Estrella de la Segunda Independencia

Lo que falta... y lo que sobra

Muchos creen que el des­per­tar de Aysén es una expre­sión de los pro­ble­mas espe­cí­fi­cos de la región. Que es una rebe­lión en con­tra de las caren­cias cau­sa­das por la geo­gra­fía, y que son agra­va­das por la desidia del Estado. Pero es al revés. Se tra­ta de un movi­mien­to que deman­da la satis­fac­ción de las nece­si­da­des más acu­cian­tes de los chi­le­nos. Las con­di­cio­nes de ais­la­mien­to, de aban­dono, sola­men­te ampli­fi­can la urgen­cia de las rei­vin­di­ca­cio­nes. Trabajo, edu­ca­ción, salud, vivien­da, jus­ti­cia, y el dere­cho de deci­dir: son exi­gen­cias comu­nes a todas las ciu­da­des y pue­blos de Chile.
Lo que vemos no es un con­flic­to en una pro­vin­cia igno­ta. Lo que vemos en Aysén es lucha de clases.

Un mundo nuevo que nace

Hoy arden las calles en Atenas y en las prin­ci­pa­les ciu­da­des de Grecia. Las lla­mas son ati­za­das por un pue­blo que ya ha deja­do de lado las anti­guas pro­me­sas y los nue­vos enga­ños. El fin de la ilu­sio­nes lle­va al hom­bre a enfren­tar su reali­dad. Lo lle­va a reco­no­cer que solo no pue­de resol­ver sus pro­ble­mas, sino que debe hacer­lo como cla­se, como pue­blo, como huma­ni­dad. Ahora esta­mos en la épo­ca de la “macro­po­lí­ti­ca”. Los pue­blos se enfren­tan, no a sus des­di­chas par­ti­cu­la­res, sino a la cri­sis de un sis­te­ma mun­dial. No hay otra alter­na­ti­va. No habrá líde­res bené­vo­los, ni pla­nes fan­tás­ti­cos, ni gran­des o peque­ñas refor­mas que mejo­ren nues­tra situa­ción. Ese mun­do de las ilu­sio­nes vanas agoniza.
En el nue­vo mun­do que nace, sólo vale nues­tro esfuer­zo. Y una orien­ta­ción cla­ra y fun­da­men­tal: el poder.

De Ayacucho a Santa Clara

Nosotros, los tra­ba­ja­do­res, esta­mos habi­tua­dos a levan­tar­nos una y otra vez tras derro­tas suce­si­vas e inter­mi­na­bles, y comen­zar de nue­vo. La expe­rien­cia extraí­da de los reve­ses, con­tra­rio a la sabi­du­ría con­ven­cio­nal, encie­rra esca­sa uti­li­dad. Pero esas glo­rias de Ayacucho y Santa Clara, esa afir­ma­ción de la vida, de lo nue­vo, con­tie­nen las ense­ñan­zas indis­pen­sa­bles sobre la posi­bi­li­dad y el sen­ti­do de nues­tra victoria.

¡A pasar a la ofensiva!

¿Qué mani­fies­tan estos hechos? Son epi­so­dios pasa­je­ros, pero ocu­rren con cada vez mayor fre­cuen­cia e inten­si­dad, en todo el mun­do. Frente al debi­li­ta­mien­to de los regí­me­nes que le daban sus­ten­to polí­ti­co, la cla­se capi­ta­lis­ta asu­me una posi­ción defen­si­va. Es la deca­den­cia de un sis­te­ma ente­ro. Los tra­ba­ja­do­res tam­bién bus­can defen­der­se. Como con­se­cuen­cia se for­ma una espe­cie de “tie­rra de nadie”. Las dos cla­ses fun­da­men­ta­les de la socie­dad se obser­van, reple­ga­das, y espe­ran quién será el pri­me­ro en arries­gar­lo todo y dar el sal­to. Los capi­ta­lis­tas sien­ten que care­cen de las fuer­zas nece­sa­rias para ocu­par hoy ese espa­cio vacío. 

Una sola lucha

Es un asun­to de cla­se. Los hijos de los tra­ba­ja­do­res lo saben, por cómo son obser­va­dos con rece­lo y mie­do cuan­do actúan en con­jun­to. Saben que son ellos mis­mos, con su acción, con su esfuer­zo, los que deben des­en­ca­de­nar los cambios.
Es el sur­gi­mien­to de una juven­tud que resul­ta impre­de­ci­ble, al rom­per con los meca­nis­mos de encua­dra­mien­to del sis­te­ma; uno de los ellos, la ruti­na esco­lar. Es el sur­gi­mien­to de una juven­tud orien­ta­da a la acción. Es el sur­gi­mien­to de una juven­tud que se guía por pre­cep­tos mora­les, al pro­po­ner un cam­bio pen­sa­do en las gene­ra­cio­nes veni­de­ras, en sus hijos. Es el sur­gi­mien­to de una juven­tud que no tie­ne mie­do al futu­ro. Es el sur­gi­mien­to de una juven­tud revolucionaria.

Este, y no el resul­ta­do cir­cuns­tan­cial de unas tra­ta­ti­vas con el gobierno, es uno de los fac­to­res que mar­ca­rán las luchas que vie­nen. Los jóve­nes com­pren­den que se tra­ta de una sola lucha, que la edu­ca­ción no está con­fi­na­da a escue­las y cole­gios, sino que abar­ca a toda la socie­dad; ven que una nue­va edu­ca­ción requie­re, en efec­to, de una nue­va socie­dad; entien­den que se debe pro­yec­tar el movi­mien­to por la edu­ca­ción en un movi­mien­to por la uni­dad del pue­blo, en un movi­mien­to por cam­biar­lo todo; y saben que eso reque­ri­rá de tra­ba­jo, orga­ni­za­ción y unidad.

