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La hora de la verdad

Tras las cele­bra­cio­nes del año nue­vo –la fies­ta, el encuen­tro de las fami­lias, los abrazos- rever­be­ran los augu­rios de una nue­va eta­pa. Así como ocurre

Reformismo o revolución

La labor de los revo­lu­cio­na­rios es sis­te­má­ti­ca y rea­lis­ta. Propone cons­truir un nue­vo orden hoy, cuan­do es nece­sa­rio, no en un futu­ro inde­fi­ni­do. Llamamos a com­ba­tir el refor­mis­mo, en todas sus varian­tes. Convocamos a abs­te­ner­se en las pró­xi­mas elec­cio­nes y a pro­fun­di­zar la lucha por las deman­das popu­la­res; por la edu­ca­ción, la salud, el tra­ba­jo, la vivien­da, por la dignidad. 

40 años: ¡Vivan los trabajadores!

el gobierno de la Unidad Popular fue sim­ple­men­te un momen­to de una lucha que vie­ne de antes, que ha cono­ci­do muchos “gol­pes”, la agre­sión arma­da, san­grien­ta, des­pia­da­da de un enemi­go que nun­ca ha tre­pi­da­do en nada. Un gol­pe pue­de derro­car un gobierno, pero no pue­de dete­ner esa lucha. Para aque­llos que siem­pre bus­can ganar algo, lo que sea, cual­quier derro­ta es siem­pre defi­ni­ti­va e irre­ver­si­ble. Para la cla­se tra­ba­ja­do­ra, que nece­si­ta ganar todo, los reve­ses, aun los más duros, son temporales. 

Patria o muerte

Fue enton­ces cuan­do, a un mar de dis­tan­cia, se erguía aquel prin­ci­pio del Che, de ser capa­ces “de sen­tir en lo más hon­do cual­quier injus­ti­cia come­ti­da con­tra cual­quie­ra en cual­quier par­te del mun­do”; se levan­ta­ba el espí­ri­tu que cobró vida el día 26 de julio de 1953, con el asal­to a los cuar­te­les Céspedes y Moncada de Santiago de Cuba. Fidel resu­mió el dile­ma que se vivía de esta mane­ra: “aquel pro­ble­ma había que resol­ver­lo y, sen­ci­lla­men­te, prohi­bir­le a Sudáfrica las inva­sio­nes. Hay que reu­nir las fuer­zas y los medios nece­sa­rios para impe­dír­se­lo. Nosotros no tenía­mos todos los medios, pero esa era nues­tra concepción.”

El camino del poder popular

Hubo opi­nio­nes encon­tra­das, ban­dos opues­tos y prin­ci­pios de ene­mis­ta­des que algún día debían ser a muer­te […] Discutióse la cues­tión con gran aca­lo­ra­mien­to, si se quie­re, pero