reflejan la indignación frente a un régimen político cuya decrepitud es sólo superada por su incapacidad para servir a los intereses del país. Pero el poeta escribió su acusación no hoy, sino en 1925.
la corrupción del capital
Tal como hace 90 años, los recientes escándalos no muestran nada nuevo. La trama del grupo Penta para defraudar al fisco, y de paso, financiar a la UDI; de Soquimich, para estafas bursátiles a gran escala, robarle al fisco, y, de paso, pagarle sus “servicios” a políticos de la Concertación y la Derecha, a jueces y funcionarios; del grupo Luksic, para cultivar sus vínculos con el actual gobierno y, de paso, ayudar a los negocios especulativos de la familia presidencial; todo esto, no nuevo. No son “irregularidades”. Es, al contrario, una regularidad del Estado chileno.
En Chile, el dominio de la clase burguesa está asentado sobre la dependencia al exterior y al sometimiento de capitales foráneos. Es inevitable, por ende, que los sucesivos regímenes políticos se hayan compuesto por hombres comprados por “casas extranjeras”. Y si eso ocurre en la cúpula política, es sólo natural que la corrupción se haya extendido a todo el aparato estatal. Pero la ampliación del Estado en el siglo XX, la incorporación de las llamadas clases medias y de sus partidos, convierte a la corrupción en un proceso más complejo, con vida propia. Los oligarcas –antiguos y actuales- simplemente traducen sus negocios en decisiones de gobierno. Los políticos y funcionarios pequeñoburgueses, adicionalmente, crean una infinita maraña de intereses y relaciones… para robar también.
“No me den nada, póngame donde ‘haiga’” es la consigna célebre de la corrupción de los gobiernos radicales, continuada con Ibáñez, que había prometido “pasar la escoba”, y con Alessandri, que cambió la Papelera por La Moneda y cuya supuesta sobriedad sólo era la expresión de su falta de luces. La Democracia Cristiana elevó el sistema a nuevas cumbres, con los famosos desfalcos cambiarios, sus licitaciones con nombre y apellido, y como distribuidora de los fondos negros de la CIA para comprar parlamentarios y financiar conspiraciones.
La dictadura reemplazó esas formas tradicionales de la corrupción con el asalto a mano armada, con el saqueo de las riquezas nacionales, empresas del Estado, ministerios, hospitales, escuelas, municipalidades…, no quedó piedra sobre piedra. Hoy, algunos sabios llaman a este ejercicio, que se compara a las incursiones de los hunos, “modernización capitalista”.
el robo legitimado
No es casualidad esta “falsificación ideológica”, como se dice hoy. El régimen actual tiene, justamente, como propósito legalizar y dar una legitimación “democrática” al latrocinio de la dictadura. Es su continuación con otros medios y sobre una base distinta: la subordinación a un bloque burgués homogéneo, comandado por el capital transnacional y los grandes grupos económicos internos, y dirigido políticamente por una gran coalición impenetrable, Alianza y Concertación, y sus satélites y aspirantes de todos los colores; es la “clase política”. Pero el término no es exacto. No es una clase, ni es política. La progresiva degradación del régimen ha convertido a ese minúsculo grupo que puebla el gobierno, las oficinas públicas, las municipalidades y los directorios de las empresas en una asociación similar a los carteles mafiosos. No es ideología, son los vínculos familiares o la voluntad de participar del robo generalizado lo que los mantiene unidos.
Retrocedamos una década y media. ¿Alguien recuerda cuando se supo que, cada mes, ministros, subsecretarios, jefes de servicio y altos funcionarios de gobierno recibían un sueldo adicional, en un sobre, sin preguntas, boleta ni recibo? La plata la ponían los grupos económicos que se adjudicaban, a cambio, las concesiones de infraestructura del país, carreteras, puertos, edificios. Todo un gabinete, entonces, coimeado del modo más burdo y sucio, sin que nadie dijera nada. Todo un presupuesto fiscal condicionado por la entrega vil de recursos estratégicos. Fue el caso MOP-Gate, que terminó con un acuerdo de impunidad, una autoamnistía dictada por la Derecha y la Concertación.
la crisis del régimen
Entonces, lo que se ha conocido en estos días no es nuevo. Lo que sí es nuevo, es el contexto, las condiciones. La actual crisis del régimen político se expresa en su incapacidad de dirigir la sociedad y, sobre todo, en la pérdida de todo nexo significativo con la sociedad. Como en un barco que se hunde, los políticos del sistema se miran con recelo, acaparan víveres y ocultan sus dagas, mientras observan la tormenta que se viene. Pretenden cerrar el asunto con más leyes, pero saben que no hay reforma posible que pueda regular “la relación entre política y los negocios”. Es imposible; han convertido a la política misma en un negocio más.
cómplices útiles
Los que no lo saben o pretenden no saberlo, son los advenedizos, los que se subieron al buque cuando éste ya hacía agua. Con el fanatismo de los conversos, el PC celebra “la altura ética” del indecente hijo de la presidenta, justifica el robo vulgar asegurando que “no es ilegal”, y denuesta a todo quien critique, aduciendo que eso… ¡“le hace el juego a la derecha”! No se puede razonar con quienes voluntariamente eligen arrastrarse en el lodo. Además, no son los únicos. Hay más pasajeros “revolucionarios” y “socialistas” que esperan en el muelle para ser embarcados al “Titanic”. Pero hay que hacer una demarcación clara. Hay una tradición, figuras históricas, que no merecen ser mezcladas con tanta suciedad. Quien pretenda equiparar a Allende, a Neruda, a Víctor Jara con la puja por los puestos de asesores, por los proyectos “asegurados”, una peguita por allí, una subvención por allá –¿o acaso no es así, compañeros?- con Soquimich, Luksic, y sus testaferros, es quien verdaderamente le hace el trabajo a la derecha, pues borra todo sentido a la idea de izquierda, de socialismo, de honradez elemental.
que se vayan todos
Pero la línea divisoria ya está trazada, es una marca de desprecio moral. Por un lado, un régimen podrido y desvencijado, por el otro, los trabajadores, un pueblo entero. Un pueblo que debe hoy prepararse para asumir las riendas del país. Pues la crisis del régimen admite una sola solución: ¡Que se vayan!
¡Que se vayan todos!