¡A sumar las demandas! ¡a unirnos! Es la hora del pueblo

Las actua­les luchas han abier­to un camino que ya no podrá des­an­dar­se. No es que fal­ten quie­nes quie­ran inten­tar des­viar, enga­ñar y fre­nar. Pero la ten­den­cia ya está mar­ca­da. En todas par­tes, se mul­ti­pli­ca la uni­fi­ca­ción de las luchas que antes se libra­ban de mane­ra sepa­ra­da, ais­la­da y local. Es la con­jun­ción de las deman­das por la edu­ca­ción, por la vivien­da, salud, tra­ba­jo, es el momen­to del recla­mo de la dig­ni­dad. Es la con­se­cuen­cia lógi­ca de la expe­rien­cia que esta­mos rea­li­zan­do los chi­le­nos. Esa poten­cia recién comien­za a des­ple­gar­se y, no obs­tan­te, demues­tra su fuerza.
La úni­ca mane­ra de cons­truir la uni­dad es con tra­ba­jo. Organizando en la pobla­ción, crean­do sin­di­ca­tos, enfren­tán­do­se a los pode­ro­sos, for­man­do la con­cien­cia, edu­cán­do­nos, for­ta­le­cién­do­nos. Todos los días. Sin des­can­so. Son miles y miles que se han echa­do a andar. No será posi­ble mani­pu­lar o ins­tru­men­ta­li­zar ese impulso.

La Polar: símbolo del robo a los trabajadores

No hay que con­fun­dir­se. No se tra­ta de un gru­po de delin­cuen­tes “de cue­llo y cor­ba­ta”. Es el capi­tal en su con­jun­to el que debe actuar bajo el lema de “lle­gar y lle­var”, for­za­do por la pers­pec­ti­va de su derrum­be. Necesitan sal­var­se, como sea. Son los ellos los que plan­tean la lucha de cla­ses como un enfren­ta­mien­to de vida o muer­te. Para con­ser­var su poder, para poder seguir ganan­do, extien­den la explo­ta­ción y el robo de la pro­duc­ción al con­su­mo, del tra­ba­jo a la edu­ca­ción, de la fábri­ca a la edu­ca­ción, de las ofi­ci­nas y tien­das a la salud, de los suel­dos míse­ros a las deu­das usu­re­ras. Amenazan todos los ámbi­tos de la vida social, ame­na­zan la exis­ten­cia de toda la población.

Por una nueva educación ¡a cambiarlo todo!

Los estu­dian­tes vuel­ven a tomar la ini­cia­ti­va. Mientras los gober­nan­tes vaca­cio­nan y se encie­rran en sus dispu­tas, los niños y jóve­nes asu­men la tarea patrió­ti­ca de cues­tio­nar el rum­bo que toma nues­tro país. Desde hace tiem­po, se va ges­tan­do en el pue­blo la crea­ción de una nue­va polí­ti­ca, la for­ma­ción de nue­vos líde­res, la con­cep­ción de nue­vos obje­ti­vos nacio­na­les. La lucha de los estu­dian­tes, por su inme­dia­tez e incon­di­cio­na­li­dad, sig­ni­fi­ca un fuer­te impul­so en ese proceso.

Lucha en defensa de la vida

Miles y miles de chi­le­nos expre­san su repu­dio a Hidroaysén, en las calles de Coyhaique, de Puerto Montt, Temuco, Concepción, Valparaíso, Santiago o Iquique, tan lejos de los ríos y fior­dos. Rechazan la irra­cio­na­li­dad del capi­tal, se opo­nen a la des­truc­ción físi­ca de nues­tra patria, resis­ten a la inca­pa­ci­dad de los gober­nan­tes y plan­tean un espí­ri­tu nue­vo, orien­ta­do al futu­ro, a las gene­ra­cio­nes veni­de­ras. Porque no se tra­ta del ambien­ta­lis­mo cul­ti­va­do por peque­ños gru­pos. Cuando la defen­sa de la natu­ra­le­za se con­vier­te en una cau­sa nacio­nal, hay algo más en jue­go que una crí­ti­ca sim­ple­men­te idea­lis­ta a la des­truc­ción de la con­di­cio­nes de vida en la tie­rra. La inmen­sa mayo­ría de los chi­le­nos no cono­ce la Patagonia, ni tie­ne expec­ta­ti­vas reales de visi­tar­la. No se tra­ta sólo de defen­der un pai­sa­je, sino un prin­ci­pio, el de la dig­ni­dad; de la dig­ni­dad de diri­gir nues­tro des­tino, la dig­ni­dad de los que nos segui­rán cuan­do ya no estemos.

Unidad y fuerza trabajadores

Este Primero de Mayo no es como otros. Todos los años, recor­da­mos una tra­di­ción y un lega­do his­tó­ri­co. Pero hoy, apar­te de los des­fi­les, las mani­fes­ta­cio­nes y los dis­cur­sos, los tra­ba­ja­do­res en el mun­do ente­ro refle­xio­na­mos sobre el futu­ro. Tal como nues­tros padres y abue­los debie­ron, en algún momen­to de sus vidas, tomar una posi­ción, hoy los esta­mos enfren­ta­dos al mis­mo dilema.
Y nos pre­gun­ta­mos: ¿qué pasa­rá maña­na? ¿yo, qué debo hacer?