La experiencia de Aysén
Chile comienza el año con grandes movilizaciones en Aysén, acaso una de las zonas más separadas del resto del país, debido a los accidentes geográficos y la ausencia de vías de comunicación eficaces. Viven allí apenas unas 100 mil personas que se concentran, en medio de una vasta extensión de más 100 mil kilómetros cuadrados, en dos ciudades, Coyhaique y Puerto Aysén, y en pequeños poblados, también apartados y de difícil acceso.
una apartada región
Y, sin embargo, en estos días parece que ‑por la mera virtud de las movilizaciones de su pueblo- Aysén está en el centro del acontecer nacional. No se puede decir lo mismo de su rango en las prioridades de los gobernantes. Durante la dictadura, fue elevada a eslabón “estratégico”. Pero los ambiciosos proyectos militares quedaron en poco. La idea de la continuidad de las conexiones viales a lo largo del país fue reemplazada, después, por otro tipo de intereses ‑quizás también estratégicos- que se fundaban, justamente, en la fragmentación del territorio nacional y en una gran acumulación de tierras en manos privadas. Ese proceso es favorecido por el Estado, que también promueve el traspaso de recursos naturales y de derechos de agua a multinacionales como Endesa, Xstrata o AES.
Las actuales movilizaciones se iniciaron con las protestas en contra de la Ley de Pesca que privilegia a las grandes empresas extractoras de los recursos marinos. Rápidamente se extendieron a otras organizaciones, de pobladores, de trabajadores, de campesinos, juveniles, ambientales, de comerciantes, que reunieron sus demandas en un pliego común. Mejoras laborales, en salud, transporte e infraestructura, educación, vivienda, en defensa de los recursos naturales: son las exigencias que animan al movimiento.
lucha de clases
Muchos creen que el despertar de Aysén es una expresión de los problemas específicos de la región. Que es una rebelión en contra de las carencias causadas por la geografía, y que son agravadas por la desidia del Estado. Pero es al revés. Se trata de un movimiento que demanda la satisfacción de las necesidades más acuciantes de los chilenos. Las condiciones de aislamiento, de abandono, solamente amplifican la urgencia de las reivindicaciones. Trabajo, educación, salud, vivienda, justicia, y el derecho de decidir: son exigencias comunes a todas las ciudades y pueblos de Chile.
Lo que vemos no es un conflicto en una provincia ignota. Lo que vemos en Aysén es lucha de clases.
Pues, a pesar de las apariencias, no se trata de un problema simplemente regional. La base del regionalismo típico, que reclama exenciones y privilegios fundados en las particularidades y riquezas locales, es débil. Aquí, el papel de los intermediarios políticos y sociales, de aquellos famosos notables provincianos opuestos al asfixiante centralismo, es más reducido. Al contrario, y debido –precisamente- a sus condiciones, Aysén sufre, no de un exceso de centralismo, sino de sus falencias.
Aysén sufre, al igual que el resto de Chile, del saqueo de sus recursos, de la explotación de sus trabajadores, del robo de aportes previsionales, de la falta de la educación, de las alzas de precios, de la carencia de servicios de salud. Sufre de la ineptitud e inoperancia de los administradores, de la vergüenza ajena que provocan sus políticos; sufre los efectos del fracaso de un régimen.
La respuesta es la misma que hace falta en todo Chile. En Aysén, el pueblo, ante la ausencia y la bancarrota de los tradicionales intermediarios políticos ‑para canalizar, traducir, atenuar y aplazar sus demandas- decidió actuar directamente. Tomó sus organizaciones, por débiles e imperfectas que sean, y las levantó como su emblema de unidad. Expuso sus demandas, las consolidó en una reivindicación única y decidió a lanzarse a lucha.
Pero también hay ser claros. Aún falta. Nuestras organizaciones sociales deben ser fuertes, de todos, combativas, dirigidas desde las bases; con líderes preparados, honestos, dedicados por entero a los intereses y necesidades del pueblo. La unidad tiene que generalizar las demandas del pueblo, traducirlas en un programa de lucha; tiene que avanzar hacia formas superiores, abarcar a todos los trabajadores, pobladores, estudiantes…; debe, en suma, adquirir una forma política y social definida. La lucha necesita de una conducción para asegurar la victoria, que muestre el camino para cambiarlo todo.
Eso es lo que falta.
Porque coraje es lo que sobra.